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Cómo los dictadores usan al pueblo para permanecer en el poder

Cómo los  dictadores  usan al pueblo para permanecer en el poder

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"La justicia y el poder deben unirse, para que lo que sea justo sea poderoso, y lo que sea poderoso sea también justo": Blaise Pascal

Es bien conocida la idea de que los pueblos, entre más impulsivos y menos piensan, son más fácilmente propensos a ser manipulados.

De esta sentencia se deriva la visión de mantener a las masas con miedo y en la mayor ignorancia posible.

Para las minorías hambrientas de poder y con la codicia de permanecer con él lo más que se pueda, es indispensable contar con el mayor y profundo conocimiento y poseer toda la seguridad posible para generar miedo y no ser afectados por él.

Las minorías que aspiran a ser dictadoras o a generar un régimen totalitario, ocupan contar a su favor con el conocimiento y asegurarse que el pueblo permanezca en la ignorancia. Para conseguirlo, hay que apropiarse de las ideas y a controlar los medios de comunicación. De esta manera se consigue apagar el pensamiento crítico y la consciencia colectiva, que dejará de reflexionar y entregará su libertad a las indicaciones y lineamientos con particular sumisión, hasta, incluso, llegar a estar convencidos de que están en lo correcto.

En cambio las personas que permanecen con un pensamiento crítico, los centros de investigación y cultura (como son las universidades) y, desde luego, todos los medios de comunicación, se convierten en los enemigos a perseguir.

Los aspirantes a dictadores, entonces, tienen que lograr imponer y convencer de sus ideas al pueblo ignorante y temeroso, por medio de la demagogia, la retórica y la propaganda. A base de repetir, con insistencia, el programa y el proyecto político, particularmente centrado en crear esperanzas e ilusiones creíbles —aunque regularmente inalcanzables— que despierten emociones positivas para que apaguen el pensamiento objetivo y critico, especialmente de las personas con menos inteligencia y cultura.

Crear divisiones y enfrentamientos entre el pueblo induce a la ruptura de la unidad del colectivo, genera la seguridad de que la mayoría estará incapacitada para levantarse en contra de la minoría en el poder, porque siempre habrá uno o varios segmentos a favor, aunque también existan algunos en contra. Que, de cualquier manera, se podrán ir apagando progresivamente con la debida estrategia.

El meollo del asunto es que el mismo aspirante a dictador recurre al uso del poder generando conflictos antagónicos y desajustes económicos y sociales, en aras de un supuesto bienestar colectivo que contradicen los hechos y acciones concretas que le impone a la comunidad.

El ejercicio del poder persigue unos fines que ya no son el mismo bienestar de la comunidad, sino el justificar sus acciones aclamando unos principios éticos que se pretenden promulgar, aunque más bien sean para el beneficio de sus intereses y, por medio de ellos, obligar a que se cumplan, atentando contra la misma libertad y participación del colectivo.

Michael Huemer, en su atrevida y provocativas obra sobre "El problema de la autoridad política" (2012) en su inciso 4.3.6 nos habla de la coacción y el trato a los demás como inferiores. En donde nos cuenta que cuando un grupo de amigos salen a comer a un restaurante y uno de los presentes sugiere que sea usted el que al final pague la cuenta, y se pone a votación y todos confirman la iniciativa y la mayoría decide que efectivamente la tiene usted que pagar, a pesar de las quejas o lo injusto del hecho; y que, además de todo, va a tener que cumplir con el pago y si no lo hace será castigado con una multa o una reclusión temporal, incluso por la fuerza si fuese necesario.

Es el uso que hacen los dictadores de la falsa democracia con iniciativas que se buscan avalar por los seguidores incondicionales y sumisos, para favorecer los caprichos y abusos ideológicos sin que los acusados puedan defenderse de una mayoría que, en el fondo, solo siguen las indicaciones y señalamientos del dictador, tanto como el que sugiere que usted pague la cuenta del restaurante de todos los asistentes, sin que pueda hacer nada por impedirlo.

"Una ley que cuente con el respaldo de la mayoría de votos permite este tipo de coacción" concluye Huemer.

En sentido estricto, nadie debe justificar que el uso del poder tenga como propósito dividir, afectar, dañar, discriminar, someter, hacer sentir menos a ninguna persona. Porque realmente somos iguales.

En ningún caso, una minoría debe de arrebatar los beneficios del grupo para complacer los antojos de unos cuantos, como tampoco las mayorías sacrificar a los individuos en pro del grupo, como es el caso de que usted pague la cuenta del restaurante, porque todos los demás lo decidieron así.

La justicia, la sensatez, la lógica, la objetividad, el equilibrio, la igualdad, el respeto y muchos otros valores deben de prevalecer frente a los intentos manipuladores y coercitivo de los tiranos, dictadores y fascistas que se apropian de la opinión pública y de la supuesta voluntad popular para imponer sus propias visiones ideológicas con acciones impuestas.

Queda entonces aclarado el tema de que los dictadores han encontrado la manera de usar la "democracia" a su favor y beneficio, al usar la propaganda, la demagogia, la ilusión y la esperanza, para hipnotizar con su charlatanería a las masa amorfa, poco pensante y sumisa. Que ya despojada del pensamiento crítico y la libertad es mucho más fácil de conducir a la esclavitud, pues se quedará con los brazos atados por el miedo y el terror al castigo, a la prisión y a la muerte.

Los dictadores acaban por conseguir que las decisiones y leyes injustas sean aprobadas democráticamente y apoyadas por el mismo pueblo que las sufre.

Thomas Jefferson nos puso en esa alerta al recordarnos que la experiencia ha demostrado que, incluso bajo las mejores formas de gobierno, los encargados del poder, con el tiempo y por una lenta ejecución, acaban por pervertirse y terminar en una tiranía.

El poder en pocas manos y por tiempo prolongado facilita lo que de alguna manera indicaba Edmund Burke, que también se es capaz de realizar las más grandes injusticias y estupideces, porque el exceso conlleva el riesgo del abuso.

En consecuencia, tiene mucho sentido que las instituciones del pueblo funcionen de tal manera que limiten esos posibles abusos y reduzcan la tentación de apropiarse de todo el poder. Que suele ser la ambición de los dictadores.

Blaise Pascal dijo algo muy cierto: "La justicia y el poder deben unirse, para que lo que sea justo sea poderoso, y lo que sea poderoso sea también justo." Una gran verdad que la sociedad debe cuidar con particular atención y esmero, y no guardar silencio alguno, ni apagar el pensamiento crítico, cuando ocurren las barbaridades.

Tenemos que asegurarnos de que sólo obtengan el poder aquellas personas que sepan y demuestren que lo saben ejercer con justicia y sabiduría. Algo que por desgracia no suele suceder. Y los tiranos, dictadores y minorías con el monopolio en sus manos suelen realizar con cierta facilidad por la pasividad y la sumisión cobarde del pueblo.

No cabe duda de que los abusos del poder requieren de un pueblo temeroso e ignorante. Hasta que la unión y la consciencia colectiva se despiertan para ponerles un alto y terminar con los abusos y atropellos a la libertad y a la justicia.

Los atropellos de los poderosos terminan con el despertar de un pueblo valiente y decidido.


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Guillermo Dellamary

Guillermo Dellamary

Dr. Guillermo Dellamary Soy un psicólogo, filósofo, con más de 30 años de experiencia y buscando ayudarte a vivir tu vida de una mejor manera.

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