POLÍTICA

Los tres elementos disruptores de la elección

Los tres elementos disruptores de la elección

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Nuestra endeble democracia desfallece en manos de sus próceres. ¿Y quién no? Lo que extraña es que no hubiese aventado el arpa tiempo atrás y engrosado las filas de emigrantes en busca de mejor destino.

Llegamos a esta elección en medio de los más ominosos presagios. Cuando debiéramos estar gozando de la normalidad democrática padecemos todas las deformaciones y vicios del sistema sin ninguna de sus virtudes y alientos.

Tres son a mi juicio las circunstancias que frustran nuestra democracia hoy y aquí: La vacuidad política, la irresponsabilidad presidencial y la estulticia mediática.

Vayamos por partes. Estamos inmersos en la nada política. Como nunca antes en la historia patria el contexto social en que se desarrolla la Cosa Pública se encuentra ayuno de ideas e inteligencia. De qué nos sirvió la alfabetización masiva y la profesionalización de estudios si devenimos en una sociedad acrítica y consumista de "la cultura" y de "la verdad" televisivas.

Carecemos de ideas propias, todas son derivadas del discurso mediático. Adolecemos de capacidad analítica, nos tragamos las piedras de los pontificadores de moda. Estamos faltos de discernimiento entre lo que realmente nos afecta y lo que solamente nos excita. Somos incapaces de distinguir entre la verdad y la propaganda, entre el bien social y el beneficio mercantil de la mano que mece la cuna, entre la problemática y la cortina de humo, entre la intención político-económica de quien la tiende y la realidad.

En esas condiciones la sociedad se vació de política, es decir de idea de lo común y de futuro. Vivimos cual ratones de laboratorio respondiendo a estímulos electromagnéticos en un laberinto moderno de la soledad, en un hoy y aquí sin perspectiva y sin conciencia.

Nunca como ahora nuestra esclavitud había sido más alienante: partidos, candidatos, gobierno, analistas y ciudadanía nos hayamos fuera de nosotros, de nuestros problemas, de nuestra realidad, de la política. Somos, sí, expertos en fútbol, en árbitros y en arbitrajes, en video-escándalos, en complots, en historias de deslealtades políticas, en vidas y conversaciones privadas, en la nimiedad y teatralidad de la noticia aparatosamente servida, pero nada sabemos de nuestra realidad, de nuestros problemas, de nuestras soluciones.

Somos presas de una cosmovisión única y un discurso unívoco dictados por el poder económico mundial.

Lo que requerimos, dice un payaso disfrazado de intelectual, es un administrador talentoso. ¡Vive Dios! México precisa mucha más que eso, demanda ante todo recuperarse como idea y proyecto, verse como sociedad organizada en Estado y acreedora de libertad, salud, vestido, sustento, vivienda, educación, desarrollo y justicia. México no necesita un "administrador", sino hombres libres y conscientes de su realidad y responsabilidad. Lo repetimos, México no necesita de guías, tan sólo requiere despertar.

Pero cómo plantearlo si nadie voltea a la realidad ocupados, como están, viendo la televisión.

Cómo plantear soluciones cuando nadie quiere entenderse de lo social.

Cómo discutir los ingentes problemas de México, cuando se es adicto al linchamiento diario, al escalamiento exponencial del escándalo, a la caricaturización de la realidad, a la chacota de lo político, a la denigración de lo mexicano.

Vivimos en -y de- la vacuidad, y la nada produce nada.

El siguiente gran problema de nuestra democracia se llama Fox. Con todas las miserias del sistema presidencial mexicano, los presidentes jugaron en momentos de crisis el papel de pararrayo y estabilizador político. México siempre encontró en sus presidentes un referente de equilibrio y una garantía de unidad nacional. Hasta Fox.

Imposible esperar que se comporte como Presidente en tiempos difíciles quien no lo supo ser en los bonancibles. Pero su ignorancia e insensatez han pasado de lo vergonzosamente cómico a peligroso para la República.

Fox se empecina en jugar como actor central en el proceso electoral, no como Jefe de Estado y garante de las instituciones, sino como porro y como porrista. Su inhábil injerencia ha distorsionado todos los referentes y enrarecido el clima de civilidad política. Por un lado, su omnipresencia mediática, amén de fastidiosa, abre vertientes de discusión ajenas a la temática que debiéramos estar abordando, empobreciendo el debate y, sin proponérselo –creemos-, inflando desproporcional y absurdamente a un candidato.

Jamás desde el gobierno se había diseñado y operado una estrategia para aniquilar a un partido y un candidato, y no me refiero al PRD y a AMLO, sino al PRI y a Madrazo. Baste seguir el olor a azufre de las huellas dejadas por la Gordillo y los operadores de los escándalos que un día sí y otro también explotan al paso del abanderado priista para acreditarlo.

