PARRESHÍA

¿Cómo llegamos aquí?

¿Cómo llegamos aquí?

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Se abraza como inevitable un futuro por miedo y cobarde resignación.

Nos ha tocado sobrevivir a Fox y Peñanietos; Noroñas, Duartes y Yuñez pueblan un espectro político cruzado por casas blancas, Fobaproas, socavones y Senadores; la gasolina alcanza los veinte pesos; el PRI muere a manos de quienes quieren usufructuar sus zapatos, pero les da asco calzarlos; vemos esquizarse la Nación entre pejistas y traidores rapaces; el pacto político vive su peor momento, no sólo por su pragmatismo nefando, sino porque la absolución más absurda se admite sin más en unos casos, mientras que en otros se condena hasta el saludo.

Se abraza como inevitable un futuro por miedo y cobarde resignación.

Castañeda, convertido en caricatura política, pregona en el desierto su gastado voto útil de lamentable memoria, en callada aceptación de que un garapiñado de egos no hace candidato y menos proyecto de nación.

Desde 68 las crisis no han dejado de atormentarnos, pero la devaluación en el frente político hace mucho que marca por debajo de cero y su descenso se acelera sin atemperar.

Senadores y diputados no pueden tener peor calificación, los partidos, convertidos en cuevas de Ali Baba en la Tesorería del Estado, han perdido sustento, aliento y fin social.

Esta elección se perfila como la revancha de los Gordillo, Gómez Urrutía, Bejaranos y Aristeguis. No parece ser la elección de un futuro, sino un ajuste de cuentas que se agota en sí mismo. El cobro de dos elecciones perdidas en una.

Taibo II, campante, construye patíbulos, sin que nadie se inmute.

A mis años debiera ver todo como un vaivén más de nuestra democracia entrópica o un capítulo adicional de nuestra picaresca política.

No obstante, a diferencia de otras elecciones, en México priva debacle sobre instituciones, sed de sangre sobre hambre de justicia, odio por sobre cohesión, desencuentro por sobre identidad. No nos reconocemos como mexicanos en la pluralidad. Sí en la confrontación.

¿Cómo llegamos aquí?

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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