PARRESHÍA

El Cantar del Mío Peje

El Cantar del Mío Peje

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Epopeya por sobre Nación.

"Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquileo; cólera funesta que causó infinitos males".
Iliada, Homero




López Obrador ve al mundo bajo una estructura de entendimiento épica. Silva Herzog y Krauze han explorado el tema (Reforma 7 i 19 y Letras Libres, enero 2019*, respectivamente).

Empecemos por las palabras. Por épico se entiende lo relativo a la epopeya o a la poesía heroica; algo grandioso, fuera de lo común. Y epopeya es un poema extenso que narra hazañas de un héroe o un hecho grandioso, en las que suele intervenir lo sobrenatural o lo maravilloso; un conjunto de hechos gloriosos dignos de ser cantados épicamente.

La forma como López Obrador entiende al mundo, la historia, la política; a México mismo y a él y su circunstancia, es épica: todo es una gran e ininterrumpida hazaña gloriosa, digna de ser contada por toda la eternidad.

Hay en su cosmovisión una esencia agonal, de lucha, de combate; un enfrentamiento cósmico entre el bien y el mal, pautado por intervenciones sobrenaturales y maravillosas; una epopeya (poesía heroica) donde combaten a muerte las fuerzas de la luz y las tinieblas.

Su lectura de la realidad está poblada de héroes y villanos, un verdadero Juego de Tronos. Desde su perspectiva ve facciones, no Nación. Para él, la gran epopeya es una carrera de relevos entre titanes, la historia de México es un quinteto de héroes cuyas épicas venera y rigen su entendimiento, acción y desiderátum. Cuando invita a hacer historia, simboliza ésta, su hazaña, con sus héroes de cabecera, muy caricaturizados, por cierto, y unas cuantas citas de wikipedia que nos endilga un día sí y otro también: "nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho", "al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie".

En su simbología de hacer historia no hay pueblo anónimo, solo héroes epónimos, entre los que se prevé. Su narrativa visual no es la de "La libertad guiada por el pueblo", de Delacroix, inmortalizando las barricadas de París en 1830 contra la supresión del Parlamento, sino una mezcolanza descuadernada de sus héroes favoritos, sin contexto, análisis e ilación: Morelos, Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas. Para él la historia de México es una epopeya deshilvanada de héroes nacionales deificados, a los que busca emular y superar.

Por supuesto que todo gobernante tiene por perspectiva su lugar en la historia, lo importante en este caso son las claves que López Obrador nos manda sobre su visión de él mismo en la historia que nos invita a hacer. No es la de un pueblo diverso, organizado, unido, en armonía, libertad y justicia. Un pueblo en movimiento y concierto. Tampoco la de un gobernante modernizador, creador de instituciones, forjador de acuerdos y pactos, en una época de paz, bienestar, libertades y progreso. La comparativa que discurre para su "transformación", es con épocas convulsas, de guerras, disputas, sufrimiento. Su paradigma es de monumento patrio, no de bienestar nacional.

Hay que decirlo, toda épica se construye sobre desolación (aflicción en extremo). La gloria de Aquiles es de "infinitos males (ya que) precipitó al Hades muchas almas valerosas, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves (…) desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquileo". Importante destacar "separación" y "disputa", origen de la cólera de Aquiles y causa de los infinitos males. Pues bien, López Obrador no se asume como Pericles, sino como Aquiles: un semidiós cegado por la cólera y condenado a sufrir "gloria inmortal".

Es obvio que todo gobernante está obligado a enfrentar su realidad y muchas veces ésta se le impone como lucha. El problema es cuando no son los hechos los que lo orillan a enfrentar disputa, sino cuando la disputa misma es el norte de su brújula y vocación.

La historia a que nos invita López Obrador, tiene tres actores, dos estelares y uno de reparto: el héroe epónimo, él, y el villano nefando son los dos primeros; el pueblo anónimo, sobre cuyo dolor se ceba la gesta heroica, es el tercero. Su cólera huachicolera y el desabasto de combustibles resultante son ejemplos más que oportunos. La lucha lo vale todo, el pueblo incluido.

El entendimiento que de gobernar guarda López Obrador es agonístico, de combate, de justa, de imposición. Por eso nunca habla de pueblo liso y llano, para él siempre tiene que haber un pueblo bueno que en su enunciación anuncia y reclama a su contrario: el pueblo malo. No hay en el entendimiento de López Obrador un México soldado en el crisol de sus contradicciones, en paz, entendimiento, armonía, tolerancia; solo puede haber un México confrontado, abismalmente dividido, irreconciliable, en donde él encabeza la hazaña entre el México bueno y el malo. Allí radica la rueda de molino de "juntos" hacer historia, porque en su cosmovisión y discurso, en México no todos tienen cabida en un mismo y único "juntos". ¿Cuál es ese colectivo "juntos"; cómo se constituye y quiénes lo integran, cuando en su México agonístico no hay unidad indivisible, sino ruptura insalvable? Si para Sócrates buen gobierno significa concordia entre ciudadanos, para la épica lopezobradorista "juntos" son unos, los buenos, en desencuentro, separación y enfrentamiento con todos los demás. Su "juntos" es esencialmente excluyente: capilla, no ecúmene.

Invita a hacer historia, pero ya vimos que es una historia unipersonal, la suya, que lo coloque en los libros de texto oficiales al lado de sus héroes favoritos. La historia no es el paciente trabajo de los siglos, sino saltos cuánticos, convulsos y caudillezcos.

Su visión de México es más bien el de un pasquín de superhéroes que un proyecto de nación.

No ve al otro como divergente, sino como enemigo, de allí que siempre le gane el discurso rijoso. No ve al hombre en su circunstancia y pluralidad, lo idealiza en héroe o sataniza en villano. No ve la historia de una Nación, sino las de un puñado de héroes.

Por eso todo lo traduce a estar con él o en su contra, porque para él gobernar no es un ejercicio temporal de representación política, democrática y republicana; sino la guerra del fin de los tiempos.

*Ver también "El Mesías tropical" Letras Libres, 30 junio 2006.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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