PARRESHÍA

No es el caso

No es el caso

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El político ante la adversidad.

"El béisbol es más que un deporte: es una pasión fecunda que requiere de cabeza, de corazón y de carácter", dijo López Obrador ante la rechifla en el estadio de los Diablos que con perseverancia se ha venido granjeando.

Lástima que le hayan fallado los tres requerimientos beisboleros en tan especial momento: le traicionó el corazón, sacándolo de sus casillas; le falló el carácter para asimilar y aprender de la adversidad y perdió la cabeza en un lance que no podía ganar por no valorar que no estaba en sus terrenos y con sus huestes de feligreses.

Partamos de que la pluralidad se expresó; que el México monocromático que percibe y canta en mañaneras y mítines mostró su carácter de espejismo (y de pejismo), que su popularidad sí admite y sufre de fisuras abismales.

Lo lamentable, sin embargo, fue su desempeño: "hay alguna porra del equipo fifí, pero la gran mayoría de la gente está a favor del cambio", fue lo primero que se le ocurrió responder. Vayamos por partes: ¿equipo fifí?, estigma éste que perfeccionó con una amenaza pendenciera: "les voy a seguir tirando pura pejemoña, los voy a seguir controlando con lisas, con rectas de 95 millas y con curvas. Vamos a seguir ponchando a los de la mafia del poder".

A qué venían a cuento en un evento deportivo sus símbolos estigmáticos de "fifí" y "mafia del poder"; si no a confirmar su visión épica de la realidad. Queda claro, en sus propias palabras, que él no se ve ni asume como el ampáyer, sino como uno de los contendientes; que no está donde está para arbitrar, para hacer posible y civilizada la convivencia de los diversos, para normarla y, en su caso, aplicar las reglas a su encargo. No admite esa responsabilidad, él tiene que ser parte de la contienda, batirse en el campo y, de ser necesario, encabezar de la guerra. Incluso en un evento totalmente ajeno a sus responsabilidades políticas es incapaz de dejarse de comportar como un activista en reclamo, cuando quedaba del todo claro que él era el reclamado.

Tenemos un Presidente que confunde la silla presidencial con la lucha libre y gobernar con zaherir.

Por otro lado, que la gran mayoría de la gente esté a favor del cambio que presume no es tampoco algo inamovible. Sí, una mayoría significativa votó por él, pero esas mayorías suelen ser cambiantes, no son religiosamente fieles, reaccionan al desempeño del poder y castigan o premian. La rechifla que lo acompañó en el diamante así lo acreditó y no fue inducida, como las orquestadas contra los gobernadores no afines a su persona-movimiento, sino espontánea. Hay periodistas que comentan su enojo porque no se hizo notar la presencia de 5 mil boletos que le obsequiaron a sus huestes morenistas, esas sí, debidamente, entrenadas en el abucheo.

Desgraciadamente su respuesta de botepronto hace pensar que, en lugar de sopesar el humor social, se autoconfirma en su prejuicio de adversarios y fifís, así como en su afán polarizante.

Lo más significativo, al menos para mí, fue el uso del verbo "controlar": "los voy a seguir controlando", dijo. En su visión de gobierno como conflicto, su papel no es gobernar para todos, sino controlar a los "fifís" y ponchar a la "mafia del poder". Controlar es ejercer control sobre alguien; control es dominio, mando, preponderancia. En otras palabras, una relación de poder, no de autoridad.

Los romanos diferenciaban entre potestas y autoritas; la primera era el poder, el dominio, la sujeción e, incluso, la imposición. Léase pejemoñas, rectas y curvas; por las buenas o por las malas. La autoritas, en contrapartida, es la obediencia por convicción, por reconocimiento de liderazgo, por convencimiento de las bondades que se buscan y las sendas y garantías del camino. El poder domina, impone; la autoridad se reconoce y sigue.

He sostenido que él trabaja en la construcción de un aparato de control político, de allí que el uso del vocablo control me llame la atención y, en voz presidencial, pudiera ser un acto fallido de su inconsciente.

Para Spinoza la manipulación, el odio y el miedo suelen ir juntos, en tanto que el buen Estado se legitima por lo contrario: seguridad y libertad, de allí que tendríamos que concluir con él que "el fin último (del Estado) no es dominar a los hombres ni acallarlos por el miedo o sujetarlos al derecho de otro, sino por el contrario, libertar del miedo a cada uno para que, en tanto que sea posible, viva con seguridad (...). Repito, señala Spinoza, que no es el fin del estado convertir a los hombres de seres racionales en bestias o en autómatas, sino por el contrario, que su espíritu y su cuerpo se desenvuelvan en todas sus funciones y hagan libre uso de razón sin rivalizar por el odio (...). El fin del estado es, pues, verdaderamente la libertad".

Finalmente me pregunto qué pensará Harp Helú, quien lo invitó a inaugurarle su estadio y le escupió en la cara fifí y mafia del poder. Pero más me preocupa que López Obrador no alcance a ver estas inconsecuencias: ahora al Papa y al Rey de España los conmina a pedir perdón por actos de hace ¡500 años! y lo hace aduciendo buscar ¡la reconciliación! ¡Vive Dios!

En fin, los grandes políticos se crecen ante la adversidad, aprenden de ella y la superan.

No es el caso.





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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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