POLÍTICA

Instrucciones para un funeral feliz: tributo a Eusebio Ruvalcaba

Instrucciones para un funeral feliz: tributo a Eusebio Ruvalcaba

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Para el hilito de sangre, por quien nunca he dejado de manchar

Cuando mis abuelos cumplieron sus bodas de plata todos mis vecinos los veían como una pareja de hermosos y felices viejitos. Nadie ajeno a la familia pudo dar constancia de los problemas en aquella peculiar dupla más allá de las típicas discusiones de mercado, en las cuales mi abuela, siempre tomada del brazo de mi abuelo, solía echar sermones por el precio del jitomate y cómo ciertas prácticas de cachondería juvenil le causaban irritación del peritoneo visceral. Como dije, jamás pudieron acusarlos de alguna crisis notable y mucho menos de alguna infidelidad. Sólo los más cercanos a ellos pudimos dar fe de lo aliviada que se sintió mi abuela cuando su marido murió.

Uno podría pensar que fue comprensible esa actitud, que cualquiera se cansa de los achaques y quejas de su pareja, pero que en el fondo el luto y la añoranza por viejas batallas persiste. Por ello en alguna ocasión le pregunté si extrañaba la figura del patriarca. Su respuesta me heló la sangre: "Para nada. Así estoy bien", me dijo. Los secretos de su vida matrimonial se los llevó a la tumba. En su funeral, mientras veía su pálido cadáver pensé en mi matrimonio y me causó terror la idea de dejar una viuda feliz. Yo quiero que me llore, que me recuerde o al menos que no se le olvide prenderme una veladora el día de muertos.

Con tantos años de casado algunos me preguntan cuál ha sido mi secreto para mantener una relación tan longeva. Por lo regular ignoro a esta gente o cambio drásticamente de tema, pero si el metiche es aferrado atino a contestar un par de cosas. La primera debe de ser alguna frase paulocoehlesca, como de tarjeta de felicitación de papelería. La segunda y más probable es que mejor le pregunten a ella porque yo no sé.

Puede que no sea el baluarte de conocimiento conyugal que mis amigos quisieran que fuera (la mayoría de ellos bastante más jóvenes que yo), pero tomando en cuenta algunas de las vicisitudes más peculiares de mi matrimonio y de lo observado en aquella biosfera mezcla de olor a cochambre y limpia pisos que es el edificio donde vivo, se me ocurren algunas pautas para que tu recuerdo como marido conserve al menos un poco de dignidad pues, como bien han demostrado ciertos estudios científicos, es muy probable que estires la pata antes que ella.

1) Acostúmbrate a la costumbre. Esto es vital y es la razón por la cual muchas parejas jóvenes truenan como ejotes, porque esperan que el hierro siempre esté al rojo vivo, algo imposible y hasta agotador. Es común escuchar a los babas decir cosas como, "evita la rutina" o "no te olvides de los detalles" y está bien, no son malos consejos. El asunto es que después de algunos otoños se vuelve cada vez más difícil inventar el hilo negro y, tarde o temprano, se nos olvida. Cuando la pasión se le acaba a uno de los dos, éste ni siquiera se da cuenta, en cambio el otro resiente la falta de atención y suele ponerse muy mal. Lo recomendable sería que se le consuele dos, tres veces y ya, pero cuando la molestia persiste suele ser agotador, sobre todo porque el despasionado no cree necesario (ni justo) padecer el mismo drama todos los días. ¿Ya había dicho que es agotador?

Con el tiempo, los ideales que atamos a nuestras parejas comienzan a disolverse. Empezamos a fijarnos en cosas que antes ni pelábamos, como en sus patas de gallo o en lo mucho que le gusta hablar con la boca llena. Por su parte, ellas también comienzan a ver a través de nosotros y poco a poco las bromas se vuelven reclamos genuinos: que por qué estás tan panzón, que nunca me ayudas en nada, etc. Lo correcto es no exasperarse y aprender a vivir con ello, pues como dije, los ideales se van desmoronando y abren paso al conocimiento del verdadero ser. Si logras que te guste lo que queda tras la deconstrucción entonces ya la llevas de gane, si por el contrario te desagrada el rumbo que tu matrimonio está tomando, un buen indicador es tu suegra. Compárala con ella. Si tu mujer todavía no adquiere esos rasgos malignos que tanto desprecias estás a tiempo de girar el timón, pero si la metamorfosis ya se dio entonces ya te jodiste. Aunque bueno, dicen que hay algo por ahí llamado ‘divorcio’. También se vale salir a comprar cigarros.

