PARRESHÍA

Orwell, manual para tiempos difíciles

Orwell, manual para tiempos difíciles

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"La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento

Orwel es hoy más actual que en sus tiempos; porque, como sostiene Santiago Alba Rico, "estamos recomenzando el siglo XX"; presenciamos una "desdemocratización planetaria (…) un ‘Weimar global’, igual que en los años veinte a treinta del siglo pasado: el desprestigio de la democracia se extiende por todo el mundo" (El Gran retroceso, Seix Barral, 2017).

Alba Rico descubre en nuestro acontecer, además de xenofobias y neofacismos, "destropopulismos", que "reivindican y legitiman la necesidad de reducir el disfrute de los derechos civiles y económicos a una parte de la población". Concluye: "volvemos, en definitiva, a las guerras interimperialistas de 1914 y al autoritarismo de los años treintas, pero con armas nucleares, imaginario mercantil, redes sociales, cambio climático y terrorismo estructural; y sin izquierda organizada ni alternativa sistemática".

Los autoritarismos de los años treintas regresan recargados en populismo. Sobre este reencuentro con Orwell, Jean Seaton, BBC Mundo (23 v 18), sostiene que hoy podemos hacer otra lectura del "1984", porque nos hemos situado en la carretera del infierno.

Orwell escribe en la posguerra (1948) y nos presenta un mundo totalitario y alienado en un imaginario 1984, donde impera el indoctrinamiento y el control político: el Big Brother y el aparato omnipresente del Partido con sus Telepantallas y su Policía del Pensamiento, encargada de perseguir el "crimental", crimen mental. Pensar es un delito perseguido por las fuerzas del orden que, siendo un proceso interno, hay que descubrirlo en la "expresión impropia" de la mirada, de los rostros, en la "caracrimen", que delata el "crimental".

De allí que todo se encamina a evitar el pensamiento (por ende, la libertad): no se trata de cambiarlo, cuanto de imposibilitarlo; por ello la "neolengua", un ejercicio que no es de creación de nuevas palabras como de destrucción: aniquilar "centenares de palabras por día (…) podando el idioma para dejarlo en los huesos". Porque la "neolengua" busca "limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente"; al final, hacer "imposible todo crimen del pensamiento", imposibilitando el pensamiento mismo: "La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia".

Con el pensamiento desterrado, el sistema "llegaba casi a persuadirle que era de noche cuando era de día". Se "negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común". Y como el pensar, así entendido, genera dolor y desesperación, el Ministerio del Amor atiende esos temas y, de paso, tortura y aniquila "a todo disidente" bajo el mecanismo de "vaporizarlo"; convertirlo en "nopersona", desapareciéndolo no solo físicamente, sino evaporando con él todo rastro o memoria de su existencia previa. Para ello operaba el Ministerio de la Verdad y sus "agujeros de memoria", la "mutabilidad del pasado" y el "doblepensar".

Los "agujeros de memoria" eran orificios por donde se echaban al incinerador del pasado toda prueba de una existencia previa: fotografías, periódicos, grabaciones, libros, documentos públicos, videos, etc.. La tarea era a su vez destructiva y creativa; se borraba el pasado y se reescribía constantemente según las circunstancias: si ayer se estaba en guerra con Euroasia y hoy con Asia Oriental, todo registro se cambiaba para actualizar a uno como aliado y otro como enemigo, aunque innúmeras veces hubiesen ya cambiado los papeles.

Los "agujeros de memoria" eran instrumentos del principio rector de la "mutabilidad del pasado": "El que controla el pasado, decía el slogan del Partido, controla también el futuro. Y el que controla el presente, controla el pasado", bastaban "una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto se le llamaba "control de la realidad".

La neolengua tenía una palabra especial para el "control de la realidad": "doblepensar". "Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer, sin embargo, en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender (que) la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar".

"Todo, finalmente, se disolvía en un mundo de sombras" y de inconsciencia. En una sociedad jerárquica basada en "la pobreza y la ignorancia", donde "es preciso que (el hombre) sea un fanático ignorante y crédulo en el que prevalezca el miedo, el odio, la adulación y una continua sensación orgiástica de triunfo", que "posea la mentalidad típica de guerra".

Muestra clara del doblepensar eran los lemas del Partido: "La Guerra es la paz", "La libertad es la esclavitud", "La ignorancia es la fuerza".

Y no podían faltar el Ministerio de Paz, "que desata las guerras" y el Ministerio de la Abundancia, encargado del hambre y de maquillar las estadísticas al amparo de la mutabilidad del pasado y el control de la realidad.

