POLÍTICA

¿Descuido? ¿Olvido?

¿Descuido? ¿Olvido?

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Como si los neoliberales que negociaron el actual modelo de desarrollo hubiesen visto única y exclusivamente por los segmentos de la economía en los que era posible hacer negocios rápidos y jugosos, dejando a que nuestros hombres y mujeres de campo se

Ningún abandono más absoluto que el del campo mexicano. Es holístico. No admite resquicio, ni fatiga. Es de terca y escrupulosa consistencia.

El Estado y las políticas de fomento agropecuario desaparecieron de su horizonte; la banca de desarrollo y los apoyos gubernamentales sólo llegan a los grandes productores de exportación. El financiamiento es inexistente para el campesino.

26 millones de mexicanos viven en el campo y desearían vivir del campo. Apenas y mal sobreviven en condiciones de miseria, insalubridad, ignorancia y desnutrición obesa.

La mortalidad infantil es 10 veces mayor en el campo que en las ciudades y la expectativa de vida es menor en 15 años en las áreas rurales que en el resto de País. Más de la mitad de la población rural tienen a mujeres por jefes de familia y la edad media de la población rural es de 54 años.

La violencia, el crimen organizado, la inseguridad, la explotación, la corrupción y la injusticia hallan en el campo mexicano tierra fértil para su inquina.

El campo es el principal expulsor de mano de obra y de jóvenes.

En 1992 llevamos a cabo la reforma al 27 constitucional, supuestamente, para poner al campo a tiempo con el gran desarrollo que anunciaba el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. De entonces a la fecha, lo único que ha llegado al campo mexicano es descuido, olvido, abandono. Retazos de acciones asistencialistas, desaparición de economías regionales, eclipse de políticas y de programas de fomento a la producción agropecuaria; fragmentación y dispersión de políticas, programas, apoyos y esfuerzos; desinversión, rezago educativo, alimenticio, social, de servicios y de infraestructura. Pérdida de capital humano, físico, natural, social y financiero.

Por si fuera poco, en complicidad con autoridades agrarias, la tierra social con vocación urbana, industrial o turística ha sido acaparada por ladrones de cuello blanco embozados de ejidatarios.

Es tan absoluto, generalizado y consistente el abandono, que no se puede más que pensar que sea producto de una suicida intención, como si los neoliberales que negociaron el actual modelo de desarrollo hubiesen visto única y exclusivamente por los segmentos de la economía en los que era posible hacer negocios rápidos y jugosos, dejando a que nuestros hombres y mujeres de campo se muriesen en la inanición, la migración, la insalubridad y la tristeza.

Somos importadores netos de alimentos. En donde todo crece silvestre y denodadamente, el mexicano se muere de hambre; donde priva el yermo también. Donde el agua hace estragos, el mexicano se muere de hambre; donde su ausencia impera, también.

La soberanía alimentaria es un lugar común, no pilar de la sobrevivencia y seguridad nacionales.

La pregunta es si hemos llegado a esta desastrada realidad por descuido o por olvido, o por intencionada decisión.

De qué nos sirve exportar petróleo, autos o televisores si no somos capaces de autoalimentarnos.

Ningún país puede ser verdaderamente libre, independiente, soberano y viable sin capacidad alimentaria.

¿Los índices macroeconómicos que tanto entusiasman a nuestros economistas se pueden comer?

En reportaje de Martha Martínez en Reforma (27-i-13) se nos informa que en México mueren por hambre 23 personas diariamente. Casi uno por hora.

Según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social, la población con hambre o acceso limitado a alimentos sanos y nutritivos aumentó entre 2008 y 2010 de 23.8 a 28 millones.

Y son en estados vergel como Veracruz, Tabasco, Campeche y Chiapas donde se concentra mayormente el hambre.

Más de veinte años de abandono del campo mexicano han derivado en disminuciones crecientes de productos en los que antes éramos autosuficientes.

El petróleo que se nos promete como palanca de desarrollo sólo será moneda de cambio para alimentos que, de seguir por este camino, ni todo el petróleo del mundo podrá pagar.

Nuestros partidos y legisladores han ocupado un cuarto de siglo discutiendo elecciones, órganos y presupuestos electorales. Nuestros economistas llevan el mismo tiempo defendiendo un modelo de desarrollo en el cual 26 millones de mexicanos no tienen cabida; el campo se ha despoblado y vuelto impotente; los mexicanos mueren de hambre día con día. Pronto habremos olvidado qué es sembrar y cómo se cultiva.

Habrá quien se sienta a salvo tras las murallas de su urbe, pero no hay muralla -tampoco frontera- que detenga el hambre.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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