RAÍCES DE MANGLAR

Sombras incontables

Sombras incontables

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La verdadera herencia del luto

"Triste es el domingo, mis horas son de insomnio. Cariño, las sombras con las que vivo son incontables", así canta la desolación encarnada que fue Billie Holiday en "Gloomy Sunday", canción donde lo lúgubre y lo trágico son temas que invaden las entrañas y el corazón del escucha. Apenas comienza la melodía y nos percatamos del origen de la melancolía: "Pequeñas flores blancas no te despertarán jamás, no a donde te ha llevado la carroza fúnebre del dolor". La devastación que deja la pérdida de un ser amado se puede reflejar en innumerables circunstancias y una de las más observables y no pocas veces de las más ignoradas es el apego que puede surgir hacia un objeto que represente al fallecido.

Se dice que el apego desde un punto de vista psicológico es un vínculo de carácter emocional, íntimo, importante y profundo que establecen las personas con alguien o algo y con el cuál tienen una relación de calidad. También se dice que este apego es una parte importante en el desarrollo de todo ser humano y se relaciona con el sentido de sobrevivencia. Según un artículo publicado el 10 de marzo de 2015 en el sitio web Tanatología: Muerte, pérdidas y duelo por la doctora Marcela Esmeralda De La Torre Bueno, existe una base biológica firme que asegura la existencia del apego desde temprana edad como un modo de vivir cuidados y protegidos. Es decir, que el apego no es necesariamente una condición negativa siempre y cuando exista un adecuado proceso psicológico detrás: "El apego no es malo, sino el manejo y la dependencia que se crea a partir de él, el creer que sin la fuente de apego no podemos ser felices, es decir al significado que le damos al mismo".

"Los ángeles no piensan devolverte, ¿crees que se enojen si pienso en reunirnos?"

Manuel Cardona Salazar tiene 64 años, es soltero y vivió con su madre Leandra Salazar Olmos hasta el día en que ella falleció a los 83 años de edad, después de pasar cerca de un mes en agonía tras una caída. A pesar de ser parte de ocho hermanos (incluido su medio hermano Alfonso Chávez Salazar, fallecido a los 68 años cuyo caso retomaré más adelante), Manuel fue el principal encargado de la manutención y cuidado de Leandra y fue el hermano que resintió con mayor dureza el golpe. El apego que tenía Manuel hacia su madre se traslado a los objetos de su cotidianidad: ropa, juguetes que ella guardaba e incluso cabello que encontró por toda la casa. Durante las noches y por varias semanas acomodaba almohadas y cobijas en la cama donde ella solía dormir para simular su presencia.

Leandra padeció diabetes y artritis, enfermedades que exacerbaban su de por sí fuerte carácter y la hacían parecer seria y temible frente a sus nietos más jóvenes; sin embargo, esta misma dureza en su temperamento era lo que la caracterizaba y hacía ganarse el amor y respeto de su familia: "Aunque por fuera se veía que siempre estaba de malas, la verdad es que era una viejita amorosa, siempre preocupada por sus hijos y nietos", nos plática Manuel con la voz quebrada por el recuerdo de su madre.

La hecatombe de Alejandra comenzó con la muerte de su hijo mayor, Alfonso, quien, después de verse disminuido por una enfermedad neurodegenerativa, murió a causa de múltiples llagas en el cuerpo, efecto de permanecer postrado por prolongados periodos en su cama y del mal cuidado. Los pleitos subsecuentes entre Leandra y su nuera evitaron que pudiera quedarse con alguno de los bienes materiales de Alfonso. Lo único que consiguió fue una foto de él tomada durante su juventud. Leandra atesoró con vehemencia el pequeño recuerdo y lo colocó en un mueble frente a una ventana donde solía pasar horas mirándolo, hablándole. Manuel relata que frecuentemente la escuchaba decir entre lágrimas "llévame contigo, ya no quiero vivir".