Finalmente, la cereza del pastel: los "Dos Minutos de Odio" cotidianos. En todas las Telepantallas aparecía la imagen del villano favorito, que en realidad nadie sabía si existía, había existido o llegaría a existir. Emmanuel Goldstein, "El Enemigo del Pueblo", con mayúsculas, el causante y explicación de todos los males que contagiaba a la masa ira y miedo, y generaba incontenibles exclamaciones que antes de un minuto alcanzaban el frenesí. Lo peor era que nadie podía resistirse al odio, al que se era "arrastrado irremisiblemente": "Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo parecía recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante. Y sin embargo, la rabia que se sentía era una emoción abstracta e indirecta que podía aplicarse a uno u otro objeto."

Pues bien, releo a Orwell y encuentro el "1984" trazos de nuestra realidad: neolengua y doblepensar: fifís, conservadores, corrupción, 4T, purificación, "ternuritas"; palabras que adquieren nuevos, acomodaticios y equívocos significados, según las circunstancias. Pero baste mentarlos para explicar y justificar un roto o un descosido. Símbolos multiusos, generadores de emociones condicionadas de ira frenética y desmandada, pero de sencilla vaciedad y "absoluta falta de contenido". No hace falta razonar ni argumentar, basta esgrimir las neopalabras, con sus acomodaticios neosignificados, para imponer la verdad única e irrecusable. Para quien quiera seguir gobernando por siempre, dice Orwell: "es imprescindible que desquicie el sentido de la realidad".

El crimental lo encuentro en no creer en la 4T y en su parábola voluntariosa. En pensar y poder pensar diferente.

El doblepensar lo encontramos en la creación del Consejo para Impulsar la Inversión y el Crecimiento Económico de la mano con la cancelación de la mayor inversión en infraestructura en Latinoamérica (NAIM), así como la pérdida de empleos y cierre de empresas por la omisión gubernamental ante las tomas de vías férreas en Michoacán y huelgas locas en Tamaulipas. El privilegiar la dádiva clientelar a las madres, en perjuicio del cuidado profesional de sus hijos al cancelar el programa de guarderías, así como la proclama una educación de calidad frente al convencimiento de "el pueblo es más preparado que todos los doctores del mundo", o el castigo a la "mafia científica", por científica, no por mafia.

El doblepensar también lo encontramos en su método de defensa, revirtiendo siempre el argumento a hechos y personajes del pasado; nunca responden de y por su actos, todo lo reencauzan a otros.

El doblepensar lo vemos por igual en la propaganda turistíca del nuevo gobierno, que confunde el turismo con el burdo proselitismo político electorero y con la abyección.

La "mutabilidad del pasado" la encontramos en el tema del Ejército, ayer, y la Guardia Nacional, hoy; pero también en la divisa de reescribir la historia imponiendo una visión épica sobre el pasado y el presente, creando Comisiones de la Verdad para reescribir Ayotzinapa -un ayer incomodo al nuevo gobierno- y hacer las veces de Policía del Pensamiento (Ver Tlacaelel de la 4T y Verdad, mentira y política), así como constituir un Consejo Asesor de Memoria Histórica y Cultural bajo la probable encomienda de acomodar la historia a la nueva narrativa oficial: "reformar el pasado, para Orwell, es la necesidad de salvaguardar la infalibilidad del Partido".

Los "dos Minutos de Odio", se reinventan en Conferencias Mañaneras, desde donde se impone la agenda diaria de polarización y doblepensar, por las que se suceden el estigma casi místico de los villanos favoritos de la 4T .

La "mutabilidad del pasado" y los "dos Minutos de Odio" se hermanan en las mañaneras: ayer García Alcocer era el villano favorito, antier fue otro, hoy es alguien más, mañana y pasado desfilarán nuevas víctimas conspicuas*.

Todo el aparato de poder en "1984" busca meterse dentro del individuo hasta aniquilar su yo, su capacidad de reconocer y su posibilidad de actuar en el mundo real.

Con aíres stalinistas en la Secretaría de la Función Pública se prepara una Ley de Protección y Estímulo a Informantes y Alertadores Internos de la Corrupción. ¡Cómo no se le ocurrió a Orwell! Pronto el "caracrimen" será realidad en México.

"1984", concluye Seaton, es un manual para tiempos difíciles. Éstos, lo son.








* En "1984" existía la condecoración al Mérito Conspicuo, cuya antítesis bien podría ser la víctima conspicua.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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