LETRAS

Postverdad

Postverdad

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En el siglo XIII a.c. los hoplitas terratenientes que acababan de conquistar Grecia necesitaban una forma de organización política que respondiera adecuadamente a la particular distribución de fuerzas que se daba en su comunidad. La asamblea había sido la manera en que estos guerreros poderosos habían organizado su ejército, por lo que les resultó natural estructurar sus ciudades de la misma forma. Así nacería la democracia griega, pero más importantemente, como dice Marcel Detienne, nacería también una nueva forma de verdad indisolublemente unida a la argumentación, muy distinta a la verdad por la que se movía hasta entonces el resto del mundo: la verdad mágico-religiosa poseída por el chamán, el sacerdote, el adivino y el rey.

El oscuro concepto “Verdad” siempre ha estado determinado por su relación con el poder, así la verdad mágico-religiosa estaba indisolublemente unida a una estructura social piramidal, donde, en general, la autoridad del escaño más alto determinaba la verdad para el resto de la comunidad.

En la asamblea hoplita, en cambio, la distribución de fuerzas entre guerreros hacía que el poder operará más como una red que como una pirámide y, por lo tanto, la verdad no podía depender de la autoridad, sino que pendía sólo del acuerdo común. La verdad dialógica no la puede poseer nadie, como sí puede ser poseída la verdad mágico-religiosa. Así surgen en la historia dos categorías de verdad entre las cuales el hombre se ha debatido por milenios: verdad por autoridad y verdad por acuerdo.

Aunque la verdad de los hoplitas necesitaba del dialogo y la argumentación para existir, y aunque sin duda en ella tuvo su origen el silogismo y la argumentación lógica, sería un error pensarla como una verdad racional; en política todo el pensamiento es siempre mitológico, nunca científico.

En la asamblea humana opera la psicología de las masas y no la del individuo.

Mientras que el silogismo lógico se lleva a cabo en el artificial y etéreo no-lugar de lo racional, el argumento democrático se lleva a cabo por hombres y mujeres de carne y hueso que sudan, se angustian, se indigestan y se aburren en las asambleas, con intereses, pasiones, deseos, aversiones, miedos y convicciones particulares. El argumento más exitoso para mover a una asamblea a decidir de esta o aquella manera, pues, no tenía por qué ser racional, de hecho, si en realidad quería ser exitoso, más le valía no ser racional, sino más bien saber cómo mover las pasiones de los presentes y usarlas a su beneficio.




No cuesta mucho imaginarnos a Louis XVI irritado, como lo está Peña hoy con las redes sociales, porque ya no podía controlar el discurso en su Estado.





Lo racional nunca ha sido exitoso en el momento de tratar de convencer a los seres humanos, ya escribía Schiller que contra la insensatez de los hombres hasta los dioses mismos pelean en vano. Así, la verdad por acuerdo, podríamos llamarla también verdad retórica.

Si pensamos el tan sonado tema de la posverdad en las democracias occidentales contemporáneas a través del lente, pareciera que la verdad dialógica, no la mágico-religiosa, sería lo natural para un sistema que se pretende democrático, donde las fuerzas fácticas y el poder están realmente distribuidos y donde, por lo tanto, la verdad por autoridad no podría ser exitosa. ¿Entonces por qué el escándalo de los fake news y el terror a la posverdad por la que se mueve el internet y el libre acceso a la información? Para responder esto necesitamos echar un ojo a quiénes son los que más afectados por esta irrupción de este nuevo paradigma de verdad: el estado y los medios masivos de comunicación.

Los estados nación occidentales nacieron como monarquías absolutistas, los grandes teóricos de este tipo de organización fueron Maquiavelo con su Príncipe y Hobbes con su Leviatán. Ambos proponían una sociedad piramidal, para Hobbes la verdad debía ser impuesta por el Estado y éste debía controlar todo lo que sus súbditos pensaran y dijeran. El concepto de verdad moderna nacía, de esta manera, como una verdad mágico-religiosa, por autoridad. Cuando el rey sol decía: l'état c'est moi. También estaba diciendo: Yo soy la verdad.

Después vendrían las guerras de reforma política, la independencia de las 13 colonias en Estados Unidos y la Revolución Francesa, que, inspiradas por la ilustración, buscaban una redistribución del poder hacía una organización política más digna de hombres libres, una organización inspirada en la de los hoplitas griegos.

