POLÍTICA

Democracia, ¿habemus?

Democracia, ¿habemus?

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-Los panistas son leguleyos que enmascaran sus fechorías en la ley.

Estábamos en Kalkini. La cena se había alargado. Momentos antes el resto de los comensales habían levantado el vuelo. Quedaban sobre la mesa dos whiskies sudados de fríos y en su torno Don Víctor, yo, una noche estrellada en medio de la música de los cálidos nocturnos de las selvas del sureste mexicano y su siempre grata conversación.

-Conocen como pocos lo que ustedes los abogados llaman las leyes imperfectas, aquellas que carecen de sanción. Éstas las violan sin tapujos a sabiendas de que no serán penados. Y en otros casos, aquellos donde la ley sí establece penalidad, buscan un conflicto de normas de manera de escudar su ilegal conducta en el ejercicio de algún derecho, los espacios de interpretación de la ley o los vacíos jurídicos dejados por el legislador. En el peor de los casos, alegan principios de derecho o de moral ¡superiores! a la ley, mismos que oponen a ella atacándola de ser propia de regímenes autocráticos.

-Se dan baños de pureza mientras cometen las más viles de las acciones.

Esta vieja conversación vino a mi mente el viernes pasado mientras escuchaba la discusión del Consejo General del IFE.

El PRD, el Tribunal y el miedo del Ugalde al Peje arrinconaron a la autoridad electoral en un dilema de pierde-pierde. El PRD jugó el papel que tan bien le sale, el de víctima pendenciera. Pocas veces en la historia puede encontrarse un ejemplo de esquizofrenia institucional como la que tiene el PRD. Todos los días y en todos los frentes agrede a sus adversarios con enfermiza e intolerante saña, al tiempo de llamarse agredido y objeto de "complós".

El PAN enmascaró su proceder en la libertad de expresión y hoy se envuelve en esa bandera como el mejor de sus defensores. La verdad es muy otra.

Permítanme ponerlo de la siguiente manera: No hay derechos absolutos. Todo derecho es relativo y está restringido por el derecho de los demás. El Tribunal Electoral habla de "derechos difusos", como aquellos que no pueden imputarse a un individuo o partido en particular, sino que se esparcen y ejercitan por la ciudadanía en su conjunto. Pues bien, los individuos y los partidos tienen derecho a la libertad de expresión, pero ésta halla su límite, no sólo en los derechos y libertades de individuos y personas morales, sino, también, y especialmente en el caso de los partidos políticos y sus candidatos, en los derechos difusos de la ciudadanía y, si se me permite el atrevimiento, de la democracia, que sólo puede florecer en un clima de civilidad, respeto y tolerancia.

Nadie le discute al PAN y publicistas el derecho a vomitar su bilis, lo que se les reclama es que lo hagan sobre la ciudadanía, el proceso electoral y nuestra endeble democracia. Para el caso, el reclamo es extensivo al PRD.

En otras palabras, lo que hay que preguntarse no es si los partidos tienen derecho a expresar lo que les venga en gana, sino si la sociedad mexicana y su democracia merecen esas expresiones, esos partidos y esos candidatos. Si son dignos de una democracia civilizada y una convivencia saludable, tolerante y respetuosa.

La mitificación negativa del pasado ha hecho de nuestros ejercicios democráticos recientes una visita al averno; aún así, no encuentro en los últimos treinta años un ejemplo de mayor degradación, rijosidad, estupidez, vacuidad y trivialidad que los que enseñorean este proceso electoral.

No creo que nadie pueda estar satisfecho del tono, del clima y del contenido de estas elecciones. De ellos son responsables, principalmente, los partidos y el gobierno. Cada partido según su proceder y el gobierno por los extravíos presidenciales.

De una cosa estoy cierto: México no merece esta democracia de lodazal, ni las locuras de su gobierno, ni la bajuna ambición de sus partidos, ni lo sofista de sus discursos, ni la vacuidad de sus proclamas.

México no merece una democracia reducida al spoteo y a la guerra sucia. El pingüe negocio de los medios nos está costando nuestra democracia, nuestro sistema de partidos y nuestra política. ¿Lo vale?

El PAN se regodea de haber triunfado en su lucha por la libertad de expresión. Triunfo para qué. ¿Para defecar su heces sobre la ciudadanía, para envilecer nuestro entendimiento, para depravar nuestra democracia?

El PRD desgarra sus vestiduras. Se llama (¿otra vez?) víctima, cuando en realidad sólo ve en el espejo sus también chapuceros y soeces desvaríos.

El PRI… El PRI sigue desenredando el nudo de sus mezquinos intereses (algunos, anudados aún, exportados en buena hora).

Democracia ¿habemus?

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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