POLÍTICA

La Cuestión

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Seguir siendo México con y para los mexicanos; o ser México para bienestar y progreso de unos cuantos o de otros. Ciudadanos plenos o vasallos colonizados por la metrópoli globalizada y sin cara

Quizás la retacería de nuestra reforma política no sea obra de la rebatinga de nuestros líderes de partidos, ni el arbitrario amontonamiento de sus ocurrencias, rencores y frustraciones.

Si se le observa a la luz del resto de las reformas puede llegar a mostrar un cierto sentido que permita avizorar hacia dónde vamos, si es que existe puerto de arribo en nuestra carta de marear y si éste es común, es decir, nos incluye a todos.

Gustavo Madero, en su triunfalismo provinciano y torpeza universal, presume el ADN de las reformas y proclama a los cuatro vientos el fin del Nacionalismo Revolucionario.

Y en una cátedra más de su ya proverbial ignorancia, nos dice qué entiende por Nacionalismo Revolucionario que, para no repetirlo, valga informar al amable lector que lo equipara al PRI y a lo peor de sus gobiernos; aunque si de miasmas hablamos hay 12 años panistas que no cantan mal las rancheras.

En fin. Madero se equivoca al interpretar el Nacionalismo Revolucionario y, aún más, en enterrarlo.

El Nacionalismo Revolucionario no es el PRI, aunque éste se lo haya querido apropiar. Allí es donde yerra maderito.

El Nacionalismo Revolucionario tiene raigambre histórica y no puede ser propiedad de nadie porque es en nosotros.

Nuestro nacionalismo parte del propósito primigenio y social de que los beneficios de nuestro suelo y nuestro esfuerzo sean para los mexicanos, tras tres siglos de coloniaje español. Quisimos patria y libertad porque, teniendo territorio, comunidad e identidad, nuestra riqueza y nuestro trabajo eran para otros en una remota metrópoli. Quisimos autogobernarnos para que las decisiones, los esfuerzos y los beneficios fueran nuestros y no de otros.

El nacionalismo, para muchos trasnochado y de mode, corre por nuestras venas y sigue siendo legítimo y vigente. Quizás hoy más que nunca.

Lo Revolucionario se inserta en nuestro ser con el contenido social de los Sentimientos de la Nación del gran Morelos, que se hace proyecto nacional, Estado y gobierno tras una Revolución Social, la primera del siglo XX, que ensangrentó los sueños idílicos de los científicos porfiristas y la democracia edulcorada de Madero el prócer.

Hace falta mucho más que un pacto legislativo para extirpar de nuestro ser nacional estas dos formas de ver, entender y vivir la vida.

No obstante, las declaraciones de Gustavo Madero permiten ver hacia dónde vamos como Nación.

Creo que no tenemos más que dos opciones: o lo político, es decir, el interés general priva sobre los particularismos económicos, o los particularismos económicos privan sobre el interés y bienestar de todos.

Tal fue el planteamiento de principios de siglo pasado: seguir siendo México con y para los mexicanos, todos en el mosaico de sus contradicciones; o ser México para bienestar y progreso de unos cuantos o de otros. Ciudadanos plenos o vasallos colonizados por la metrópoli globalizada y sin cara.

Esa, queridos amigos, es la cuestión.

#LFMOpinión
#Política
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#NacionalismoRevolucionario

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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