POLÍTICA

"Beware”

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Requiere, para subsistir, quebrar al hombre en su esencia

Attali, en su "Breve historia del futuro" prevé tres escenarios; uno de ellos, el más probable -no por ello ansiado- es así descrito por él: "La situación es muy sencilla: las fuerzas del mercado se han apoderado del planeta (…) el dinero acabará con todo lo que pueda perjudicarlo y, poco a poco, ira destruyendo todos los Estados (…). Una vez convertido en la única ley del mundo, el mercado creara lo que voy a denominar el hiperimperio, un entramado inaprensible y planetario, creador de riquezas mercantiles y alienaciones nuevas, de fortunas y miserias extremas; la naturaleza será totalmente subyugada; todo será privado, incluidos los ejércitos, la policía y la justicia. Al ser humano se lo irá entonces ataviando con prótesis hasta convertirlo en artefacto que se venderá en serie a consumidores que, a su vez, se convertirán también en artefactos. Entonces, el ser humano, totalmente innecesario para sus propias creaciones, desaparecerá."

Attali explora dos opciones más de futuro: el hiperconflicto y la hiperdemocracia. Deseo hoy, sin embargo, hilar sobre una condición inherente a su primer y más probable escenario. Condición que, considero, está presente ya en nuestra cotidiana realidad.

"El Mercado" es hoy considerado como sujeto, "Salvador", suma inteligencia, ley última e inapelable, deidad y fin en sí mismo. A esta invención que ha destronado al hombre del centro de la creación, no le basta con acaparar todos los bienes y todos los negocios, si no que requiere, para subsistir, quebrar al hombre en su esencia.

El hombre, para ser, requiere convivir y toda convivencia demanda una argamasa de cooperación, solidaridad y compasión. La convivencia se construye sobre un sentimiento de amistad y una sensación de confianza, se cobija en un sentido de pertenencia y se reproduce en otro de comunidad, que brinda la certeza que es el bienestar de todos la garantía del mío propio.

Si quitamos la vista y atención un momento de la televisión y de las redes (no podrían estar mejor nombradas; basta ver cómo nuestra niñez y juventud viven presas entre sus cuerdas), quizás podamos rescatar el sentido de armonía que priva en la naturaleza y se palpa en el universo más allá de nuestra burbuja terráquea y su deidad mercaderil.

Pues bien, el hombre forma parte de esa armonía. Al menos, debiera hacerlo. Sin embargo, vive incordiado por una segunda naturaleza mercantil y consumista. Entonces, parafraseando a un clásico: Si todo está tan bien, ¿por qué nos sentimos tan mal?

Nada del mundo actual busca hacer feliz y armónico al hombre. Por el contrario, busca incordiarlo, desmoralizarlo, alienarlo. Aislarlo de la naturaleza, de sus potencialidades y de toda convivencia armónica y solidaria. Somos unas máquinas autómatas y voraces cuyo único fin es consumir; no para satisfacer necesidades primarias, sino para saciar dependencias creadas que una vez saciadas dejan un vacío aún más desgarrador que el precedente.

Corremos a la insatisfacción inquebrantable. Nada nos llena, nada nos calma, nada nos pacifica, salvo correr desbocada y alienadamente en una banda de consumismo sin fin.

Pero no sólo no queda satisfacción, tampoco queda nada que pueda conservarse. Todo es desechable una vez adquirido, nada está hecho para durar. Todo es fugaz. Todo es efímero. Nada es consistente.

Sandra Bullock ganó 69 millones de dólares con la película Gravedad. ¿Qué dejó a cambio? Una hora de entretenimiento. Por el contrario, el campesino que produce los alimentos que sostienen nuestras vidas se muere de hambre porque su trabajo es despreciado y está depreciado. El albañil, el plomero, el electricista, el carpintero, que hacen posible nuestra vida en una vivienda que gozamos todos los días y quizás de por vida, jamás ganarán en toda su existencia una suma parecida a la de la artista y, sin embargo, nos dan muchas más satisfacciones que una hora de distracción.

Un programador de videojuegos, que no produce nada tangible ni esencial para la vida, puede volverse millonario en una semana, pero quien produce algo esencial o al menos necesario debe quedar sometido. Más que ello, debe estar moralmente quebrado, desarmonizado con el mundo y con la sociedad, desamparado y sin esperanza. Su autoestima y seguridad internas deben fallecer sin derecho a la alegría, al solaz, al esparcimiento, a la paz interna, a la creación y a la felicidad.

Ese es el hombre perfecto para el mercado. El trabajador sometido y derrotado; desmoralizado, sin sentido de pertenencia, sin lazos comunitarios, sin armonía.

Tampoco crea Usted que la artista de cine y el programador de videojuegos son felices y saben de armonía y paz con uno mismo. Cargan diferentes cruces en el mismo infierno.

En fin, algo anda mal y no es el hombre ni las voces que lloran en lo más incomunicable de su ser, sino una segunda naturaleza que le ha sido impuesta y lo encadena al peor de los futuros y presentes.

Ya lo dijo Harrison:

Beware of sadness

It can hit you

It can hurt you

Make you sore and what is more

That is not what you are here for.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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