PARRESHÍA

El problema de los ejidos no son los posesionarios, son los ejidatarios nilón

El problema de los ejidos no son los posesionarios, son los ejidatarios nilón

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El verdadero drama.

Ya anotados en el simulacro de corcholatas, cada jugador irá buscando sus clientelas y enamorándolas. Monreal, por lo pronto, y antes de hacerlo otro libro, salió con impulsar una reforma para dotar de derechos ejidales plenos a posesionarios asentados en los núcleos agrarios.

El problema existe y la necesidad de resolverlo a cuál más. Por diversas razones en los ejidos se asientan personas, la mayoría de ellas peones o familiares, que con los años se les reconoce la calidad de posesionarios, pero, como tales, no forman parte de la asamblea ni gozan de todos los derechos para disponer de sus tierras.

Hábil, como es Monreal, aquí ve una veta electoral de 700 mil votos nada despreciables y va por ellos. Bien.

Pero una cosa es el filón electoral y otra la realidad lacerante en los ejidos.

Ya no hablamos de su olvido y abandono en manos del crimen organizado; de la falta de apoyos al campo, de programas recortados y de la corrupción rampante en el sector.

Hay otras realidades más ingentes en los ejidos que el de los posesionarios.

Los posesionarios, como su nombre lo dice, tienen posesión de tierras, viven en el ejido y hacen comunidad. Padecen los mismos problemas.

Hay, sin embargo, otros personajes disrruptores de la vida ejidal que sí ponen en riesgo el tejido social y la sobrevivencia de los propios ejidatarios.

De un tiempo a la fecha, en los ejidos se viene presentando la compraventa de la calidad ejidal. Si bien la venta de tierras ejidales está prohibida, salvo que primero se desincorporen del derecho agrario y pasen a regirse por el derecho civil, lo cual eleva mucho su valor, los especuladores de tierras han hallado una forma de darle la vuelta a la ley y, en lugar de comprar tierra, le compran al ejidatario su calidad de ejidatario y, con ella, sus tierras y derechos.

Es como si le comprasen su nacionalidad o ciudadanía, lo cual no es objeto de mercado.

Las autoridades se han hecho de la vista gorda y, así, decenas de miles de ejidatarios, en su mayoría gente grande, enferma y necesitada, vende su vida toda por unos cuantos pesos. Al perder su calidad ejidal deja de formar parte de la asamblea, pierde sus derechos sobre la tierra y queda a expensas de personajes que ni siquiera conoce, que no viven en el ejido pero que se convierten en señores de horca y cuchillo.

Son cientos de miles de hectáreas ejidales en manos de ejidatarios nilón, que no viven en el ejido, que no conocen de sus problemas, que no aportan a sus soluciones, que condenan a sus miembros a la muerte por marginación y que se sientan en sus oficinas de cristal a esperar especular con sus tierras y vidas.

Ojalá el senador queira entrarle al tema.


Importante ver El cártel del los güeros y el Ejido mexicano en la globalización.


Con información de El Universal.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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