PARRESHÍA

Lo que López Obrador ignora que ignora

Lo que López Obrador ignora que ignora

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La inquietud de sí mismo.

Incontables son los hombres que se hicieron amos de ciudades y naciones enteras; pero ¡qué pocos lo fueron de sí mismos!
Séneca



Life is what happens to you while you're busy making other plans, le canta Lennon a su hijo Sean. La máxima es tan antigua como la humanidad. Para muchos, el origen de la filosofía radica en la “inquietud de sí mismo” (epimeleia heautou), imperativo de vida para los griegos que se hizo famosa con la frase “conócete a ti mismo” (gnothi seauton). No se puede conocer lo que no asombra e inquieta nuestra atención.

La regla implicaba un privilegio: “No los obtuvimos para ocuparnos de ellos, sino de nosotros mismos”, respondía Alexandrides a quien le preguntaba por qué los espartanos daban a cultivar los campos conquistados a los ilotas. Era una prerrogativa de posición y de poder para estar en condiciones de ocuparse de sí mismos. Pero, a la vez, era una regla ligada al ejercicio del poder como condición de pasar del privilegio del estatus a la capacidad efectiva de la acción política, al gobierno: no se puede gobernar a otros sin el gobierno de sí.

La máxima, aclimatada a nuestra circunstancia, es la del candil de la calle y obscuridad de tu casa.

No atender a la máxima de “inquietud de sí mismo”, es condenarse a carecer de interés, conocimiento, enseñanza, comprensión, paciencia y amor de sí mismo. “Reverencia, dice Marco Aurelio, lo que en ti hay de más eminente”.

Pero volvamos a la inquietud de sí. Ésta requiere definir qué saber de mi mismo para ocuparme debidamente de mí, primero, y de los demás, de quienes he de gobernar, después. El tema nos lleva indefectiblemente al saber y a la ignorancia, o, como lo planteó Sócrates (Primer Alcibíades), al descubrimiento de que ignoramos que ignoramos y dispara la inquietud de sí. Sócrates pregunta a Alcibíades, ávido de gobernar: ¿en qué consiste el buen gobierno? Y éste no puede contestar: “Ni yo mismo sé lo que digo. En verdad, es muy probable que haya vivido desde hace mucho en un estado de ignorancia vergonzosa, sin advertirlo siquiera.”

Lo que Sócrates le contesta conlleva una clave que las más de las veces pasa desapercibida: no te preocupes, le dice, si esto descubrieses a los cincuenta años te resultaría más arduo remediarlo, “pues te sería más difícil que cuidarás de ti mismo”. No le dice que tendría menos oportunidad para aprender a gobernar, sino para ocuparse, cuidar de sí mismo; lo que marca un abismo entre aprender, en tanto acción pedagógica, y ocuparse de sí por cuanto cultura de sí mismo, formación constante de su ser.

Para los antiguos griegos el verdadero aprendizaje es aquel que transforma el ethos, la manera, el modo de ser. Los epicúreos le llaman conocimiento útil porque transforma el ser, lo hace mejor, no solamente lo ilustra.

Pues bien, generalmente el político es alguien atento de los demás, rara vez de sí. Su faena le exige vivir hacia fuera y desplegar una presencia constante ante los otros: Santo que no es visto no es adorado, dicen. Esta presencia o imagen no necesariamente suele ser fiel a su ser, las más de las veces es falseada, edulcorada, cuando no ficticia. El político, pues, no suele ser objeto de la inquietud de sí. Los más saben qué persiguen, el poder, más no por ni para qué.

Pues bien, López Obrador es un político entregado en cuerpo y alma a la movilización de los otros. Movilización que, además, gestiona en contra de unos otros diversos; así que, ya sea por los sujetos o por los objetos de sus movilizaciones, la inquietud de los otros ha sido su ocupación en los últimos cuarenta años, por lo menos. Se preparó, luchó y triunfó para el voto de los otros, no para su gobierno, menos para el gobierno de sí.

Rara vez habla de sí y cuando lo hace es un estereotipo champurrado de héroes y frases, de suyo, estereotipados. Su visión de país es también un cliché para el efectismo electorero y discurso de plaza.

