LETRAS

El Coloso - Primera Parte

El Coloso - Primera Parte

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La visión de Aranda, siendo tan aguzada, no podría prever la locura trumpiana instalada en el coloso.

Con la independencia de Estados Unidos (1783), el Conde de Aranda, entonces embajador español en Francia, escribe a Carlos III un Memorial en el cual le dice que España terminará perdiendo todas sus posesiones en América y que en ella este pigmeo que acaba de nacer se impondrá como coloso y terminará señoreando el continente y posiblemente el mundo. La historia se narra en "La América de Aranda" (Fondo de Cultura Económica 2003).

El texto final del libro no incluye el capítulo que aquí hoy publico por primera vez en cuatro entregas sobre las conductas desarrolladas por el coloso, mismo que suprimí de la edición porque no formaba parte del diseño original de la obra pensada y desarrollada por mi padre y concluida por mi.

Viene al cuento por la orden de Donald Trump de militarizar la frontera con México. No será la primera vez, como podrá usted constatarlo. Es una gastada práctica para victimizarse y llamarse agredidos por una mentada de madre.

La visión de Aranda, siendo tan aguzada, no podría prever la locura trumpiana instalada en el coloso.

Luis Farías Mackey.





La huella de América en el pensamiento de Aranda llega hasta su última intervención en el Consejo de Estado. En este tema, América, como en tantos otros, fue ignorado. España entró en Guerra con Francia sin hacerse cargo que sus descalabros rechazarían en el otro hemisferio contra sí misma.

Pronto los hechos confirmarían las previsiones arandidas. Con lo que no contaba Aranda era que Godoy fuese a actuar cumpliendo exactamente sus más sórdidos temores. En efecto, la frontera entre Estados Unidos y Nueva España en el Mississippi siguió siendo punto de disputa que los primeros alargaban en espera de la independencia de las colonias españolas. Los norteamericanos navegaban el Río desde 1788 pagando un arancel del 15%; las manufacturas y bienes norteamericanos, no obstante, inundaban las colonias españolas del Golfo de México desde antes de 1780. En 1785 el Gobernador Zéspedes describía la situación de dependencia prevaleciente en los siguientes términos: "cuando el dinero llega no se queda entre los habitantes, pues inevitablemente (...) los norteamericanos lo reciben a cambio de provisiones (1)".

En la Florida, recuperada en 1783, la población española apenas pinta. Apalache cuenta con 189 personas, de ellas sólo 3 son mujeres, y Pensacola en 1803 alcanza sólo las 400 almas; San Agustín arriba a 2 mil habitantes en 1786 (2), en contrapartida, las autorizaciones a inmigrantes norteamericanos para asentarse en Luisiana y Florida, con donaciones de tierra gratuita y acceso al Mississippi, forjan un flujo constante e irrefrenable. Para un solazado George Washington esos eran "los medios de entregarnos de manera pacífica lo que de otro modo podría costarnos una guerra (3)".

El destino manifiesto sería expresado por Jefferson, para quien "nuestra confederación debe considerarse como núcleo desde el cual toda América, norte y sur, debe poblarse (4)", lo haría, sin embargo, bajo el fario de la violencia, primero con el exterminio de las poblaciones indígenas, luego con guerras de conquista.

En 1795, perdida la guerra contra Francia y encaminado al enfrentamiento inevitable con Inglaterra, Godoy, para entonces Príncipe de la Paz, considera necesario granjearse la neutralidad de los Estados Unidos ante la imposibilidad de defender las posesiones españolas en América frente a un ataque británico, y lo hace cediendo a sus pretensiones sobre la frontera norte de la Florida y abandonando el Valle de Ohio. Su cesión incluyó el distrito de Natchez. Por si ello fuera poco, autorizó la libre navegación por el Mississippi y el derecho de descargar, almacenar y reembarcar en Nueva Orleans u otro lugar conveniente en territorio español. A diferencia de Aranda, para Godoy resultaba inútil defender las posesiones al norte de la Nueva España, "no se pueden poner, sostenía, puertas en campo abierto (5) ". Así, en el "Tratado de amistad, límites y navegación entre su Majestad Católica y los Estados Unidos de América", firmado por Godoy y Pickney, leemos: "Se ha convenido también (las dos altas partes contratantes) en que el límite occidental del territorio de los Estados Unidos que los separa de la colonia española de la Luisiana, está en medio del canal ó madre del río Mississippi, desde el límite septentrional de dichos Estados hasta el complemento de los treinta y un grados de latitud al Norte del Ecuador, y su Majestad Católica ha convenido igualmente en que la navegación de dicho río en toda su extensión, desde su origen hasta el Océano, será libre sólo á los súbditos y á los ciudadanos de los Estados Unidos, á menos que por algún tratado particular haga extensiva esta libertad á súbditos de otras potencias (6) ". Igualmente, su Majestad Católica permitía "por espacio de tres años á los ciudadanos de los Estados Unidos que depositen sus mercaderías y efectos en el puerto de Nueva Orleáns y que las extraigan sin pagar más derechos que un precio por el alquiler de los almacenes (7)".

