PARRESHÍA

La maldita realidad

La maldita realidad

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El arte de lo posible.

En el viejo PRI, mi padre me contaba de un Secretario de Estado que le renunció a un Presidente arguyendo que solo hay dos razones para renunciar a un cargo en el gabinete: que el Presidente le pierda la confianza al Secretario, o éste a aquél. En el caso que me narraba, el renunciante alegó la segunda causa.

López Obrador, en su gran manejo de la comunicación, se quitó el golpe de la renuncia de Germán Martínez Cazáres a la Dirección General del Seguro Social, derivando el tema al morbo de quién sería su sucesor y a aconsejar prácticas de resistencia, plantón y manifestación en su versión intragobierno que, se supone, es una unidad de acción efectiva, un organismo; algo así como que el sistema sanguíneo obstruye arterias en protesta cuando el hígado no produce suficientes proteínas para el plasma sanguíneo.

La verdad es que el problema es un poco más complicado que un pase mañanero por chicuelina: el exdirector del Seguro Social puso la pica en Flandes: la política de austeridad puede, en palabras de Aguilar Camín, convertirse en "austericidio": homicidio o suicidio por razones de austeridad (Milenio 22 v 19).

Lo de homicidio y suicidio no son figuras metafóricas. Gente puede morir, si no es que ha muerto, por la astringencia presupuestal en que se tiene sometido al sector salud. Poco importa que haya habido o haya corrupción, porque ésta no se puede combatir cerrando la llave de los recursos ni parando los servicios, sino haciendo valer la ley y, a la fecha, no hay, más allá que anuncios contra la corrupción, indiciados a la vista.

Tampoco vale aquí la austeridad, porque no se trata de gastos suntuarios, sino de recursos para garantizar la vida contra la enfermedad o la muerte; no estamos ante camionetas blindadas o viajes privados en helicópteros oficiales, sino ante medicamentos y hasta la energía eléctrica necesaria para operar quirófanos, o bien los salarios para pagar servicios de salud.

Frente al combate a la corrupción y la austeridad como bandera política, tenemos el derecho a la salud como Derecho Humano reconocido y consagrado en nuestra Constitución.

El "austericidio", así como habla de homicidio, menciona también el suicidio, lo que deviene paradójico porque Durkheim, en su libro "El Suicidio", analiza el suicido anómico. Parte de que cuando no se camina hacia un fin, se tiende al infinito y ese término inaccesible genera un "perpetuo estado de descontento".

El hombre pues, se mueve entre límites que le aseguran un campo de acción en el que puede moverse a sus anchas: "… en efecto, sostiene, en cada momento de la historia hay, en la conciencia moral de las sociedades, un sentimiento obscuro de lo que valen, respectivamente, los diferentes servicios sociales, de la remuneración relativa que se debe a cada uno de ellos, y, por consecuencia, de la medida de las comodidades que convienen al promedio de los trabajadores de cada profesión. Las diferentes funciones están como jerarquizadas en la opinión, y se atribuye a cada una un cierto coeficiente de bienestar, según el lugar que ocupan en la jerarquía (…) hay, por ejemplo, un cierto modo de vivir que se considera como el límite superior que puede proponerse el obrero en los esfuerzos que hace para mejorar su existencia, y un límite inferior por bajo del cual se tolera difícilmente que descienda, si no se ha degradado gravemente."

"… Hay, pues, concluye, una verdadera reglamentación, que no por carecer siempre de una forma jurídica deja de fijar, con una precisión relativa, el máximum de bienestar de cada clase de sociedad puede buscar o alcanzar."

Pues bien, "esta limitación relativa y la moderación que de ella resulta, es la que hace que los hombres estén contentos con su suerte, al mismo tiempo que los estimula con medida a hacerla mejor; y este contento medio, es el que produce ese sentimiento de goce tranquilo y activo, ese placer de ser y vivir que, tanto para las sociedades como para los individuos, es la característica de la salud."

Este marco de referencia puede ser rotó por desastres económicos, guerras o fenómenos naturales y, entonces, las sociedades son perturbadas por transformaciones súbitas, se desconoce qué es posible, justo o legítimo; los apetitos "no saben dónde están los límites ante los que se deben contener"; los fines pierden sus límites naturales o aceptados, y tienden al infinito, nada es suficiente ni satisfactorio. Ello opera hacia arriba y hacia abajo: se puede aspirar a fortunas desmedidas e inmediatas, como las del narcotráfico, o a miserias sin fondo. Ello provoca un estado maníaco de perpetuo descontento, sin medidas y, por ende, orden y normas; el hombre se convierte en el lobo del hombre, la colaboración, convivencia y concordia se hacen imposibles; la salud de la sociedad, el placer de ser y vivir se convierten en carga insoportable.

La política es el juego de lo posible, es necesario que el gobernante conozca y respete los límites propios de la realidad social, sus normas de conducta y convivencia.

Se habla de transformación, pero toda transformación trabaja sobre una realidad que la condiciona y limita. No quiere esto decir que la haga imposible, pero un niño no puede gestarse en nueve días, un transatlántico no puede virar en unos cuantos metros, el día no puede durar de 48 horas y los propósitos políticos no se convierten en acto por solo mentarlos.

Concluyo, la renuncia de Martínez Cazáres es un llamado a la realidad y a nuestras circunstancias; a la paciencia, disciplina, claridad de metas, orden y norma que exige toda verdadera transformación. La tendencia (fin) y voluntad trabajan sobre la estructura (realidad) y en el tiempo. El fin debe ser asequible, la voluntad debe considerar la realidad y todo conlleva, esfuerzo, dolor y tiempo.

Martínez Cazáres, hay que señalarlo, no reniega del proyecto político de la 4T, tan es así que continua en él desde el Senado, pero sí advierte que de buenos propósitos está pavimentado el camino al infierno.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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