PARRESHÍA

Cuando de luto se viste

Cuando de luto se viste

Foto Copyright: lfmopinion.com

Salón de sesiones del Consejo General del Instituto Federal Electoral, 1:30 horas del lunes 7 de julio, clausura de la sesión permanente con motivo de la jornada electoral. Todo es abrazos, sonrisas, felicitaciones.

Camino de terracería cercano a Pashtponticja, Oxhuc, Chiapas, 1:30 horas del lunes 7 de julio, entre la maleza agoniza Diego Gómez Santiz, presidente de casilla. Todo es oscuridad, silencio, abandono.

"En algún lugar de la Selva Lacandona", o quizá en el propio San Cristóbal, 1:30 horas del lunes 7 de julio, el responsable del operativo recibe por radio el parte: "La 940 (número de la casilla) se nos peló". Todo es rencor, insania, ofuscación.

Diego Gómez Santiz, indígena chiapaneco de 60 años de edad pastor evangelista y sujeto sin antecedentes en actos de violencia, no se dejó amedrentar por quienes pretendieron construir un ambiente de no condiciones para celebrar elecciones en el tercer distrito electoral de Chiapas. Sabía a ciencia cierta que, al menos en su comunidad, las condiciones estaban dadas y las elecciones eran esperadas. Cuando el IFE le comunicó que había sido insaculado acudió religiosamente al curso de capacitación y luego, cuando fue designado presidente de casilla, se aprestó gustoso a cumplir su deber ciudadano.

Las elecciones —dijo a sus nueve hijos y esposa—, son el camino para arreglar nuestras broncas, cuando sepamos quien gana nos dejaremos de tanto problema.

La casilla básica por él presidida se instaló sin contratiempo en presencia de representantes del PRI y del PRD. En ella votaron 365 electores, el escrutinio y cómputo dio el triunfo al PRI por más del doble de los votos recibidos por el PRD, segundo lugar en votación. Los expedientes y el paquete fueron armados, las actas firmadas por funcionarios y representantes, y sus copias entregadas. Al filo de las doce de la noche subieron a una camioneta del IFE los paquetes de las dos casillas (básica y contigua), y con ellos don Diego. Atrás, en otra camioneta viajaban los dos representantes de partido.

A 700 metros encontraron el camino bloqueado con piedras. Antes de que pudieran dar marcha atrás, de entre los árboles y la oscuridad surgieron hombres encapuchados y disparos. El parabrisas de la camioneta donde viajaba don Diego fue impactado por dos balas. Una de ellas atravesó la visera de la gorra del chofer. La puerta derecha del vehículo fue abierta y don Diego arrastrado a tierra. Para entonces, la segunda camioneta había logrado cruzar a quienes le cerraban la retirada, el chofer de la primera aceleró tras de ella, lanzando por los aires al encapuchado que se subía a la camioneta para sacar los paquetes electorales.

Los asaltantes, sin embargo, no dispararon sobre los vehículos en fuga: querían los paquetes, no muertos. No obstante, para alcanzar aquéllos, el jefe de la gavilla había tenido que sacar a don Diego de la camioneta, quien yacía sobre el lodo atónito y abandonado a su suerte. Jamás lo sabremos. Tal vez fue la rabia de no alcanzar su objetivo; tal vez la adrenalina; tal vez la furia del encapuchado golpeado por la camioneta; tal vez una lección a quienes apuestan a la democracia en Chiapas; tal vez diferencias religiosas o políticas; tal vez reconoció a sus victimarios; tal vez la sinrazón humana. El hecho es que entre patadas y culatazos don Diego recibió 24 fracturas y estallamiento de vísceras. Doce días después falleció.

Valga señalar que a diferencia de quienes se cansaron de afirmar que era la presencia del Ejército Mexicano la que atentaba contra la realización de los comicios, en este lamentable evento los protagonistas son otros: valientes y enmascarados luchadores por la democracia, la dignidad indígena y los derechos de la humanidad que ante el acuartelamiento del Ejército Nacional salieron a quemar la democracia, a demostrar su concepto de dignidad y a asesinar brutalmente a un hombre indefenso.

Si lamentables son los hechos, es afrentoso que por este héroe de la ciudadanización, porque la verdadera ciudadanización se da en la jornada electoral, donde los ciudadanos toman en sus manos el proceso, por encima incluso del llamado "aparato ciudadanizado", es afrentoso, digo, que por él nadie haya levantado su voz. El IFE, es cierto, emitió un boletín de prensa lamentando su fallecimiento, pero ni los profetas de la ciudadanización, ni los partidos políticos, ni los defensores de los derechos indígenas, ni los supuestos ejércitos constituidos por ellos y para su liberación, ni los obispos caciques-caudillos ni la prensa tan proclive al señor Guillén, ni los cocopos, ni los conais han expresado el menor sentimiento de humanidad.

Me pregunto cuál sería su intergaláctica reacción si los resultados electorales hubiesen sido otros, si la religión de don Diego no fuese evangelista, o si el muerto hubiese sido el encapuchado arrollado por la camioneta. Diego Gómez Santiz ha muerto. No permitamos que su muerte sea ignorada, que su pérdida es de todos y la democracia de luto viste.

Descanse en paz.

#LFMOpinión
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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