PARRESHÍA

Soberania

Soberania

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Unidad de poder

La soberanía -dinosaurio que se rehúsa morir; aunque tal vez muerta deambula sin saber su condición de difunta-, se ve socavada desde abajo y bombardeada por arriba sin cuartel ni misericordia.

La soberanía es una relación de poder y, por ende, de reconocimiento social. En otras palabras, sin obediencia desaparece.

Más, analicemos el concepto antes de abordar sus penurias.

Bodino definió la soberanía como la "unidad de poder político, independiente hacia el exterior e irresistible en el interior".

Empecemos por desmenuzar qué entender por unidad de poder político. Todo poder, nos dice Herman Heller, se presenta en un determinado orden social. Siendo el poder una relación de mando obediencia, se requiere de quien mande y de quien obedezca, de ahí que el poder se dé siempre entre, al menos, dos; en sociedad, pues: Polis.

No obstante, no todo orden social es un orden de poder. El orden social puede tener un origen contractual, de acuerdos y promesas entre partes; o por mandamientos de poder, es decir, de observancia general. Todo orden conscientemente establecido se origina y consiste en una unión de voluntades, que puede devenir de normas particulares o de normas generales.

De allí que en la naturaleza de la soberanía esté el derecho a legislar. Dice Platón: "El gobierno supremo de la República está comprendido en una sola característica, a saber: dar leyes a todos y cada uno de los ciudadanos, y nunca recibirlas de éstos" (La República). Por ello para Heller, "el problema de la soberanía es el problema normativo fundamental".

Pero la naturaleza de la soberanía no deviene del orden natural, sino de circunstancias culturales, humanas, como el sedentarismo y, por ende, la conexión permanente de vecindad y paisanaje (formar parte de un paisaje social común), así como de la división del trabajo y la densidad de relaciones de intercambio e interdependencia que le son propias.

La soberanía, pues, es una categoría histórica en devenir; anotémoslo para lo que sigue.

Pero hay más, la soberanía es una función territorial. Para Heller la interdependencia social dentro un territorio "plantea la necesidad de una ordenación unitaria de las relaciones sociales y, con ella, la de un poder común de ordenación que debe realizarse también hacia fuera."

Toda organización es producida por muchos, pero actúa unitariamente, de allí que la unidad del Estado no es orgánica ni ficticia, sino que es una unidad de acción humana organizada de naturaleza especial. En otras palabras, "la labor de los elementos individuales aparece reunida y puesta en actividad en forma unitaria, si es preciso coactivamente, gracias a la intervención de un obrar encaminado conscientemente a la unidad de acción."

Ese obrar organiza y pone en acción la cooperación social dentro de un territorio que se expresa en un poder autónomo, un sujeto del más alto poder territorial, al cual se le atribuye un obrar político llamado gobierno, Estado.

En este obrar político, determinados individuos establecen y aseguran la ordenación social, así como la actuación unitaria del poder.

Esta unidad de acción lo es de poder político. Ya dijimos que poder político es encontrar obediencia y mandar eficazmente, más no por mandamientos singulares, sino generales. Decíamos párrafos arriba que el orden social puede tener origen contractual o normativo, el primero, por su propia naturaleza y alcances carece de unidad decisoria y eficacia universales; el territorio de su decisión difiere en magnitud del estatal, por ejemplo, el contrato de arrendamiento se circunscribe al bien inmueble de su objeto y a sus contratantes, en tanto que una ley general norma el territorio nacional y a toda la población; la eficacia de sus órdenes también difiere; el primero, el de particularismos, se ve constreñido al ámbito de los contratantes y, por sobre todo, carece de una unidad decisoria adecuada, de suerte que en caso de controversia éstos tienen que acudir a una instancia externa con capacidad de decisión, incluso coactiva, con características de universalidad y permanencia. Esta unidad de decisión es el Estado, que no puede negarse a resolver ninguna cuestión puesta a su soberanía, a riesgo de abdicar a su eficacia.

La soberanía es la calidad de independencia absoluta de una unidad de voluntad, suprema dentro del orden de poder del que se trate y frente a cualquiera otra voluntad decisoria universal y efectiva. El soberano, sostiene Heller, "no conoce la posibilidad de denegación de una decisión. El Estado necesita, si no quiere disolverse a sí mismo, asegurar, mediante su decisión y actividad, el mínimo de condiciones indispensables para la conservación del orden entre los habitantes de su territorio; y es indudable que la cooperación humana se vería seriamente amenazada si se dieran conflictos no susceptibles de regulación por el poder central."

Y allí empieza el problema hacia dentro del Estado, cada vez más surgen poderes fácticos y particularismos que imponen sus intereses por sobre los del Estado, de suerte que un orden contractual y circunscrito a intereses particulares prevalece por sobre el orden normativo y general. La negociación y el acuerdo siempre son necesarios en política para tejer el interés general; no obstante de un tiempo a la fecha, en el orbe priva la negociación y acuerdo políticos para imponer por sobre el interés general particularismo que más que construir una unificación de voluntades y una unidad de acción, hacen de lo público cacofonía, no concierto; dispersión, no suma, y división, no unidad.

En México el síndrome del 68 ha hecho grave daño al confundir la fuerza coactiva de la ley con represión, dando alas a grupos disrruptores para imponer sus particularismos al orden y unidad políticos, substrayendo, por la vía de los hechos, del poder central el procesamiento y solución de conflictos.

Ello hace resistible en el territorio la unidad de poder político, en tanto que hacia el exterior ésta deja de ser independiente al verse rebasada por la desterritorialización de las comunicaciones y las finanzas. El Estado es hoy impotente ante los flujos financieros, fakenews y crimen organizado, todos de dimensión global.

Siendo el Estado una categoría histórica en devenir y rebasada por las circunstancias, debiéramos pensar en una soberanía global, en vez de Brexit, aranceles y muros; pero los hombres solemos aprender de las crisis, no de las bonanzas. Esperemos entonces a tocar fondo y volvemos a hablar.





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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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