Yetsi Muñoz Sherling es licenciada en Psicopedagogía por el Instituto Mexicano de Psicooncología y tiene una maestría en Tanatología por parte del mismo instituto. Tiene gran experiencia en el campo de la terapia y ostenta un diplomado en psicoterapia Gestalt en el manejo y resolución de duelo. Ella misma ha sido víctima de una pérdida significativa: la muerte de una hermana. Yetsi nos dice que el proceso de duelo necesariamente viene acompañado de mucho dolor, pero que existe una diferencia fundamental entre éste y el sufrimiento y que de no ser tratado corre el riesgo de tornarse físico: "El dolor puede durar toda la vida, el problema es cuando viene el sufrimiento, pues de no involucrar un proceso tanatológico se puede somatizar".

La depresión de Leandra repercutió directamente en sus propios males. Perdió el apetito, se volvió huraña y su artritis se agravó con rapidez. La anciana jamás recibió un tratamiento psicoterapéutico por la muerte de Alfonso. Una tarde, mientras salía del baño, intentó apoyarse en una mesa y resbaló. Se rompió la pierna izquierda. En el momento del accidente Leandra se encontraba sola en su casa y tardó en recibir ayuda largos minutos. Fue hospitalizada en una clínica particular en el municipio de Ecatepec, Estado de México, donde se le realizó una operación para implantarle una prótesis. Murió un mes más tarde.

Manuel guarda en una vitrina las cenizas de su madre y de su hermano Alfonso, además de sus fotografías. No ha recibido terapia tanatológica o psicológica de ningún tipo. Cabe señalar que desarrolló una hernia diatal, malestar que afecta su esófago y le provoca problemas tanto estomacales como respiratorios. Además sufre de sinusitis. Dice que hay días que no puede respirar y que el mal aumentó su intensidad después de la muerte de su madre.

"No dejes que lloren. Diles que estoy contenta por irme"

Gustavo Sanabria Castro es un carpintero que vive en la colonia Aquiles Serdán de la delegación Venustiano Carranza en la Ciudad de México. Gustavo perdió en enero a su hijo mayor Michel Sanabria a causa de cirrosis hepática. Tenía 24 años de edad cuando la enfermedad reclamó su joven existencia en una camilla del Hospital General de México. Los sobrevivientes de la tragedia son sus padres, su esposa Elizabeth y su hijo Iker de cuatro años. No hubo mucho entre las pertenencias de Michel que pudiera considerarse en términos económicos una herencia. La mayoría de las cosas de valor se perdieron en casas de empeño para poder solventar gastos de hospital y medicamentos. No hubo divergencias en cuanto al reparto de sus bienes.

El último año de la vida de Michel lo pasó en compañía de Gustavo y ahí quedaron finalmente sus pertenencias: ropa variada y una pulsera de hilo. Objetos de apego que Gustavo considera esenciales y de los cuáles no piensa deshacerse: "Lo que más valoro es la muda que me dieron en el hospital porque fue la última ropa que uso. Era un pants, una camisa blanca con azul claro y una sudadera color vino.

El psicólogo Martin H. Smud en su libro Sobre duelos, enlutados y duelistas ((Lumen, 2000) señala que anteriormente, en la época donde los enfermos terminales no tenían la opción de pasar sus últimos instantes en una sala médica, saturados con tubos o en reanimación intensiva, había tiempo de una despedida digna rodeado de gente querida: "Era la época donde escuchar las últimas palabras era muy importante, el conocido ‘dijo esto y se murió’ ". Gustavo Sanabria no presenció los últimos momentos de su hijo. Encontramos una fuerte analogía entre el valor que le da a la muda que vestía Michel al momento de su muerte y el papel de las palabras finales que exhibe Smud en su texto.