Si a ello se constriñera el locuaz e ineficaz activismo presidencial no pasaría de ser una anécdota más de su desastrosa cuanto desastrada administración. Pero no. Tabasco se anuló -ya en el foxiato- porque el Tribunal inventó de la nada la causal de nulidad abstracta –tan abstracta como su nombre- aduciendo la indebida intervención del titular del ejecutivo estatal en la contienda electoral. Lo que hoy observamos hasta el hartazgo no es otra cosa que la indebida intervención del titular del Ejecutivo Federal en el proceso electoral en contra del parecer de todos los partidos, del Congreso, de la Corte, del IFE, de la mayoría de los gobernadores, de los analistas políticos, del sentido común y del decoro de la dignidad presidencial.

Imaginemos que mañana, con un triunfo cerrado, el Tribunal encuentre elementos para anular la elección presidencial debido al activismo parcial del Presidente de la República.

¿Corresponde a sus atribuciones constitucionales orientar el voto ciudadano? ¿Alertarlo de los riesgos de su libertad? ¿Espantarlo con los fantasmas de sus desvaríos?

¿Es el Presidente actor directo de la contienda electoral o le corresponde –por obligación- la sobriedad e imparcialidad institucionales?

¿Con qué autoridad podrá convocar a la mesura y legalidad democráticas, si es el primero en retarlas?

Peor aún. ¿Estarían las preferencias electorales como están en ausencia de su populista verborrea contra el populismo y de su enfermiza obsesión de desaparecer de la faz de la tierra al PRI? Lo dudo.

Lo convulso, lo confuso y lo denso del clima electoral en que se desarrollan estas elecciones son producto directo de su indebida intervención. Incluso el desplome de su sedicente partido responde a su irresponsable proceder.

Finalmente los medios. Lo he dicho y lo repito: la democracia moderna no puede existir sin los medios masivos de comunicación, pero dadas nuestras circunstancias, la democracia en México no puede existir con los medios que padecemos.

¿Cuál es la función primigenia de los medios? Informar. ¿Informan nuestros medios? Es lo único que no hacen. Nuestros medios excitan, enardecen, denigran, fulminan, "dictan", más no informan.

Los medios en este proceso han tomado partido y alineado en uno u otro bando. Resaltan a su candidato, socavan al que no lo es. Militan y lo hacen belicosamente.

La mierda de los videoescándalos resulta impensable en cualquier otra sociedad. En México son el pan y circo nuestros de cada día.

Las encuestas han dejado de ser un elemento orientador del acontecer para convertirse en armas letales.

Las noticias, por igual, si no hieren, desangran, escaldan o matan políticamente no se transmiten.

Las entrevistas son piedras de sacrificio donde los sacerdotes de la mediocracia, ofuscados y bañados de sangre, extraen inmisericordes el corazón de los sacrificados, o altares donde se construyen popularidades a modo, siempre efímeras y sujetas al dueño del templo.

Lo peor de todo es que partidos, candidatos y políticos decidieron hace tiempo postrarse a los pies de esta nueva y monstruosa deidad.

Ya no hablemos de la idea y el hombre políticos reducidos al spot televisivo y de la democracia al financiamiento público para beneficio de los medios. Para qué llorar.

Pues bien, los medios, los recursos para los medios y sus pontificadotes están por igual jugando un papel peligrosamente disruptor en este proceso electoral. Por un lado favorecen a un candidato, por otro anulan o denigran a los demás. Enaltecen el discurso ramplón y echador, pero ocultan la propuesta; fomentan la división y el enfrentamiento; destacan lo negativo que les favorece y vende y ocultan lo positivo cuando les perjudica o no es mercantilmente rentable.

La democracia implica ciudadanos libres y participativos. ¿Puede haber ciudadanos donde sólo hay receptores autómatas y consumistas de divertimientos y sandeces? ¿Se es verdaderamente libre cuando los medios nos dicen qué pensar, qué decir, qué odiar, qué adorar? ¿Hay participación en un mundo dominado por la mercadotecnia, o nuestra participación se reduce a ratificar la elección hecha por y desde los medios?

Es en ese tenor que las elecciones del 2006 están en el más ominoso de los riesgos y nuestra democracia agoniza mientras aplaudimos la ocurrencia del día, el denuesto de moda, el linchamiento del momento.

Nos vendieron el Valhala democrático y aterrizamos en una parodia de democracia donde sobran payasos y persiste el déficit de políticos, en el peor infierno del modelo de democracia norteamericana, el del triunfo de los peores para beneficio del poder económico, y el de la alienación colectiva.

#LFMOpinión
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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