Desperdició la etapa de transición en un frenesí compulsivo que le privó de perspectiva y dimensión de la carga, tiempos y responsabilidades del gobernar. Ya en el gobierno, corre cual si el sexenio fuese de horas. Lo que para otros es tiempo para facturar el Plan Nacional de Desarrollo, para él parecieran tiempos de cosechar y trascender. Actúa como si no hubiese mañana; cual si el universo debiese crearse y consumarse en un día. No hay plan, parece decir, porque no hay tiempos para planear ni para ejecutar, todo es un tiempo único: hoy y aquí. Su gobierno todo es un ritornelo de conferencia mañanera, no un proceso hilado en el tiempo, no un proyecto de Nación. Es acción por la acción misma. Génesis, apocalipsis y juicio final en solo abrazo mañanero.

No deja de ser paradójico que un hombre que supo encontrar la paciencia y el tesón para bregar por más de 18 años al poder, quiera consumirlo todo en un instante.

Su prisa deja la impresión de extravío y desesperación. Pareciera que quiere la gloria por adelantado y en una apuesta sin ver. Corre contra el tiempo, no en el tiempo. Como si quisiera escapar de él y de su dispersión, y conquistar de un solo golpe la eternidad.

Su política de comunicación es un atropello autoinflinjido. Sus palabras se suceden sin tregua hasta convertirse en estática, sin armazón racional, sin respiro, sin intercambio. Colma el espectro, no comunica; apabulla, ataranta.

El gobierno de los otros implica el gobierno de sí. El poder es siempre una relación (mando obediencia) y todo análisis del poder parte de la relación del sujeto del poder para consigo mismo, de allí, a la relación de su poder para con otros y, finalmente, con su eficacia.

Para Séneca el conocimiento de sí debe liberar al sujeto de la servidumbre de sí mismo. El hombre, sostiene, es esclavo de sí mismo, de sus miedos, rencores, apetitos, ignorancias, vanaglorias, fantasmas. Ser verdaderamente libre implica liberarse de sí en tanto debilidades y desviaciones. El gobernante no debe ser esclavo de sus pasiones y, para ello, debe conocerlas, conocerse.

López Obrador, en sus propias palabras, haría bien en serenarse y ver cuántas de sus decisiones son verdaderamente de Estado y cuántas obedecen a otros factores que lo implican a él más que al país. Está urgido de un Sócrates que le muestre qué ignora que ignora, qué no sabe siquiera que no sabe.

Esto, además, es válido para cualquiera que detente poder. No es un problema de desconocer de moléculas o de aeronáutica, cuanto desconocer de nuestra propia ignorancia.

En los hechos ha hecho esclavo a su gobierno y a él mismo de sus conferencias (incontinencias) mañaneras. Sus prisas y las mañaneras muestran más de lo que desconoce que ignora, que de lo que sabe y domina. Su ignorancia es hija de sus dogmas. Para él ya todo está dicho y se reduce a un problema de escaleras y escobas. No hay lugar para nada más. Castrar al Estado de todo conocimiento y experiencia de gobernanza, no es un acto de austeridad; lo es de soberbia y miedo. Miedo a saber lo que no sabe.

Cuando previo a los debates se puso a pegar estampitas con su hijo en vez de prepararse, su mensaje era de soberbia: ya lo sé todo, cuando no sabía siquiera en qué y cómo prepararse, de allí el histrionismo de la cartera, la ausencia de argumentos y el reciclado de clichés.

Para Marco Aurelio los deberes del gobernante deben cumplirse a partir de una actitud moral que no es otra que la de cualquier hombre para con sus propias tareas y para con sí. “No cesariarte”, decía. Tu objetivo, no debe ser “ser el emperador”, sino ser tú mismo.

En la medida en que López Obrador se inquiete por sí mismo y por lo que no sabe que no sabe, encontrará la serie de claves que le serán propicias como presidente.

El gobierno de los otros implica el gobierno de sí. Todo poder conlleva la relación del poder con el sujeto de poder.

El “conócete a ti mismo” forma parte de tres preceptos que el oráculo de Delfos daba a quien lo interpelaba: meden agan (nada en exceso), mide lo que preguntas; Eguee, sé cauto en lo que que prometes y gnothi seauton (conócete a ti mismo), sábete bien de lo que realmente puedes hacer (y de lo que ignoras que ignoras). Preceptos vigentes para todo candidato y todo gobernante.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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