El momento histórico en la Francia de entonces debió haber sido muy similar al de hoy en día. La corte escandalizada porque ya no podía controlar lo que creían, pensaban y decían sus siervos, pues los panfletos de Marat tenían igual o más resonancia con el pueblo que toda la maquinaria propagandística del Estado. No cuesta mucho imaginarnos a Louis XVI irritado, como lo está Peña hoy con las redes sociales, porque ya no podía controlar el discurso en su Estado.

Pero las redes sociales y el acceso a la información está aquí para quedarse y el internet representa una verdadera revolución industrial, que por sus dimensiones no puede compararse más que con la primera. No parece que la política vaya a poder contener y controlar las nuevas tecnologías de comunicación, como a algunos les gustaría, todo lo contrario, las nuevas tecnologías están cambiando y re determinando la política.

Los medios de comunicación masiva habían permitido a los Estados nación autoritarios de occidente, hasta ahora, hacerse pasar por democracias, manteniendo un control sobre la información, estructurándose piramidalmente y quedándose en posesión de la verdad mágico-religiosa mientras navegaban bajo la bandera de la pluralidad y diversidad. Los medios masivos, auténticos ministerios de propaganda en las sociedades del espectáculo difuso, fueron condición de posibilidad para que sociedades cerradas y autoritarias pudieran operar bajo el estandarte de la apertura y la democracia. Pero ésta, en ellas, sólo ha existido como un simulacro de sí misma. El tranquilo centro de la miseria que permite que las condiciones de injustica resulten aceptables e incluso disfrutables, con este espectáculo han sabido siempre ganarse la servitud voluntaria del pueblo. Pero valdría la pena preguntarnos si ¿puede una sociedad realmente ser democrática estructurándose de manera piramidal? ¿Puede la democracia operar con una verdad por autoridad cuando el acceso a la información está controlado por unas cuantas empresas cercanas al gobierno? La historia pareciera mostrar que no.

Con las redes sociales, sin embargo, resurge la asamblea y el ágora griego. En twitter por ejemplo, donde los personajes de las estratosferas políticas se las tienen que ver con todo aquel que se tome la molestia de tomarlos en serio. El internet le está cambiando el mundo a la autoridad, que ve impotente como su noción de verdad se desvanece. La world wide web, el internet, está redistribuyendo el poder discursivo entre los ciudadanos por lo que en nuestras sociedades está resurgiendo la red como estructura necesaria para pensar el poder, en ningún lugar es esto más cierto que en discusión política. Muchos aún fervientes súbditos de la autoridad sienten que se les mueve el piso, pues aquello que en algún momento les dio fundamento ya no está allí. El mundo ha cambiado. La verdad mágico-religiosa, la verdad por autoridad, en el mundo virtual ha perdido todo su poder; la verdad dialógica, por acuerdo, la verdad propiamente común, en cambio, encuentra en los nuevos medios de comunicación un terreno muy fértil. Resurge pues con las nuevas tecnologías una verdad y un tipo de pensamiento que es propio de una sociedad donde la distribución de poder es más equitativa, de fuerzas más balanceadas. La nueva verdad, la verdad retórica, esta irrupción de la posverdad en los estados modernos occidentales, es prueba que la tecnología está haciendo posible una democracia como nunca lo pudieron lograr ni los políticos ni las armas. El Estado está perdiendo porque en realidad nunca ha sabido dialogar, sólo se ha sabido presentar como dialogo, porque realmente nunca supo crear acuerdos, sólo sometimiento y porque, como el Leviatán de Hobbes, su única legitimidad reside en la violencia, éste es su único y último argumento. Porque el Estado pues, en realidad ha sido siempre un impedimento para la verdadera democracia y vive de impedir la mayoría de edad del pueblo, vive de crear hombres rebaño que no pueden darse a sí mismos su verdad, sino que necesitan que otro se las imponga. Porque el Estado autoritario no puede sobrevivir en un mundo donde los ciudadanos tienen derecho de réplica, donde la pretensión de verdad de cualquiera de los ciudadanos tiene el mismo valor que la suya.


Luis Rodrigo Farias

Luis Rodrigo Farias

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