PARRESHÍA

Mentira como divisa

Mentira como divisa

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Hacerse del mando con engaños y mentiras.

"Ahora resulta que los que aumentaron el precio de las gasolinas están pidiendo que baje", increpó López Obrador en su Toma de Posesión, con el consabido aplauso de su feligresía.

Sus detractores, otra vez, erraban el argumento, le reclamaban que no bajara el precio de las gasolinas y no la mentira.

Por supuesto que lo primero era consecuencia de lo segundo, pero es la mentira, en tanto ejercicio y uso político, lo que se debe exhibir y reclamar.

A lo largo de la campaña López Obrador ofreció una y otra vez acabar con el ajuste al precio de las gasolinas a sabiendas de que era imposible. No fue, por cierto, su único ofrecimiento falto a la verdad.

En el fondo es tan fraude electoral el robo de urnas, la compra de credenciales, el uso de recursos y servicios públicos, o la burda coacción; como el engaño avieso y consciente; la oferta falaz e irresponsable. Hay en ello una severa inequidad: el candidato responsable refrena sus ímpetus por un compromiso con la verdad y la responsabilidad; en tanto que el a ellas irreverente desboca sus ofrecimientos sin compromiso con sus audiencias, la realidad y la verdad, con tal de obtener el poder.

El poder es una relación entre quién manda y quién obedece, hacerse del mando con engaños y mentiras deslegitima y termina por sembrar dudas sobre la consistencia de la obligación de obedecer.

Por otro lado, la sobreventa de expectativas e ilusiones suele ocasionar un gran desgaste y desdoro a la política y democracia, al cultivar solo desengaños y desafección.

El tema no es menor ni pretérito: quien llegó mintiendo puede seguir mintiendo en el gobierno.

El tema amerita una explicación, seguimos para ello a Michel Foucault en "Discurso y verdad". La política para los griegos es acción y discurso: Eurípides en "Ion" habla de una clase de ciudadanos que practican el logo y la polis, es decir la razón y la ciudad; que se ocupan de la ciudad, participan en sus asuntos valiéndose del logos: del discurso y la razón; gobiernan (actúan) a través del logos.

Para Polibio la Ciudad Estado se caracterizaba por la demokratia, la isegoria y la parresia. Democracia entendida como la participación de todos, la isegoria como la distribución igualitaria de responsabilidades y la parresia como la posibilidad de todos de acceder a la palabra, de hablar , de reafirmarse y hacerse escuchar. En "Fenicias", Eurípides dice que quien ejerce el poder será sabio, sophos, en la medida que haya alguien que pueda oponérsele, que pueda recurrir a la parresia para criticarlo y poner límite a su poder. Por eso las democracias tiene parresia, las tiranías no.

Pero la parresia no es suficiente, porque, sostiene el mismo Eurípides en "Orestes", hay quien no refrena su palabra; al decir de Plutarco, porque que considera al logos desprovisto de todo valor, de toda razón. Confían en la bulla, en la thorybos, en el clamor, el tumulto. Dice Foucault que este tipo de orador "no confía en el lenguaje articulado que podría emplear, sólo tiene confianza en su aptitud de generar una reacción emocional en el auditorio porque su voz es potente, sonora, etc, y porque es capaz de gritar. Estas relaciones emocionales directas entre la voz y el efecto en la Asamblea es lo que se caracteriza con el thorybos. El thorybos se opone a la significación razonable de un discurso articulado. Es un ruido inarticulado que genera ciertos efectos emocionales en la Asamblea." En palabras de Eurípides (Orestes): ¡Cuando alguien, atractivo en sus palabras pero insensato, persuade a la masa, gran desdicha para la Ciudad! En cambio aquellos que con su sensatez aconsejan una y otra vez lo bueno, aún si no es lo inmediato, son luego útiles a la ciudad. Así debe considerarse y juzgar a quien gobierna. Porque tienen un papel muy parecido el orador y el que ocupa el poder."

Vemos pues que la parresia no es suficiente por sí sola para revelar la verdad, se requiere, es nuevamente Eurípides, mathesis: conocimiento y educación. Autocontensión, compromiso con la verdad y la realidad; sensatez, responsabilidad.

Es la tensión entre discurso, verdad, libertad y poder. Sé es libre para decir, pero se debe ser responsable de lo que se dice y autoconstreñirse a la verdad. La verdad es en sí un límite a la libertad entendida como absoluta o libertinaje, por eso suele ser incomoda y rechazada por los tiranos.

Pero hay otra acepción de la parresia, aquella que la entiende en tanto "la presencia, en quien habla, de su propia forma de vida convertida en manifiesta, presente, sensible y activa como modelo de vida en el discurso pronunciado por él" (Foucault). Para Sócrates el parresiasta se caracteriza por una cierta armonía entre lo que se dice y se hace, por su manera de vivir, por la correspondencia entre la vida y la verdad. Bajo esta consideración, la palabra nos compromete, define y marca. Por la boca muere el pez, dice el dicho mexicano. Por tanto, la parresia puede ser ajena a la retórica y sus afeites, más no a la integridad.

Hoy sabemos todos que André Manuel mintió sistemáticamente en torno a los gasolinazos, a sacar a los militares de las calles, sobre el origen y monto de sus percepciones en los últimos 18 años y un sinfín de cosas más.

¿Cómo saber si ya en el gobierno persistirá con la mentira como uso e instrumento políticos? En nada le ayudan, por cierto, sus afanes oraculares de invocar a la madre tierra, ni sus consultas simuladas.

Hay en su caso una propensión a hacer un uso indebido, falsario, mentiroso del logos. ¿Cómo saber cuándo habla con verdad e integridad, y cuándo no? ¿Por qué creerle ahora cuando promete no buscar la reelección -expresamente prohibida por la Constitución-, cuando ayer prometió bajar las gasolinas y no cumplió?

De allí la necesidad de que los ciudadanos y las instituciones ejerzamos ante él la parresia y la mathesis, que nos conduzcamos con verdad e integridad porque, y concluyo con Polinices: el poder sin límites es como el poder de un loco.

Decía el maestro de Ciencia Política que el límite es seguridad, en este caso el límite de la verdad es seguridad y certeza para el tan mentado pueblo, tanto el bueno como el que no.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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