PARRESHÍA

Las nuevas soledades

Las nuevas soledades

Foto Copyright: lfmopinion.com

Más solos que nunca.

La soledad no es solo cuestión de compañía, de hecho tiene dos caras: estar sin compañía y estar con uno mismo. Puede parecer un contrasentido, pero quien sabe estar consigo mismo, jamás está solo.

No pretendo impulsar el anacoretismo como forma de vida, pero sí destacar dos nuevos tipos de soledad, ambas de y en las redes. Soledades pseudónimas, tramposas, ocultas, falseadas y, como lo ha demostrado el Coronavirus, hasta cierto grado histéricas.

Estos nuevos tipos de soledad se enmascaran en un nuevo tipo de compañía, la del dispositivo móvil, a través del cual participamos en comunidades y conversaciones virtuales, las más de las veces interrumpiendo y desplazando las presenciales.

Esta forma de estar conectado con "todo el mundo" demandan en realidad ausencia de compañía presencial, soledad. Conexión no es compañía. Conectar es "enlace, atadura, trabazón, concatenación de una cosa con otra". Hablamos de cosas que se interconectan. Cuando nos referimos a la conexión entre personas siempre media un instrumento que las enlaza. Así, cuando decimos que las redes nos conectan, la acción y efecto de conectar está mediada por las propias redes y se reduce a comunicaciones difusas, desordenadas, posiblemente diferidas, las más de las veces iracundas o banales, y siempre ordenada por un algoritmo que las circunscribe a interlocutores y temas afines.

Habrá quien diga que las personas se conectan (trabazón) en el coito, pero incluso previa y sobre esa "conexión", priva la indispensable co-presencia (compañía), y más que una concatenación, presenciamos la fusión de individualidades, el extravío en el otro.

Conexión, pues, no es compañía. Por conexión entendemos la "acción y efecto de unir"; del prefijo con (junto), nectare (anudar, enlazar) y el sufijo ción (acción y efecto); en tanto que por compañía mentamos "cualidad de compartir tiempo junto", del prefijo co (con, reunión), panis (pan) y del sufijo ia (cualidad). Conectar es una acción y efecto; acompañar es una cualidad, un conjunto de propiedades que se consideran particulares y distintivas, de "qualis (de qué clase). En un caso hay acción y efecto, en el otro una categoría o forma de ser. La compañía, además, implica tiempo, presencia (tiempo juntos) y algo que compartir en el tiempo-juntos: la otredad.

Además, la compañía no es solo comunicación; por supuesto que el que acompaña se comunica con quien acompaña, pero la comunicación no es todo entre ellos. La compañía tampoco es solo presencia. Un mueble está presente, pero no acompaña; un twitt comunica, pero no acompaña. Se puede vivir rodeado de riquezas y ahogado en twitts y estar más solo que la luna. Acompañar no es solo estar y comunicarse, es ante todo una forma de ser con otro, un con-vivir. Quien acompaña no solo está, su estar comprende, asiste, ampara, consuela y, a veces, compadece, es decir, padece el dolor de y con el otro. Acompañar es compartir; compartir felicidad y tristeza; salud y enfermedad; momento y emociones; pesadillas y sueños. En una palabra, vida (con-vivir).

La compañía, además, enriquece, hasta convertirla en algo diferente, a la comunicación, porque quien acompaña se expresa en palabras, pero éstas siempre van acompañadas con un rico lenguaje corporal, coloraturas en la entonación, gestos en el semblante, ademanes, la energía que emana de su persona, sus sensaciones, emociones y calidez. Una mirada materna dice más que mil palabras de comprensión; una palmada en la espalda, en el momento preciso y con la calidez debida, otorga más fuerza que cien gimnasios; el guiño de la amada no halla expresión posible en palabras. Decía Teilhard de Chardin que entre los homínidos la sola presencia tiene expresión y contenido: "entre inteligencias, una presencia no puede permanecer muda".

La diferencia entre conversación mediada y compañía, toda proporción guardada, es la que media entre la forma, imagen y concepto apolíneo, y la voluntad corporeizada, embriagante, misteriosa de Dioniso y su mundo espiritual que nos abrasa, invisible más vivamente emotivo a través de quien nos acompaña. Entre lo frío del símbolo y la tecnología, y la redención en un abrazo de almas.

Pero las redes no solo nos aíslan de la compañía de los demás, aunque nos "conecten" con "todos"; también nos aíslan de nosotros mismos. Tal es la segunda de las nuevas soledades: los vacíos de nuestra soledad empiezan con nuestra ausencia en la conversación interna. El hombre (en su acepción de género humano) necesita de la solitud y silencio para estar consigo mismo, para conocerse, conversarse, analizarse, explicarse, entenderse, cuestionarse, castigarse, quererse. La soledad, en su faceta de estar consigo mismo, es una forma de auto-acompañamiento y de auto-brindarnos todo lo que la compañía de otros trae de paz y sosiego. Hoy, sin embargo, nuestra atención a las redes gravita en contra de la atención que prestamos a nuestra yoidad. Las redes se han convertido en una fuga de nosotros mismos; tan pronto tenemos un momento de inactividad sacamos el móvil para "conectarnos" al ciberespacio y así no escuchar nuestra voz interna.

Para poder entablar relación con otros necesitamos empezar por tener relación con nosotros mismos, abrazar nuestra propia soledad para saber convertir la soledad frente a los demás en efectiva convivencia.

Por eso, ambos acompañamientos se necesitan, requerimos tiempo y silencio para estar con nosotros mismos y requerimos la harmonía, sostén y comprensión del otro.

Los dispositivos tecnológicos compiten hoy con nuestras compañías; nos aíslan de los demás y de nosotros.

Quizás por eso somos una sociedad tan triste, histérica y alienada.

Ojalá el coronavirus sirva para solidificar las verdaderas compañías… de quienes lo sobrevivan.





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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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