RAÍCES DE MANGLAR

Gloria en Culiacán

Gloria en Culiacán

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Busca entre un montón de ropa sucia una chamarra y sale. Hace mucho calor, pero se la pone por la costumbre de tapar sus brazos por los tatuajes feos que se hizo en la secundaria y que tuvo que pagar con sangre por la golpiza que le puso su papá, un viejo norteño de arcaicas costumbres y voz ronca y profunda, "¿qué chingaos te hiciste cahamaca?, recuerda, ahora ya con añoranza porque pasó el tiempo y quizá porque el hombre ya murió. Así pasa.

Pero ahora, sólo camina, intentando no pensar, ligerita, incompleta, como se siente la preocupación máxima, como si en lugar de tripas tuviera globos, pero con un cosquilleo ansioso e incómodo que la estresa, la perturba y entonces corre.

Corre como si no existiera, en esa ciudad hostil, enferma de un mal imposible de curar, ahora lo ve. Y cuántas veces quisó sal corriendo y huir de su mala vida, primero de los gritos maternos, después de un marido gris y violento, que a la primera oportunidad se hizo humo y la dejó sola, bueno, no sola, con Gloria.

Gloria, oh Gloria. Mi niña. Sólo fue un momento, se me hizo fácil, cómo podría saber. "Con unas amigas. Y es tarea", me dijo, y yo entonces, ya está grande, no le va a pasar nada. Va acompañada. Sólo no les hagan caso a esos vatos, ya sabes, ¿eh? Si les hablan caminen rápido o corran, mejor corran. ¿Cuántas mujeres no han desaparecido así? ¿Y hombres? ¿Y si acaso no se fue y lo desaparecieron?

No, no, no. Ella no. Y él se fue. También se hartó. Éramos mucho para él. Bien que lo vi. Su cara, sus gestos, sus borracheras y las drogas y la otra. ¿Cómo me pudo pasar a mí? No, eso no importa ahora -¡Trac Trac Trac!- agáchate, ¡ay!

Sólo dos calles, sólo dos putas calles. No. ¡Ay diosito! Ahí vienen, otra vez. Por favor que no pase nada.

Y en esas calles calientes, la banqueta le quema la panza descubierta. "¿Por qué no me abroché la chamarra?", pensaría si pudiera, pero únicamente escucha detonaciones y la voz de Gloria que quién sabe de dónde viene.

Y aunque tiene ojos, grandes bolas que saca con ahínco por el miedo, que justifica unos segundos después cuando acaso observa pasar un coche quemando llanta, con música banda y rafagueando las aceras. Se cubre con sus manos morenas y aún tersas la cabeza.

"¡Mamá!", vuelve a oír, mueve su cabeza hacia los lados y la ve. ¡Es Gloria!

"¡Mamá! ¿Estás bien? ¿No te pasó nada? Vi que te caíste y me asusté. Te vengo siguiendo dos calles atrás".

No le responde, se levanta, toma su mano y corre de vuelta. La jala tan rápido, es sólo una escuálida adolescente, como Myrna, su amiga desaparecida, recuerda rapidísimo que eso jamás se aclaró, como muchas cosas. No había pruebas y si las hubo las desaparecieron. Tuvieron que conformarse con varios "lo siento mucho" y "si sabemos algo le avisamos en corto" de los policías. Todas esas palabras inservibles, todas condenas.

Y en el jaloneo la tira y la arrastra, no tiene tiempo para ver si está bien. Tampoco Gloria habla, aún con las rodillas hechas jirones carmesí. Como puede se reincorpora y sigue.

Los gritos, la gente despavorida, los autos inútiles, atorados en la fila del tránsito. En reversa y chocando entre sí. Un padre saca a su hijo y le ordena que se tire. Lo mete debajo de su coche y le dice "así estate".

¡Diosmiodiosmiodismío! La puerta, está abierta. No me acuerdo si así la dejé o alguien se metió. Me duele el pecho, corrimos mucho. Gloria, mija, ¿Estás bien? "Sí, salí para acá porque nos avisaron por whats que estaba el ejército y los narcos, que mataron no sé a quién y que no saliéramos, pero me dio mucho miedo por ti y me salí de la casa de mis amigas, su mamá me dijo 'no vayas ya, espérate', pero es que mi mamá está solita y ya no dijo otra cosa además de 'ciérrenle a la puerta, ciérrenle a la puerta' cuando me salí".

La puerta. Ya me acordé, fui yo que no la cerró por las prisas. Sigue abierta. Ciérrala Gloria.

Y cerraron la puerta, apagaron casi todos los aparatos y así estuvieron por horas, mientras a lo cerca y a lo lejos escuchaban balazos y explosiones y gritos. Entonces largos silencios hasta que pasaba un coche y resquebrajaba con sus aullidos aquella tranquilidad de mierda.

Sólo dejaron el módem para preguntar a todos los que les importaban "¿estás bien?". Pocos contestaban. Se mantuvieron en el piso por culpa de los amplios ventanales que protegían nada. Veían los videos de las camionetas atestadas con narcotráficantes y sicarios y los de los ciudadanos huyendo y aunque de cierta manera siempre lo supieron, que pasaría algo así, no lo creían cuando Gloria decía "No manches mamá, es la calle de mi amiga la que te platiqué. Ojalá y no les pasé nada".

Que no nos pase nada a nosotras, pensaba la madre. Si tan sólo estuviera ese güey, me sentiría más tranquila. Sepa Dios dónde ande y Dios también, ¿quién sabe dónde ande?

Llegó la noche y no encendieron la luz por terror. Avanzaron lento hasta su recámara pero durmieron en una sola cama, abrazadas y juntas, aún se tenían. Le sobraba amor por su hija, lo que ya no tenían era valor. Apenas una sensación ominosa de que ya no amanecería. ¿Cómo podría atreverse el sol a iluminar aquel abandono?

Sintió la noche, la oscuridad como un manto tenue, la respiración de Gloria adentro y afuera, hasta que despacio y suave, como si desease que no la escucharan allá afuera, como si de alguna forma pudieran: "Mami, ya no quiero vivir en Culiacán".

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Francisco  Cirigo

Francisco Cirigo

En su novela Rayuela, Julio Cortázar realiza varios análisis sobre la soledad, exponiéndola como una condición perpetua, absolutamente fatal. Dice que incluso rodeándonos de multitudes estamos “solos entre los demás”, como los árboles, cuyos troncos crecen paralelos a los de otros árboles. Lo único que tienen para tocarse son las ramas, prueba inequívoca de la superficialidad de sus relaciones. Las personas somos como árboles y nuestras relaciones son ramas, a veces frondosas y frescas, a veces secas y escalofriantes, pero siempre superficiales. Nuestros troncos son islas sin náufragos posibles.

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