"La muerte no es un sueño, porque con ella puedo acariciarte"

La ausencia de referencias académicas (léase trabajos estructurados alrededor de dicho fenómeno) respecto al apego que tienen los familiares de un fallecido con algún objeto perteneciente a este es de notable interés. En la cultura se hallan todo tipo de situaciones donde dicho fenómeno no sólo es visible sino remarcable. Uno de los más célebres se encuentra en la literatura, específicamente en la obra El amor en los tiempos de cólera del colombiano Gabriel García Márquez. En esta historia se detalla cómo uno de los personajes principales encuentra el dolor de su pérdida cuando se topa de frente con las posesiones, en apariencia insignificantes pero altamente reconocibles por el uso, de su difunto esposo:

Nunca, hasta este momento, había tenido consciencia plena del peso y el tamaño del drama que ella misma había provocado cuando apenas tenía dieciocho años y que había de perseguirla hasta la muerte. Lloró por primera vez desde la tarde del desastre, sin testigos, que era su único modo de llorar, lloró por la muerte del marido, por su soledad y su rabia, y cuando entró en el dormitorio vacío lloró por ella misma, porque muy pocas veces había dormida sola en esa cama desde que dejó de ser virgen. Todo lo que fue del esposo le atizaba el llanto: las pantuflas de borlas, la piyama debajo de la almohada, el espacio sin él en la luna del tocador, su olor personal en su propia piel. La estremeció un pensamiento vago: "La gente que uno quiere debería morirse con todas sus cosas"

Yetsi Muñoz considera que para sobrellevar adecuadamente el proceso tanatológico es necesario señalar las connotaciones que conllevan el duelo. La primera connotación sustancial y a la vez una diferencia es que en nuestra cultura se relacionan de manera automática al nacimiento con la alegría y al luto con la tristeza. Es decir, la muerte arrastra simbolismos que consideramos siniestros y por lo tanto los evitamos, amén de la incertidumbre que viene fatalmente implícita. El miedo a lo desconocido es un rasgo primigenio en toda la historia de la cultura humana y quizá la de mayor abolengo hasta nuestros días.

Respecto a la frase más significativa en la novela de García Márquez, Yetsi Muñoz comenta: "Los muertos sí se mueren con todas sus cosas y se van con sus errores, con sus títulos. Somos los vivos los que atribuimos a los objetos valores y características vivas que no les pertenecen, por más valiosos que estos hayan sido para nuestro difunto". La tanatóloga da al clavo de manera casi intuitiva: la personificación de los objetos.

María Teodora Ortiz es una mujer joven oriunda de Mexcalteco, perteneciente al municipio de Altotonga, Veracruz, una población rural, pequeña y marginal (537 habitantes en 2010 según datos de INEGI). Perdió a su padre cuando ella era una adolescente. Actualmente tiene 33 años de edad y goza de paz mental y espiritual gracias a la tanatología. Recibió terapia cumplidos los veinte y aunque no recuerda exactamente cuáles fueron las circunstancias concretas que la orillaron a recibir ayuda, sabe que el duelo por la pérdida de su padre fue un proceso largo y tortuoso, además de extraño: "Tardé mucho tiempo en asimilar la noticia. Simplemente no podía creer lo que pasaba y tampoco podía expresar mi sentir como me hubiese gustado. Sentí mucha culpa por no poder mostrar mi pesar, por ser incrédula, pero no podía llorar. Fue como si estuviese seca en ese momento."

María Teodora padeció lo que la profesora, trabajadora social y psicóloga Ana María Ospina Velasco define como "duelo retardado". En su texto Cuando muere un ser amado (Universidad del Valle, 2014) nos habla de la existencia de un tipo de duelo que puede ser pospuesto y que es consecuencia del enorme shock que provoca la noticia y de la incredulidad del doliente. Como fue el caso de María Teodora, la culpa y el autoreproche fueron sensaciones inevitables debidas a circunstancias y rasgos culturales. Es decir, ella que fue criada en un contexto católico de sufrimiento y veneración hacia los difuntos, además de sentirse juzgada por los habitantes de su comunidad altamente tradicional, hermética y pequeña, sentía gran culpa por no poder representar su duelo de la manera en que le habían inculcado.

Lo que esta persona hizo para compensar de una u otra forma su luto retardado fue personificar a su padre en la ropa y herramientas de trabajo que él usaba. Fue así como una camisa y un machete se convirtieron en símbolos de gran importancia para ella: "Eran cosas que caracterizaron a mi papá y cada vez que los veía y que los tocaba sufría intensamente. No obstante, después de comenzar mi terapia y de seguir ciertas indicaciones me decidí a arrancar esos signos de mi vida. Por supuesto me deshice de las cosas de mi papá, eso ayudó mucho, dejé de sufrir".

