RAÍCES DE MANGLAR

Cine es

Cine es

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El cine es más abierto que la televisión en cuanto a contenido, es más plural. A través del cine se logra la trascendencia, se plasma la vida y la muerte. Los hechos cotidianos pueden ser inmortalizados. En el cine se ama y se desengaña.

El cine es Chaplin burlándose de la fascinación por lo efímero en Tiempos modernos, es Woody Allen refiriéndose a todo y a nada en sus obras. Enamorándose de Annie Hall, parodiando a Casa Blanca, asegurar que este es el comienzo de una larga amistad. Es Tom Hanks muriendo por un desconocido en Rescatando al soldado Ryan. El cine es la obsesión por las rubias que muchos hombres sentimos, al menos una vez en la vida, de Alfred Hitchcock. El cine es ver a Leonardo DiCaprio morir inútil, inserviblemente de amor en Titanic y creernos el cuento del amor total y romántico.

Cine es recordar la permanencia voluntaria y mirar hacia nuestra infancia, a los intermedios, cuando podíamos salir a la dulcería o a estirar las piernas. Es recordar cómo en Bambi o El Rey León nos dejaban caer las amenazas de la madurez y el encuentro súbito con la muerte. Algo impensable para la niñez actual. Es seguir esperando aquellas patinetas voladoras de Back to the future II.

Cine es Stanley Kubrick filmando una y otra vez la misma escena, exasperando a sus actores en El resplandor. Es reír en un escenario tan inapropiado para ello como lo puede ser un campo de exterminio nazi en La vida es bella de Roberto Benigni y repetir casi sin quererlo un "buongiorno principessa". Es escuchar a Maria Callas en Filadelfia y poder sentir ese súper poder llamado empatía.

Cine es amar a María Félix con un dejo de resentimiento y amargura porque sabemos que mujeres así son de otra dimensión. Es reír con Cantinflas y carcajearnos en A toda máquina con un inmejorable e irónicamente decadente Pedro Infante. Es Libertad Lamarque y Carlitos Gardel. Cine es tocar fondo y ver sin pensarlo la perturbadora obra de Luis Buñuel o la fotografía en las películas de Cuarón.

Es montarse en el tren de Quentin Tarantino y no saber qué va a pasar, a quién va a despedazar de una escena a otra. Cine es El cisne negro y Toy Story. Es sentir la misma frustración por la chica de Belleza americana o espiritualidad espontánea con su escena de la bolsa de basura. Es fascinarse por El castillo vagabundo y los anticuentos de hadas de Guillermo del Toro. Es escuchar "Lucha de gigantes" de Nacha Pop y transportarnos de golpe a aquella mirada tan mexicana hacia el amor culpable en Amores Perros.

Cine es entregarse a Ladrón de bicicletas y no poder contener el nudo de garganta que resulta de avergonzar a un padre frente a su hijo. Es enfadarse porque aquel final que tanto imaginaste no resulta ser como lo esperabas. ¿Y por qué esperar algo? Es echar una mirada hacia otros países y ver cómo en Los siete samuráis importan más los silencios que la acción y entender que Hollywood sólo es una de tantas maneras de hacer cine. Es de plano imaginar gigantescos kaijus (redundancia políglota pero necesaria) aplastando coches, derrumbando edificios.

Cine es la música de Ennio Morricone o de Danny Elfman, la extravagancia y secreta elegancia de Tim Burton, la genialidad de los hermanos Marx. Es aterrarnos con el Naked Lunch de David Cronenberg y frustrarnos porque casi nunca le hace justicia a las obras literarias, lo que por supuesto incluirá toda pasada, presente y futura adaptación de los grandes clásicos del realismo mágico. Es El Ciudadano Kane y la oscura y profunda psicología de sus juegos de sombras y tomas híper influyentes.

Cine es admitir que se sabe poco, que es necesario ver más, conocer más, siempre más. Es abrazar el esnobismo y de un momento a otro recuperar la humildad por saberse y sentirse perennemente sorprendidos. Es envolverse en el perpetua magia de las imágenes yuxtapuestas y las secuencias. De vivir mil veces si se quiere la misma historia, siempre con un final distinto. Pero el mismo. Cine es vivir, morir, amar, morir amando y volver a vivir. Es el séptimo arte.

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Francisco  Cirigo

Francisco Cirigo

En su novela Rayuela, Julio Cortázar realiza varios análisis sobre la soledad, exponiéndola como una condición perpetua, absolutamente fatal. Dice que incluso rodeándonos de multitudes estamos “solos entre los demás”, como los árboles, cuyos troncos crecen paralelos a los de otros árboles. Lo único que tienen para tocarse son las ramas, prueba inequívoca de la superficialidad de sus relaciones. Las personas somos como árboles y nuestras relaciones son ramas, a veces frondosas y frescas, a veces secas y escalofriantes, pero siempre superficiales. Nuestros troncos son islas sin náufragos posibles.

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