PROHIBIDO PROHIBIR

Días de guardar

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Foto Copyright: lfmopinion.com

Jacarandas en flor.

Entre tanto dolor por la pandemia y la desesperación consecuente del encierro obligado, como bien canta la Rinaldi en el conocido tango: ‘A pesar de todo’; mi jardín se iluminó cuando abracé a mis nietos. Regina sigue siendo atenta lectora-dibujante y ha avanzado en aritmética gracia a las clases tecnológicas a distancia. Ya está chimuela y cada vez más bonita. Deseo que crezca feliz.

Cuando regresé al hogar, más aún siendo el trashumante migrante que soy, las jacarandas me recibieron espléndidas, floreando, bailando con el viento. La ciudad es un mosaico de lilas.

En contra, el tráfico nomás no se aligera y a mi gusto, la vieja Insurgentes, ya descopetada de muchos árboles, es hoy una reducida vía incómoda y problemática; de los dos carriles que dejaron para los sufridos automovilistas, se reduce el paso a uno solo cuando con frecuencia, los camiones de transportación de valores, taxis y particulares se estacionan donde quieren, cumpliendo el mensaje subliminal de la frase conocida: ¡Viva México, cabrestos! Los chavos dirían: ¡me vale!

La crisis me obliga a ser cuidadoso y usar cubre bocas y sana distancia, por lo que limito mis recorridos peatonales y descubrimientos que tanto valoro.

Esta querida ciudad sigue siendo un caos, en algunas ocasiones, relativamente ordenado. Vital y siempre en movimiento se mira a sí misma, orgullosa, sabiéndose la capital de todos. Testigo inmemorial, el Popocatépetl emite fumarolas de contento y otras más oscuras cuando se cansa de tanta confusión. Mientras, la Mujer Dormida se reacomoda y despierta poco a poquito entre tanto indignante feminicidio.

Mi agenda incluyó la visita a la reapertura de las funciones de teatro, que organizadas por el Centro Mexicano de Teatro ITI-UNESCO se presentaron durante el XXXIII Encuentro Nacional de los Amantes del Teatro, con una posterior invitación a casa del vicepresidente de la Asociación, en un ambiente Rulfiano de leones enjaulados. Descubrí, además, el relevante trabajo de Evelyn Buchdid y sus encuadernaciones, que merecen extensa difusión.

Otro día, en la cena que organizó mi tocayo, bebí vino con amplio y consciente libertinaje y me sentí adolescente, lo que antes pensé era francamente imposible dada mi condición de abuelo recalcitrante, o eufemísticamente, por disposición oficial: ‘de la tercera edad’. Reviví épocas pasadas y hasta recordé el Don Juan Tenorio de Zorrilla. Todo me pareció un tiempo recuperado a lo Proust.

La comida con mi excompañero de Economía fue un festín de sabores y remembranzas gracias a la cocina dedicada de mi madre, doña Mabelita y los recuerdos del antaño universitario. En esta casa estudiamos y escribimos nuestra primera publicación entre ambos amigos.

Sopa de queso sonorense, camarones, verdolagas, lengua alcaparrada, pastel de fresas y varios caldos de uva cuidadosamente seleccionados.

¡Qué placentero es el paso del tiempo cuando aún se tiene tanto que decir, tanto que discutir y que aprender!

Por supuesto no siempre estamos de acuerdo, sobre todo en los temas polémicos actuales de las mañaneras y demás que parecen dividir mas que reconciliar, pero el respeto por la opinión del otro prevalece.

Los argumentos de mis amigos y los míos se unen en los valores fundamentales para seguir la utópica construcción de un mejor país, cada uno con su grano de arena a cuestas, en su libertad y compromiso personal.

Con Luis Farías Mackey tuve un desayuno con privilegiada plática y el obsequio autografiado con palabras que aprecio, de su última novela. Se trata de ‘Mariana’, que se lee de un tirón, divierte y asombra con giros inesperados. Es un trabajo destacado de amor perdido, muy cercano a la sordidez de buena parte de nuestra generación.

En su novela, no se puede ser indiferente a la denuncia de abuso y distingos sociales que retrata. El autor no juzga, juega, describe con imaginación y oficio. Recrea. Cada uno de los personajes adquiere con naturalidad su razón de ser. Cada uno es importante para todos en una comunión de vida y muerte.

Me hubiera gustado un mejor destino para Enrique, aunque se inmortalizó en el recuerdo. Los frívolos ricachones están muy bien descritos y Chelita Chiluca tiene la virtud de la memoria del autor y su tiempo.

De eso estamos hechos, de girones que siempre te definen. De homenajes incomprendidos, secretos. De pinceladas artísticas y retruécanos intuitivos. Es el desencanto. Eso es, a mi parecer, una sobresaliente cualidad de la novela, en un tiempo pasado y, sin embargo, tan actual.

Un tiempo aún doloroso y donde se nos hizo creer que el discurso repetido, obsesivo, machacón, sería la base de la estrategia de solución que, en realidad, resultó fatua y superficial. Como muchas relaciones de parejas que en realidad viven separadas, siempre en soledad, añorando lo imposible, lo inalcanzable, lo que pudo haber sido.

El desayuno fue un homenaje al intercambio de anécdotas y proyectos de identidad. Los dos puntuales.

Me pareció natural que comentáramos lo que preocupa, lo que hacemos cada uno en nuestras trincheras, como millones de mexicanos con necesidades y reclamos. Los dos de alguna forma insatisfechos, pero insistiendo. Sin quitar el dedo del renglón.

Al regresar, acompañé a mi nieto Nick al T-ball, sentí que sintió estar en el lugar equivocado. Nada que hacer, ya estoy aquí. A sus 5 años está más preocupado por construir fuertes y palacios de tierra, por recoger piedras y flores que regalar.

Tenemos una estrategia inmejorable para inundar el mar, para evitar desbordamientos e inundaciones, para construir y destruir bordos y puentes.

¡Hey, granpa!, dice feliz al llegar ‘safe’ a primera base, enfundado en su número 4 de Storm. Yo lo abrazo y sé que lo que hacemos juntos, bien vale la pena, a pesar de todo, aunque a veces extrañemos los dos las jacarandas que aún no conoce.




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Arturo Martinez Caceres

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