2) El sexo es la clave. Desconfía de aquel que te diga que hay cosas más importantes como cuidar a los hijos o la paz mundial, es obvio que el tipo no sabe nada. Aprende a ser un buen amante, utiliza todos los recursos a tu alcance. Si eres tarado lee a Sade y a Sacher-Masoch; consulta a gente experta en el tema como prostitutas, gigoloes, proxenetas y monjas; escucha a Otis Redding y a Chaikovski. Haz todo lo posible por volverte un digno contendiente en la cama. Aprende a utilizar la palabra ‘puta’ con precisión quirúrgica y no abuses del lenguaje soez porque lo puedes pasteurizar. El sexo es un arte, vuélvete artesano de la piel y no dejes ningún rincón de su cuerpo sin explorar.

Pon todo tu esfuerzo en este apartado porque si fracasas no sólo le traerás malestar a tu relación, sino a todo el mundo, pues nada hay peor que una malcogida. Para que te des una idea, la malcogida es la que cuando le pagas con un billete grande te regresa puras moneditas de cambio; la que puede aplazar indefinidamente tu cirugía a corazón abierto sólo porque te pareces a un primo que no soporta o la que te rebotó el cheque porque está ovulando. Categorías taxonómicas aparte, estas féminas sólo quieren que todo arda porque ellas mismas no pueden arder. Por supuesto, habrás de suponer el daño que nos has causado a todos los demás por tu falta de pericia: arrepiéntete de tus pecados.

3) La de "perrito" es infalible. Esta posición sexual, junto con algunas de sus variantes como "chivito viendo al precipicio" y "así te quería agarrar" encarnan a la perfección la dinámica hegeliana de amo-esclavo o dominante-dominado, tan irresistible para la libido humana que ni Simone de Beauvoir la podía refutar. Lo mejor es que son un recurso insuperable para la fidelidad. Me explico: después de un tiempo, ni los más puritanos pueden soportar el asedio de la concupiscencia. Poco a poco te vas fijando en lo bien que se ve esa chica o aquella otra. No lo puedes evitar, el deseo te corroe, pero también es normal y justo que no quieras transgredir el pacto sagrado. Amén de la culpa. ¿La solución? La Doggy Style.

¿Cuál es la ventaja real que ofrece la posición del perrito? Que no le ves la cara y puedes dar rienda suelta a tus fantasías sin temor. Entonces aquel cuerpecito puede llamarse Pánfila, Apolonia, Ignacia, Macaria o como quieras. No hay límites ni vicisitudes, ninguna consecuencia legal o material, claro, siempre y cuando no se te ocurra cambiarle el nombre de verdad. Si te pasa ten por seguro que ya no lo cuentas. También debes considerar que tampoco a ti te está viendo de frente, así que no te quejes si terminas haciendo de Pánfilo, Apolonio, Ignacio, Macario o quien ella quiera. El que se lleva se aguanta.

4) Se un mal padre. Comúnmente se dice que los hijos son los cimientos de la familia, pero nada hay más errado. En realidad, los hijos son bombas de tiempo para los matrimonios y mientras más listo sea el chamaco peor. Olvídate de las mieles de recién casados, olvídate del encontrón en la cocina o en el comedor. La que antaño era una mujer en plenitud cachonda ahora es una madre paranoica preocupada por el bienestar mental de sus hijos. El apretón espontáneo de nalgas y de busto es sustituido por sentencias como "estate quieto" y "los niños nos van a ver". Cuidado, no vaya a ser que terminen siendo objeto de escrutinio del congreso extraoficial de quinto de primaria y te manden a llamar a la dirección. Como es un error subestimar al niño, lo adecuado es que lo pongas frente a ti, te arrodilles para quedar cara a cara, lo mires directo a los ojos y aprovechando sus conocimientos en Ciencias Naturales le digas lo siguiente: "tu mamá y yo vamos a hacer como que nos apareamos. Por favor, vete a jugar a otro lado". El niño, más asqueado por imaginar a sus papás que por la naturaleza de la plática, comprenderá que es mejor huir cuanto antes y les dará el espacio que requieren como pareja. Tal vez no sea lo que aconseje la Unicef, pero te aseguro que funciona.

