El rechazo en las encuestas
Ayer en AlterNación101 hablamos con Francisco Graue (POP Group) sobre el concepto de rechazo en las encuestas.
A la incertidumbre que ya de por sí generan los encuestados indecisos y volátiles, es decir, aquellos que aún no deciden su voto, o bien lo cambian un día sí y otro también, hoy tenemos que sumar el fenómeno creciente de quienes rechazan la encuesta, ya porque no admitan contestarla, ya porque a la mitad de ella la abandonan.
Algo nos están diciendo estos ciudadanos que no sabemos leer con precisión, cuando no simplemente los ignoramos.
Las tasas de rechazo en las encuestas llegan a veces a ser superiores a la de encuestados, es decir, que son más los que se abstienen de contestar a los que lo hacen. Con esos números qué fidelidad y cientificidad puede tener la muestra.
Y no, no es este un texto para señalar que todavía nada está decidido. Eso ya lo hemos repetido hasta el cansancio. Más bien intento señalar un fenómeno que bien pudiera estar mostrando un hartazgo electoral y su derivación hacia las encuestas.
Todavía hace seis años nuestras ciudades eran tapizadas con propaganda de chile, dulce y manteca hasta hartar visualmente a la gente que terminaba por no ver ya nada. El mismo hartazgo, pero multiplicado, lo seguimos sufriendo con el spoteo diario en radio y televisión; pero lo novedoso en estas elecciones es la hartada de encuestas y más aún de encuestólogos.
Mucha de la culpa la tienen los medios que a través de ellas quieren influir en vez de informar, los protagonismos de los dueños de las casas demoscópicas, que pasaron de prestadores de servicios a analistas políticos, comentaristas en mesas de análisis y finalmente a actores centrales de la discusión electoral, y finalmente los partidos y candidatos que desde siempre han hecho de las encuestas un instrumento de propaganda.
Es curioso ver y oír a todos los candidatos descalificar las encuestas publicadas con encuestas de casa que nunca muestran, obviando lo obvio: lo que se publica, dicen sin decir, difiere de las encuestas con las que ellos toman decisiones y fijan estrategias.
Más claro ni el agua, si los propios candidatos guardan para sí las encuestas en las que sí creen, qué diablos son entonces y qué valor tienen las publicadas.
De allí el acento que en nuestra conversación de ayer al aíre se impuso por sí mismo del tema del rechazo ciudadano a responder encuestas.
Pareciera, si me permiten el exceso, que la descalificación la comparten los partidos, los candidatos y las casas encuestadoras.
Tiempo habrá después de las campañas de evaluar y discutir este fenómeno del 2018, por lo pronto, sostengo que entre indecisos, volátiles y rechazadores se requiere una gran dosis de necedad, interés o estupidez para creer hoy y aquí en las encuestas de intención de voto, porque su representatividad está en severa duda.
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