PARRESHÍA

Compromiso

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Liderazgo.

Desde las ciudades griegas de las costas de Asia Menor, diez mil griegos se internan en calidad de mercenarios hasta el corazón mismo del imperio Persa. Ha muerto Darío II (407 a. C.), le sucede Artajerjes II, su hijo, y en contra de éste se levanta su hermano Ciro el Joven al frente de un gran ejército y, dentro de éste, los griegos quienes apenas tres años antes habían cerrado, devastados, la Guerra del Peloponeso.

A las márgenes del Éufrates, a la altura de Cunaxa, se enfrentan los ejércitos y hermanos, Ciro pierde la vida en el centro de la acción, en tanto que en el flanco a cargo de los griegos los persas huyen tras sus embestidas. Cae la noche y los griegos se pertrechan esperando noticias de Ciro que nunca llegan.

En su lugar se presenta al día siguiente Falino, un griego al servicio de Artajerjes, quien por su conducto los invita a deponer las armas. Los estrategos griegos le responden: "Falino, como puedes ver, en estos momentos no tenemos nada salvo armas y valor. Creemos que mientras nos queden armas podremos disponer también de valor, pero si las rendimos, además perderemos la vida. Quítate, por tanto, de la cabeza la idea de que vayamos a entregar los únicos bienes que nos quedan; los emplearemos, antes bien, para pelear por los vuestros."

Empieza así el regreso de un ejército vencido, traicionado muy pronto por las huestes sobrevivientes de Ciro, por el tenebroso Tisafernes, sátrapa de Artajerjes, insertó en territorios desconocidos y enemigos, y perseguidos sin tregua ni piedad.

La historia la narra Jenofonte el año y tres meses que duró la aventura.

Bajo traición son muertos todos los estrategos (jefes) griegos y tienen que encabezar la hazaña improvisados en el mando, entre ellos Jenofonte.

En guerra sin fin avanza la columna griega por tierras enemigas, Jenofonte es el responsable de la retaguardia. En uno de tantos apremios urgió a sus huestes a apresurar el paso en el aseguramiento de una cima. Sotéridas de Sición le replicó: "No estamos en igualdad de condiciones, Jenofonte. Tú vas a caballo y yo estoy completamente destrozado a fuerza de llevar el escudo." Jenofonte se apeó del caballo y arrastró a Sotéridas afuera de las filas arrancándole el escudo. Acto seguido "prosiguió la marcha con él en las manos lo más deprisa que pudo; todavía llevaba encima la coraza de jinete, con lo que soportaba un enorme peso. A los que iban delante de él les ordenó que siguieran, a los que marchaban por detrás, que lo adelantaran, ya que le resultaba difícil mantener el paso. El resto de los soldados golpearon a Sotéridas, le apedrearon y le insultaron hasta que le obligaron a volver a coger el escudo y reanudar la marcha (…) Llegaron a la cima antes que los enemigos."

En otra ocasión, totalmente sitiados, arengó a la tropa con razonamientos que le hicieron concluir que "no tenemos otra salvación que la victoria".

La retirada de los diez mil se narra bajo el título de Anábasis por la excelsa pluma del propio Jenofonte, un clásico de la literatura universal. Al releer sus páginas me asalta la duda de qué hubiera sido de aquéllos si Jenofonte, en lugar de guiar la cargada hacia la cima en disputa, le hubiese contestado a Sotéridas que si el ejército se echaba a perder él renunciaría dejándolo a su suerte.

Por igual cabe suponer qué hubiera sido de Jenofonte renunciado, solo y sin ejército, en medio del imperio persa con el Ejército de Artajerjes siempre al acecho.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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