5) Aprende del cinismo. Esto es algo que muy pocas mujeres reconocen abiertamente, quizá porque no les conviene, pero jamás de los jamases preferirán a un pasguato inseguro que se pone de tapete antes que a un hombre que sabe lo que quiere. Eso es indiscutible. Aprende pues de aquellos patanes que siempre has odiado y atrévete a lo impensable. Contempla a otras mujeres frente a ella, no temas ponerla celosa. Demuéstrale que eres capaz y que si no la engañas no es porque no puedas, sino porque no quieres. Ante el primer berrinche, muestra indiferencia, no cedas por más que te tiemble la mano, cualquier señal de debilidad echará por tierra todo lo conseguido. Hasta la fecha la ciencia no ha podido explicar por qué este método es tan infalible y quizá nunca pueda. De nada.

6) Vuélvete un mártir. No, no me refiero a que te vuelvas Charlie Brown, pues pocas cosas tan repulsivas como un gafe autoindulgente. Lo que quiero decir es que lleves tu amor al extremo, que te vuelvas indispensable, que seas su mundo y todo gire en torno a ti. Y sí, justo ahí, en el momento más alto del desenfreno… muérete. Y no metafóricamente; muérete de verdad. Si en serio quieres ser recordado de la mejor manera, no hay nada que supere morir en el momento exacto Si puedes hacer que parezca trágico o accidental mucho mejor. El único amor eterno es el que está marcado por el signo del "qué hubiera sido si". Digo, a cierto aspirante presidencial y al Che Guevara les funcionó.

7) Explota su sensualidad. Este paso no es para pusilánimes, así que si tú eres de esos que no soportan las vísceras mejor sáltatelo. El peor error que cometemos los hombres es menospreciar a la mujer. No importa quien sea, dentro de aquella criatura se encuentra un ente de erotismo puro. No es fortuito que a través de ella (y por ella) brote la vida. Probablemente sea nuestro miedo a quedar anulados, a que no nos guste lo que encontremos y por ello negamos su sensualidad intrínseca. El horror de saber que no somos los únicos ni los más preciados, que no acaparamos su deseo y que les tememos porque las sabemos superiores. Aun sabiendo esto, no nos atrevemos a reconocerlo por temor a que encuentren algo mejor, porque lo merecen.

Entiéndelo de una vez, no somos competencia para ellas, su mundo es otro y si no emprenden el vuelo no es porque sus alas sean inservibles, es porque las hemos mantenido entumecidas. El amor, como dice la célebre Habanera, "es un pájaro rebelde que nadie puede domesticar". Una vez percatados de esto, ¿por qué no apelar a esa naturalidad y a esa libertad para nuestra conveniencia? ¿Por qué imponerles una moral antinatura cuando lo que deberíamos de hacer es liberarnos junto con ellas? Pobre de aquel zafio que ningunee a su esposa y que no promueva sus deseos más profundos. No sabe que nada sorprende más a una persona que descubrir que en verdad la conocen. Es el único medio para que nos consideren Primus inter pares. Hombres, no hay motivo para sentir vergüenza de nuestra inferioridad. ¿No cayó Troya por una mujer? ¿Acaso no fue Susana, una mujer, la única que arruinó a Pedro Páramo?

Estimado lector, queda usted advertido que las instrucciones para un funeral feliz aquí plasmadas no son infalibles (sólo algunas) y el resultado de las mismas puede variar dependiendo la pericia de cada individuo. Estoy convencido de que son funcionales y que deberían ser material propedéutico aunque requieran de lectura guiada. Sin embargo, en caso de que alguna o todas resulten en el fracaso parcial o total de su matrimonio, absténgase de echarme la culpa. La moneda la echó usted en el momento mismo en que decidió compartir su vida con alguien más. Por cierto, para su viuda mi más sentido pésame.

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Francisco  Cirigo

Francisco Cirigo

En su novela Rayuela, Julio Cortázar realiza varios análisis sobre la soledad, exponiéndola como una condición perpetua, absolutamente fatal. Dice que incluso rodeándonos de multitudes estamos “solos entre los demás”, como los árboles, cuyos troncos crecen paralelos a los de otros árboles. Lo único que tienen para tocarse son las ramas, prueba inequívoca de la superficialidad de sus relaciones. Las personas somos como árboles y nuestras relaciones son ramas, a veces frondosas y frescas, a veces secas y escalofriantes, pero siempre superficiales. Nuestros troncos son islas sin náufragos posibles.

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