POLÍTICA

No llores

No llores

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Se demanda de una desmemoria insondable y una inocencia sin parangón para creer que los amos de la doble moral y señores del chantaje habrán de cumplir pacto cualesquiera

Vilipendiado que fue; habrá de ser aquilatado en su momento.

Apostó todo a su más firme convicción, y lo perdió.

Eran los tiempos en que el foxi-marthismo se solazaba en un poder mediocre e impotente, pero autoritario.

Un año de su gobierno lo dedicó en defender la soberanía de su Estado. El Artículo 41 constitucional fue su fundamento y razón. En aquel ya distante pasado el ordenamiento hacía agua. Hoy es letra muerta.

Perdió la guerra, más no las razones política y constitucional de su firme convicción. Murió convencido que por más Tribunal Superior, nueve magistrados ajenos a su entidad no podían, ni debían, decidir por sobre la soberanía popular depositada en el Congreso del Estado. No fue una lucha por la democracia y en la ley; fue un juego de vencidas entre un PAN hecho gobierno y soberbia, y un estadista que defendía las determinaciones de su pueblo.

Ya muerto, su féretro fue cubierto con la bandera de Yucatán, nunca el lábaro fue mejor desplegado, que en ocasión de honrar a quien posiblemente sea el último de sus hijos que supo defender a su Estado, a costa de su prestigio personal y carrera política, contra un centralismo avasallador, leguleyo y autoritario.

Víctor Cervera Pacheco se opuso al capricho electorero de Acción Nacional y sus aliados mediáticos de imponer desde el centro una autoridad electoral por sobre la determinación soberana de un poder constituido.

La cantaleta panista fue la misma falacia sobre la que ahora nos han impuesto la aberración llamada Instituto Nacional Electoral: que los órganos electorales locales responden al capricho de los gobernadores. Claro, mientras sean priistas, porque si son de otro signo su aserto no se cumple. Y en lugar de regular el ejercicio de la función, castraron al encargado de ejercitarla. Y no crea Usted que hablo de los gobernadores; hablo del ciudadano mexicano.

Cervera se opuso defendiendo, en su carácter de Gobernador, una determinación soberana del Congreso de su Estado. Peleó en su papel, obligación y función constitucionales por el respeto a la determinación de los yucatecos constituidos en Estado sobre la integración de su órgano electoral local.

Contra ello, los panistas elevaron su destemplado y falaz discurso de que era él un político dinosáurico y antidemocrático. No era la historia personal de Cervera Pacheco lo que se jugaba, era la soberanía inmanente al pueblo de Yucatán. Y se perdió.

En lamentable momento el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se plegó al capricho de la derecha montaraz y de charol. Por sobre poderes democráticamente constituidos, una junta de notables ajenos a la realidad yucateca, igual que monarcas de metrópolis coloniales.

Los demás señores que cobraban como gobernadores –sabrá Dios si algún día efectivamente gobernaron, es decir, si acataron y defendieron el mandato e interés de sus pueblos- hicieron como si la virgen les hablaba. Cualquier aprendiz de estadista hubiese advertido lo que Cervera distinguió con prístina claridad: el regreso al Siglo XIX, la República centralista, las Siete Leyes y el Supremo Poder Conservador.

Hoy, alegando un avance sin par donde sólo hay detritus de caprichos y chantajes, ha sido el remedo de un Congreso de la Unión, convertido en caja de resonancia de una mesa de acuerdos en lo oscurito, quien se ha plegado al atropello panista: las elecciones en los Estados se han centralizado: el mexicano no es apto para la soberanía ni la democracia. Tal es el mensaje.

En algún quiebre del camino, los funcionarios encargados de organizar los comicios se autoproclamaron representantes de la ciudadanía. Nadie los eligió, fueron y son producto de copulaciones cupulares. El siguiente paso fue asumirse "ciudadanizados", es decir, más ciudadanos que todos los ciudadanos juntos. El final de la historia ha sido expropiar de los ciudadanos la capacidad de organizar sus propias elecciones.

El PRI calla y se somete al chantaje opositor, creyendo cándidamente que en algún momento, a cambio, le hagan el favor de aprobarle alguna de las verdaderas reformas estructurales que requiere el País.

Se demanda de una desmemoria insondable y una inocencia sin parangón para creer que los amos de la doble moral y señores del chantaje habrán de cumplir pacto cualesquiera. El caos total imputable al PRI es su apuesta y ruta, y van por ellas sin obstáculos.

Ricardo III cambiaba su reino por un caballo; el PRI y su gobierno entregan a México por una quimera de reformas.

Algún día, a quien corresponda inventariar los estragos de estos extraviados lances, habrá de recuperar el varonil, comprometido y estoico desempeño de Cervera Pacheco en la defensa del federalismo mexicano y la soberanía inmanente al pueblo, y habrá de reclamar a nuestra generación lo que la madre de Boabdil recriminó a su vástago a la vista de una Granada reconquistada: "No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre".

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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