Fiel a su parecer, en 1795 Godoy ofrece a Francia la Luisiana con la cándida idea de que sirviera de colchón entre Estados Unidos y Nueva España; entonces pretendía mercarla por la mitad de Santo Domingo (hoy Haití). Como se recordará la isla es entregada a Francia en 1795 a cambio de los territorios españoles ocupados por las fuerzas francesas en la guerra a que tanto se opuso Aranda. Ya sin nada que mercar, en 1800 la Luisiana es entregada a Napoleón a cambio de la Toscana, reino en el centro de Italia destinado a un hermano de la horripilante María Luisa, promesa que, por cierto, nunca cumplió Napoleón, aunque si se embuchacó la Luisiana (8) . En 1803 Francia, que iba a hacer las veces de amortiguador, la vende a Estados Unidos en 12 millones de pesos; éstos aprovecharon el viaje para alegar que la compra-venta incluía el oeste de la Florida, ¡Texas y Nuevo México!

Desde Europa, las conquistas de Napoleón inspiran indirecta e inadvertidamente el impulso emancipador en Hispanoamérica, alentado también por los pleitos de Carlos IV, María Luisa y Godoy con el Príncipe de Asturias, próximo Fernando VII. En 1808 los ejércitos de la Grand Arme habían inundado la península ibérica y mantenían cautivos a los Reyes de España. "Pepe botellas", hermano de Napoleón, ocupa el trono español. Los defensores de España crean las Juntas Patrióticas y encabezan una insurrección de orden nacional y acción popular. En ese momento el problema más apremiante para el Virrey de la Nueva España era a quién obedecer, a quién reconocer como autoridad legítima.

Las guerras, primero contra Francia y luego contra Inglaterra, mermaron la economía de España y sus colonias; el conflicto contra los ingleses separó a la metrópoli de sus posesiones ultramarinas consolidando la penetración comercial británica en América. Trafalgar arrasa con la marina española y Napoleón con la economía europea, todo impacta en América con desempleo, inflación y descontento social.

En 1810 las juntas criollas expulsan a las autoridades españolas en Buenos Aires, Caracas, Bogotá y Santiago de Chile; en México el virrey Iturrigaray apoya a la Junta Patriótica, encabezada por el Cabildo de la Ciudad de México. Este paso hubiera sido suficiente para un cambio pacífico de poderes; pero los españoles residentes en México, padres de los criollos, se rebelan. La independencia, tantas veces anunciada por Aranda, se hacía grito en Hidalgo y el tañer de campanas en la población de Dolores "¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!"

CONTINUARA...




(1)Zéspedes a Juan Ignacio de Urriza, San Agustín, 30 de septiembre de 1785, en Weber, David, J., La frontera..., Op. Cit. p. 394.
(2)Ibid. p. 389.
(3)Washington a Jefferson, 2 de abril de 1791, en Ibid. p. 396.
(4)Jefferson, Thomas a Stuart, Archibald, 1786, en Zoraida Vázquez, Josefina y Meyer, Lorenzo, México frente a Estados Unidos (un ensayo histórico, 1776-1993), F. C. E. México, 1995, p. 27.
(5)Citado por Whitaker, en Weber, David, J., La frontera..., Op. Cit. p. 407.
(6)Artículo IV, en Riva Palacio, Vicente, Op. Cit. vol. III. p. 30.
(7)Artículo XXII. Ibidem.
(8)Tratado de San Ildefonso, 1° de octubre de 1800, "con la misma extensión que había tenido durante el tiempo en que perteneció a España; la misma que tuvo cuando la poseyó Francia y que debía tener de acuerdo con los tratados celebrados por su Majestad Católica con otros Estados", En Carreño, Alberto María, México y los Estados Unidos de América, I. Victoria, México, 1913, p. 17.






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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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