PROHIBIDO PROHIBIR

Cachirulo y Fanfarrón

Cachirulo y Fanfarrón

Foto Copyright: lfmopinion.com

Teatro Fantástico.

A las siete de la noche, los domingos, generalmente bañados y recién cenados, la Zenith en blanco y negro iniciaba un nuevo episodio del programa de televisión que, como miles de niños mexicanos, seguíamos con religiosidad cada fin de semana. Canal 2 en cobertura nacional transmitía Teatro Fantástico.

En la estancia de grandes ventanales y piedra volcánica del Xitle, mis hermanos y yo, enfundados en las pijamas y batas que cosió mamá en su Necchi, esperábamos con ansiedad el inicio de una nueva aventura entre el bien y el mal.

En letras doradas sobresalían las iniciales de cada uno de nosotros. Ahí estábamos todos, más ocasionalmente mi primo Paco y más veces mi primo Billy, hermanos por elección. También en vacaciones, los primos sonorenses, JC y el Pancho, de la estirpe de los Chabelitos.

Mi hermano Alejandro, más joven que yo, preguntaba siempre, ¿por qué JA? Pues por qué te llamas Jorge Alejandro. ¿Jorge? Si, decía mamá, por Jorge Negrete. No, decía, papa’, por Jorge Ferretis, el de "Cuando engorda el Quijote"; ya lo leerás, algún día, y hacia énfasis en la A, de su segundo nombre.

A renglón seguido, mi padre hacia palomitas en una cazuela Ekko, con un poco de mantequilla en la base y un molinillo que a media velocidad hacia explotar las semillas de maíz. A mí ese sonido, el olor y el sabor me parecían una delicia digna de condensar la felicidad del fin de semana, a pesar de que se acabaran en un santiamén, unas y otros.

Cachirulo en la pantalla derrotaba sin misericordia a Fanfarrón, incluso lo ponía en ridículo. Sin embargo, lo mejor para mí espíritu de cronista era oír al héroe mandar saludos a las niñas Guajardo que tan bien se han portado esta semana, especialmente a Laurita que tanto obedece a su mamá; sacar del club de los Chupa Dedos a Toñito Salas, felicitar mucho al niño Juanito Martínez por sus buenas calificaciones y entonces, yo oía lo que quería: felicito también a la niña Regina Castro por querer tanto a Arturo, caballero revolucionario del progreso. Por supuesto, ella nunca me quiso. Aunque también es justo reconocer que cada domingo cambiaba el nombre de quién debía quererme, según Cachirulo.

Pues bien, en ese paraíso que fue mi niñez recuerdo un domingo de crisis, cuando a todos los nietos, a los vecinos, a los amiguitos de cada uno, nos inyectaron contra la rabia,

Mi tía Nonis, enfermera por vocación, era la encargada de ayudar al médico que inyectaba en la panza, como banda de vacunación en serie. Los niños nos levantábamos la camisa, el médico movía levemente el cinturón y aplicaba con buen tino la vacuna. Salíamos llorosos y antes de que cualquiera otra cosa pasara, una paleta de dulce acallaba la protesta. Con las niñas eran más delicados. Yo intentaba descubrir las diferencias, más sin embargo, las panzas eran iguales. Y ellas no lloraban.

Cachirulo usaba una peluca de pelo rizado que mucho tiempo después confirmé ser de color anaranjado. No como el de Trump, sino elegantemente peinado.

Y esa tarde de las vacunas, ahí estaba Cachirulo para asombrar a todos en Tlalpan, en Avenida Pedregal.

Eso pasó porque al Scott, un pastor alemán de los Violas, lo agarraron los tlacuaches, se lo bailaron y le pegaron la rabia y hubo que sacrificar a todos los demás perros, menos al Rex y a la Diana, aunque nunca entendí porque a ellos no, mientras yo lloraba a mi Jeff, un pelo de alambre ratonero que nunca se echó pa tras.

Sí, el responsable fue Scott como el general que invadió México. Mi abuelo lo cambió después, ya en Cuernavaca, por dos gatos siameses: Lady Bird y Ho Chi Min, y hacia énfasis en su amorosa reconciliación y cohabitación negociada.

Mucho tiempo después me sigo levantando temprano, hora del Pacífico, enfundado en mi bata de seda, para seguir las mañaneras presidenciales y evaluar con mi espíritu de cronista, el pulso del país.

No escucho siempre lo que quisiera, aunque contienen virtudes, también muchas repeticiones, monotonía y algunos periodistas y pseudo periodistas que enseñan el cobre, la impudicia y son como el Ticher y asociados, pero al revés, muchas veces insoportables y mala leche los unos y los otros. Unos Cachirulos y otros Fanfarrones y viceversa.

El colmo fue cuando el ineducado y otrora agresivo Mr. Trump apareció en pantalla, muy modosito, sin aspavientos, agradeciendo al gobierno del famoso Peje la cooperación en varias materias, especialmente en migración, donde ya ni la burla perdona, ya que en efecto estamos pagando los muros del sur, como lo anunció en su campaña.

Le hacemos el trabajo sucio, a cambio de palmaditas en la espalda, porque ni detienen el tráfico de armas, ni aprueban el nuevo tratado… y tampoco compran el avión, por ejemplo. Y los aranceles, ahí están listos, afilando la espada de Damocles.

Que pronto se han olvidado las afrentas, los niños en_jaulados, las amenazas y los chantajes. Las deportaciones de connacionales, las agresiones comerciales. Las negociaciones y abusos en medicinas de patente. Las prácticas de extradición y expulsión. Las compras y ventas condicionadas. Los aranceles al tomate, al aguacate y demás. Las reubicaciones y cierres de armadoras y maquinadoras. El retiro de inversiones y nuevos proyectos por razones electorales. Los préstamos y deudas impagables. La demanda creciente de drogas. El intercambio de muertos por mercancía en la guerra de las adicciones. La historia de Latinoamérica.

Cachirulos y Fanfarrones. Que cada quien elija bien su papel. Incluyendo a los opositores especialistas de equis amparos, los periódicos que deforman, los presidentes municipales panistas que a sombrerazos amenazan construir el Cristo más grande del mundo cuando los niños de la región no tienen que comer y gritan públicamente que matarán a balazos a los que se opongan, o los médicos regios que con base en las tesis de objeción de conciencia se oponen a salvar vidas de mujeres en riesgo por abortos mal practicados, embarazos de menores, violaciones y atención a grupos minoritarios, enfermos o discapacitados.

Como dijo Cachirulo, siguiendo al propio Aristóteles, ¡quepocamadre!

A cumplir entonces, quién lo merezca debe de estar en la lista de la vergüenza, la de los Fanfarrones nacionales y extranjeros.

Así debiera de ser siempre, con justicia que cumpla la Ley, que se les enjuicie y enchiquere, más allá del guácala y el fuchi. Como a Rosario.

Por lo pronto, encontré más significados de cachirulo, como la pañoleta del traje típico de Aragón o un instrumento ex profeso para meterse por salva sea la parte y por extensión algo que no es verdadero.

Y también hay más de fanfarrón, como el alto vacío de Martita, el 0.53 que declaró la guerra hasta en ABC, y el último que navegó con Televisa bajo el vuelo de La Gaviota.

Siempre existirán Cachirules y Fanfarrones.



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Arturo Martinez Caceres

Arturo Martinez Caceres

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