La anticorrupción corrupta
Instrumentalizar la política es desvirtuarla.
La política no es un medio más. La política es lo que media entre nosotros para hacer de nuestras contradicciones convivencia. Ninguna mejor definición de política que la de Arendt: la política es lo que es entre nosotros; lo que nos une y nos diferencia: inter-es.
Pero siempre sobran los que quieren hacer de la política un simple medio, un instrumento. Nadie más peligroso.
Esos sujetos proclaman que el fin justifica todos los medios; cuando en realidad cada medio debe justificar en sus méritos su propia idoneidad para el fin que dice perseguir. Y, antes de ello, menester es justificar el fin en sí mismo.
En lo que toca a los fines: acabar con la corrupción es un fin, no "El Fin".
A su lado coexisten y demandan vigencia otros fines de la sociedad. Pudiera haber un gobierno no corrupto sin seguridad, sin alimento, sin medicinas, sin justicia, sin libertad, sin democracia. Subsumir todos los demás fines de la convivencia humana a uno solo es negar la riqueza propia de la realidad.
De igual forma, a la sombra de la Cuarta Transformación no se pueden obviar otros fines, ni justificar de antemano cualquier medio y su ejercicio.
Pero vayamos ahora a los medios. Las más grandes injusticias y barbaridades en la historia de la humanidad se han cometido cuando en pos de un supuesto fin absoluto todos los medios son justificados. Guerras religiosas, inquisiciones, exterminios, esclavitud, invasiones, expoliación llenan bibliotecas enteras que lo acreditan.
Nadie puede estar en contra de combatir la corrupción, pero sí en los medios que se ejerciten en su nombre, que pudieran, bajo su señera sombra, ser más corruptos que la corrupción que se combate.
El diablo siempre está en los detalles.
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Exijamos que cada medio acredite en sus méritos la justificación de su utilización y alcances. Porque el mismo combate a la corrupción no está exenta de ella.