LO DE HOY

¿Nos entendemos?

¿Nos entendemos?

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El papel del capataz local es tan viejo como el imperio romano.

En el mundo colonialista los ingleses se enfrentaron a un dilema en África: los consejos de ancianos.

La mayoría de las tribus colonizadas se gobernaban por consejos de ancianos con reglas arcaicas y absurdas, al menos, a los ojos de la cultura europea.

Lo primero que hicieron los gobiernos ingleses fue remover dichos consejos y abrir las comunidades a un mundo de libertades y democracia, según sus cánones.

Pronto las sociedades se salieron de control, principalmente sus juventudes, ya sin el yugo de la tradición y sin la autocontención propia de las sociedades abiertas occidentales, hicieron ingobernables sus vidas.

Los ingleses optaron por reinstalar los consejos de ancianos, con sus reglas prehistóricas pero con la salvedad de que eran unos consejos a modo. Una especie de Sha en Irán, Noriega en Panamá, Somoza en Nicaragua y Huseín en Irak.

No les importaban las libertades, derechos, democracia; ni siquiera civilización y modernidad, sino el control de las sociedades para poderlas explotar a discreción. Por supuesto el discurso era de democracia, libertades y progreso, pero en el fondo, lo que buscaban era personeros de la misma sociedad que ejercieran el poder, así fuese, totalitario, en beneficio de sus inversiones y economías.

El modelo, lo sabemos se reprodujo y reproduce aún.

A las metrópolis nunca les ha interesado el bienestar y desarrollo de los demás pueblos a los que siguen viendo como territorios de caza y explotación, ven solo ganancias. Ganancias que se ven mermadas cuando las sociedades empiezan a tomar conciencia de sus potencialidades y a reclamar derechos y libertades. Por ello, buscan "consejos de ancianos", capataces locales, que se encarguen de contener a sus poblaciones y someterlas a la explotación. Docilidad a manos de sus propios monstruos, sin ensangrentarse las suyas.

Richard Lasing, secretario de estado de Woodrow Wilson, lo plasmó en su diario: "... México es un país extraordinariamente fácil de dominar, porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente".

De ahí el entendimiento de Trump y López Obrador. El primero es un patán. El segundo un peón garante de desarmar la vida institucional de México, los avances en derechos humanos, libertades, transparencia, Estado de Derecho, democracia y República, y, así, reinstalar un régimen hegemónico de control político clientelar: "Callar y obedecer", según la enseñanza del marqués De la Croix. Si en ello le pegamos un mucho al problema demográfico, con un poco de ayuda de abrazos y no balazos y de mirar a los bienes de Loret de Mola en lugar de las vidas y haciendas de los mexicanos, qué mejor; feminicidios incluidos.

No soy yancófilo, pero sé bien que para Estados Unidos —en palabras de Trump— somos "el maldito" (friking) México.

En otras palabras, si nos va bien o mal, si crecemos o nos morimos de hambre, si tenemos derechos, regresamos a las tiendas de raya (cobranza laboral delegada) o nos conformamos con sumar y restar, les importa a nuestro vecinos diez toneladas de mamá. Ellos lo que quieren es alguien que les ponga soldados en el otro lado de su frontera, de a gratis y haga campaña a su favor.

Y si las cosas se ponen feas, siempre tendremos a Loret y a Calderón para acusar.

¿Nos entendemos?


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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