Fiesta de muertos

Carlos González Blanco

Es todo un tema que necesariamente nos involucra, a cada quien de diferente forma.

Desde que tengo memoria, observo los sensibles rituales de los adultos en panteones o en altares caseros y percibí su comprensiva mirada tolerante y distante siempre que partipé en ese frenesí de bulla y disfraces.

Jamás comprendí esa actitud de adultos, hasta hace 5 años que me percibo en un ánimo diferente.

Cuando niño, viví la ilusión de salir a pedir dulces, maquillarnos y andar en palomilla cantando consignas simpáticas.

De adolecente, el ánimo preparatoriano de disfrazarnos con los amigos y ambientar el sitio de la pachanga.

De universitario, lo mismo pero con tonos cada vez mas intensos y atrevidos.

De adulto joven, continué derrochando energías y participando en todos los ambientes a que fui convocado.

Ya como padre, hice y seguiré haciendo lo necesario para que mis hijos disfruten su tiempo.

La vida cambió.

Hace 5 años perdí a mis padres, hace 2 meses a una gran mujer con quien nos asumimos hermanos y desde hace varios años he venido perdiendo grándes afectos de tíos, tías, primos y entrañables amigos.

Hoy percibo diferente la festividad de muertos.

Entraña para mi, una nostalgia, me impone el sensible recuerdo de mis seres amados.

Mi ánimo, ha dejado de estar en estrafalarias y estruendosas fiestas de disfraces, para tornarse en veladas esencialmente taciturnas viendo consumirse veladoras en un altar con música prudente que invoca la ausencia de los seres amados.

Llegó mi turno de observar a los jóvenes en su comprensible alegría por la fiesta.

Llegó mi turno de percibirlos, seguramente con esa mirada comprensiva, tolerante y distante que antaño no comprendía.

Requiem a nuestros seres queridos.

Un pensamiento de gratitud por lo que nos compartieron de su vida.





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