Como terapeuta y tanatóloga, Yetsi recomienda a sus pacientes deshacerse de todo aquello perteneciente o vinculable con el difunto que les provoque sufrimiento: "Hay que quitar signos, quitar ropa, en el caso del catolicismo quitar los moños negros, quitar las cruces. En la casa mover los muebles, pintar las paredes para ayudar a las personas y así agilizar su luto. Lo que no nos permite avanzar en un duelo son los signos que se asocian con el muerto Es necesario hacer un historial clínico donde se muestre cual es su religión, tipo de familia, falta de fe, hay que considerar todo tipo de situaciones y adecuarse a ellas".

La significancia que puede obtener una cosa no sólo se sustenta en el recuerdo llano del ser amado, muchas veces es el significado de éste. Yetsi Muñoz es concisa en lo que se refiere a la simbología detrás de una herencia: "La tanatología se refiere a todo tipo de pérdidas, no es exclusiva de la muerte a pesar del gran peso que conlleva en esta disciplina. El caso de los objetos es complejo, pues no se trata del material en sí, sino que es su significado lo que lo ata al duelista".

"Soñando, sólo estaba soñando. Despierto y me doy cuenta que duermes en lo profundo de mi corazón"

Estos son algunos casos que, pese a sus diferencias sustanciales, mantienen denominadores comunes: los objetos y el apego. En algunos de ellos no ha habido un proceso tanatológico de por medio y es evidente que esto ha afectado la vida de los dolientes tanto a nivel mental y espiritual como en el apartado fisiológico. La misma Yetsi Muñoz, aún en su rol de experta, describe en carne propia lo que ella considera un adecuado proceso de duelo y el tratamiento que se le debe de dar al significado de los objetos: "Esta taza es de mi hermana, la veo, me acuerdo y me duele, pero no sufro, Sé que ella me dio esto, pero ella no es esto. La extraño, pero no hay sufrimiento. La llevo en mi vida, no a mi vida. Ese es el desapego, un ejercicio de madurez".

Mario Pérez Zuviri, psicólogo y profesor de la Facultad de Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México, nos ayuda a concretar una visión clara en esta diferencia muchas veces imperceptible entre el dolor y el sufrimiento: "La pérdida es algo inherente en la experiencia de vivir y por supuesto que siempre va acompañada de dolor. Sin embargo, es importante señalar que aunque una persona no puede evitar el dolor por una pérdida sí puede evitar el sufrimiento, es una opción que ofrece la tanatología. El duelo es la superación del sufrimiento. Es decir, superar el dolor para poder vivir con la muerte de nuestros seres queridos".

"Soñando, sólo estaba soñando. Despierto y me doy cuenta que duermes en lo profundo de mi corazón", canta Billie Holiday, con su voz áspera, activando el flujo de éter en nuestro cuerpo. La resignación se acerca, nos toca el cabello, el aire en nuestros pulmones es denso. Se siente en las comisuras, en los párpados. De pronto es un aroma cargado de ternura. Vemos esos rostros ausentes y sus momentos de magia, besos, miradas y risas. Siempre es así. Tarde o temprano debemos aprender a ondear nuestras manos: "Cariño, espero que mis sueños no te acechen. Sólo es mi corazón diciéndote cuanto te quise. Triste domingo".

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Francisco  Cirigo

Francisco Cirigo

En su novela Rayuela, Julio Cortázar realiza varios análisis sobre la soledad, exponiéndola como una condición perpetua, absolutamente fatal. Dice que incluso rodeándonos de multitudes estamos “solos entre los demás”, como los árboles, cuyos troncos crecen paralelos a los de otros árboles. Lo único que tienen para tocarse son las ramas, prueba inequívoca de la superficialidad de sus relaciones. Las personas somos como árboles y nuestras relaciones son ramas, a veces frondosas y frescas, a veces secas y escalofriantes, pero siempre superficiales. Nuestros troncos son islas sin náufragos posibles.

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