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PEMEX

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Liposucciones.

En mi carrera profesional sufrí muchos desencuentros y recortes en carne propia. Por fortuna siempre tuve junto a mí a una mujer, mujer-compañera, amante y madre de mis hijos, que confió en mi: ‘no te preocupes amor, saldremos adelante’; estas pueden ser las mejores palabras de mi recuerdo por el sector público. Y es que yo le renuncie a un subsecretario por ser abusivo y como se dice ahora, aún sin pruebas, ¡corrupto fifi’! Renuncié varias veces a Directores Generales por enchílame esta. Cosas de la juventud, verá usted, y de los ideales que a veces no compaginan con el diario acontecer. Y en otras ocasiones fui defenestrado por inconforme, por rebelde, o por culpa de alguna periodista que exageró mi ponencia.

Ingresé a PEMEX en la Contraloría, con un señor bueno que resultó más bien malo. Mojigato y mediocre. Trabajé en la empresa más grande e importante del sector público después de consolidar una buena trayectoria, principalmente en Hacienda, Banobras y el sector de Liconsa y Diconsa en la época de Juanito, que nunca dio el estirón. Nunca abandoné mis clases en Economía y de Contaduría y Administración, de donde guardo mis mejores recuerdos de los dos Ceceña, padre e hijo, de quienes fui adjunto, de mi amigo Armando Labra y de Echenique, quien creo que debió completar un segundo periodo en Contaduría y que, por alguna razón que ignoro, no pudo.

Antes fui director de Finanzas en el INBAL, gracias a un alumno-amigo que habló bien de mi, junto a un carismático jefe de nombre Reygadas, padre del famoso cineasta y, creo yo, influido por aquel otro Alejandro Ferrretis de Japón e inmisericordemente asesinado en San Miguel de Allende.

En aquella época, el sector público tenía la marca de recortes del maestro Aspe, el del mito genial, itamita de cuerpo y alma, contrario a todo lo que soy yo, de la UNAM.

Vi al secretario una media mañana mientras yo, defraudado-desesperado y rezando en San Jerónimo, con la enorme responsabilidad de mantener a tres hijos, y sin querer aceptar el apoyo paterno -cuando uno requiere hasta a las once mil vírgenes les ruega-; lo vi entrar en la nave principal de la iglesia, donde me casé años antes y donde el maestro Carlos Esteva y su orquesta tocaron con maestría el Adagio de Albinoni, entre otras piezas seleccionadas.

Pedro me quiso reconocer y me saludo con gentileza, en un apartado hablamos de amigos comunes y le dije comiéndome las palabras: sabe usted, debo de agradecerle el recorte, uno más, quedé fuera y ello me permitió tener una mejor vida con cosas más interesantes qué hacer. El maestro Aspe sabía que lo engañaba, sonrió con benevolencia. Váyame a ver, dijo. Nunca fui.

En esas andaba cuando un amigo tlaxcalteca (a quien debiera de frecuentar más), de los buenos amigos que enriquecen y a quien conocí en el INAP, me invitó a PEMEX: te van a hablar, me dijo, de parte de ese señor bueno, espero sea lo que te convenga, tenemos interés en gente como tú.

Permítaseme aquí hacer un apartado para subrayar la calidad y relevancia de la amistad en las relaciones entre mexicanos, cuando le otorgamos el grado de amigo a nuestro compadre, vecino o conocido, el mundo puede venirse abajo, pero ningún amigo es chivato. Eso es de los gringos, business as usual.

Un amigo en México es con quien hacemos negocios, nos emborrachamos y aunque luego nos la refresque le presentamos a la prima. Un amigo es alguien a quien se debe de cuidar y agradecer. El mundo mexicano en todas las áreas está hecho de amigos ¡oh paradoja! que a veces se convierten en los verdaderos enemigos.

Pues muy contento llegué a la inmensa torre de PEMEX, pronto aprendí que debía de llegar muy temprano para no sufrir más de una hora en la estacionada diaria, y eso a pesar de ser de los privilegiados con acceso al adjunto.

Me acostumbré a saludar con respeto a la estatua del Tata, a pesar de que corría el chiste que cada vez inclinaba más la cabeza por el peso de las tarugadas de las distintas áreas: producción, exploración, refinación, gas, petroquímica, PMI, administración, órganos de control y demás, que cada vez eran más evidentes, obvias y llenas de transas.

En esas andaba cuando nos invitan a una reunión, supuestamente de rutina, con cafecito y cada quien con su libreta de apuntes. El ambiente era tenso, bien a bien nadie sabía lo que pasaba.

Pues resulta que la señora esposa del mero mero del último piso, muy amiga de la señora Martita, se fue a operar a Houston y pagó las liposucciones con la tarjeta oficial.

Era un secreto a voces que el asunto de médicos cirujanos y botox no debiera ir más allá del órgano de control. La cosa es que, como de costumbre, cuando alguien quiere guardar un secreto, el amigo lo cuenta al otro y el otro al enemigo y al día siguiente la prensa cabeceó la noticia. Y a las diez de la mañana todo el conjunto era un hervidero, como cuando el 9-11 que interrumpió nuestro plácido e idílico día de formatos, reportes y reuniones.

Todos fuimos llamados a cuentas y muchos, los que no éramos tan bien recomendados, fuimos echados de Pemex, a algunos no les dejaron recoger incluso sus mínimas pertenencias, sus retratitos y otras cosas. Los vi llorar y maldecir. Nos llevaron en camionetas con el logotipo de PEMEX hasta el juzgado a firmar, recordé entonces el camino al cadalso de una novela favorita y cerré los ojos en el tráfico y el calor de Marina Nacional a las dos de la tarde. Vi la clásica fotografía de las ovejas rumbo al precipicio.

Yo los demandé en la Junta y gracias a mi amigo, abogado, exempleado también de Pemex, Javier a.k.a., el SuperChiu, famoso músico y promotor de refinados violines, y ganamos después de 10 años. Me advirtieron que nunca más volvería a tener acceso a la torre. No más formatos, reportes, ni querer saber de liposucciones.

En uno de esos sueños recurrentes que a veces tenemos, veo a todos los trabajadores de Pemex, diciendo "no se deje mi lic, Pemex es de todos".

Arturo Martinez Caceres

Arturo Martinez Caceres

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