POLÍTICA

Cada quien su perro

Cada quien su perro

Foto Copyright: lfmopinion.com

Mi vecino Chente es un tipo echador y presuntuoso, de esos que siempre quieren ser la desposada en la boda, el difunto en el velorio, el recién nacido en el bautizo y la quinceañera en el festejo. Habla de todo con la seguridad del que parió a la burra y lo hace a voz en cuello y en forma retadora.

Más no es de él de quien quiero ocuparme hoy, más bien quiero referirme a su perro que, si bien se observa, expresa más del dueño que el dueño mismo.

El famoso can es la calca de Don Chente: echador, escandaloso, exhibicionista; todo un ladrador, ladra a las moscas, a los transeúntes, a los aviones, a los peseros, a las bicicletas, a los microbuses, a los suicidas entregadores de pizzas, al repartidor de periódicos. Ladra a todo mundo y por todo. Pero a nadie ladra como a su dueño, su ladrido para él es sañoso y destila fruición.

En contrapartida, nada enorgullece más a Don Chente que sacar a su ladrador a pasear. Tal vez en su inconsciente prive la imagen de un gran señor con mando sobre un gran animal; los dos bellos, fuertes, masculinos, entrones y feroces, aunque uno, el amo, con control sobre el otro, la bestia. ¡Pobre de mi vecino, se equivoca en toda la línea! Quienes observamos las diarias marchas de hombre y su perro, vemos a un cristiano arrastrado inmisericordemente por un perro que ignora olímpicamente los comandos, ruegos e invitaciones del primero.

Bufando la gota gorda, con la cara enrojecida, atado a la correa de su perro, mi vecino trapea cotidianamente banquetas y arroyos, traspasa arbustos, lame postes, cachetea árboles y embarra orgullo y partes corporales en paredes, esquinas, parabuses y puestos de periódicos y fritangas.

Lo peor de su paseo viene cuando el animal cuatrípeto obliga al bípedo a cruzar la calle en carrera contra microbuses, los cuales, me apresuro a asentar, son su mayor afición, aunque no haga el feo a minitaxis y motocicletas. ¡Hay que ver Don Chente arquear las cejas y pelar los ojotes cada vez que a lo lejos escucha el motor de alguno de estos especímenes citadinos!

Es tal el espectáculo que varias familias han abierto prósperos changarros de alquiler de sillas en banquetas, porches y terrazas para observar el arte perruno en el manejo de su dueño.

A las palabras tiernas del amo el perro ladra y pela los dientes. Más no se malentienda su relación, en el fondo se aman y necesitan. Por ejemplo, el can prefiere orinar sobre las botas del hombre que en cualquier sucio poste u árbol del camino, y Don Chente no se cansa de gritar a voz en cuello las glorias y bondades de su mejor amigo.

Sea lo que sea, odio u amor, perro y amo se entienden y necesitan. Nadie sabe cuál de los dos saca la mejor raja de su simbiótica relación, pero es de presumirse que ambos viven satisfechos con ella.

Por cierto, los conocedores afirman que el perro de Don Chente se hace nombrar Marcos.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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