RAÍCES DE MANGLAR

Deseo: los ojos del amor

Deseo: los ojos del amor

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El iris, suerte de gema exótica

I. Deseo. He estado deseándote. He fingido tranquilidad y desdén, pero tu imperturbable sentido de la continuidad destroza mi oculta esperanza.

II. Esperanza. Así se llama una colonia cerca de mi casa y representa fehacientemente todo lo que esta palabra no es: las calles están sucias y polvosas, no hay paredes sin mancha y los rostros carecen de emoción.

III. Emoción. He intentado hilar cada uno de los sentimientos que nacen al mirarte y la idea del pecado y la transgresión es la que más me atrae. Recuerdo las veces en que reías de mis malos chistes, chistes sosos, sin remate. Sí, es la trangresión lo que alimenta mi ímpetu, pero más el pecado.

IV. Pecado. Todo lo bueno venía cuando pecar era hacer el amor en la casa de tus papás. Cuando la herida recién abierta de nuestros sexos se curaba con sal, cuando el cadáver de la infancia yacía fresco y yo me hundía en tu piedad y tu carne. Aquello sí que era pecar. Ahora todo ha perdido su valor.

V. Valor. Me das la espalda en la cama. Te rodeo con mis brazos y huelo tu cabello, pero rechazas mi piel con tus pensamientos. El rechazo me achica. Con lo que puedo, saco fuerzas de flaqueza y me aferro, pero tu silencio es como un proverbio oculto de desencanto y náusea. Siento el ardor de la ira. Me indigno, me volteo. Antes el valor era vencer los nervios cuando te ofrecía algo, ahora consiste en la cada vez más impostergable idea de dejar de sentir/pedirte algo.

VI. Algo hay en el alma de ese hombre que lo vuelve cercano a mí. Yace tendido ahí, al fondo del vagón y no trae puesto uno de sus zapatos. El zapato suelto está a escasos cinco centímetros de su pie. Se le ve un calcetín súper delgado. El hombre mira fijamente el calzado. La embriaguez le ha hecho perder el sentido del ridículo y le ha dejado de importar lo que piensen de él o de su zapato. Lo veo, casi quieto. Su cabeza se tambalea con levedad. Intento escudriñar en sus ojos para saber qué le pasa. Quizá un desamor, quizá un cáncer que va matando a alguien que quiere tanto. Sus rasgos son como los de aquellos que han secado sus lagrimales. La contemplación me lleva poco a poco hacia abajo y soy yo quien termina con la mirada fija en el zapato, vértice de nuestros ojos.

VII. Los ojos del amor

Hemos visto los ojos del amor
El iris era una suerte de gema exótica,
como el rastro de un amasiato violento
entre el ámbar y la turquesa.

Una especie de idílica galaxia
que giraba lenta y brillante,
tal cual un instante divino
daba miedo dejar de verlos.

Hemos visto los ojos del amor
La pupila, irónico y oscuro faro
que salva a los errantes marineros,
navegantes febriles en el mar de la locura.

Hemos visto los ojos del amor
y la desgracia que cae sobre nosotros,
indignos artesanos de un amor roto y corrupto.

Hemos visto los ojos del amor,
los hemos visto posarse sobre alguien más.

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#RaícesDeManglar
#LosOjosDelAmor

Francisco  Cirigo

Francisco Cirigo

En su novela Rayuela, Julio Cortázar realiza varios análisis sobre la soledad, exponiéndola como una condición perpetua, absolutamente fatal. Dice que incluso rodeándonos de multitudes estamos “solos entre los demás”, como los árboles, cuyos troncos crecen paralelos a los de otros árboles. Lo único que tienen para tocarse son las ramas, prueba inequívoca de la superficialidad de sus relaciones. Las personas somos como árboles y nuestras relaciones son ramas, a veces frondosas y frescas, a veces secas y escalofriantes, pero siempre superficiales. Nuestros troncos son islas sin náufragos posibles.

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