PARRESHÍA

Totalitarismo como solución

Totalitarismo como solución

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Estamos hablando, sin posibilidad de salida, de dos monstruos fuera de escala humana.

Ayer hablábamos de tomar como normal lo cotidiano por su presencia y cercanía, de suerte de terminar normalizando la locura.

Pues bien, en este fenómeno encontramos una relación y una fuerza entre quien genera una anormalidad con influencia suficiente para imponerla como algo cotidiano y quienes acríticamente lo asumen como normal. Esto se facilita en una sociedad del espectáculo y de conversaciones cibernéticas algorítmicas. Pero no es algo nuevo, a lo largo de la historia se repiten ejemplos de alienamientos masivos en torno a personajes anormales. Hay, sin duda en la humanidad una cierta atracción por la locura.

Me vienen a la mente Rasputín, Robespierre, Atila, Julio César, Santa Anna, Chávez, entre tantos otros.

La anormalidad existe, lo sorprendente es que se imponga socialmente como normal. Tendríamos que averiguar por qué las sociedades pierden sus capacidades críticas y, por igual, en qué condiciones se abren espacios a la necesidad de creer y seguir en contra de nuestro propio bienestar.

Mi hipótesis es que deben de existir situaciones límites de crisis y postración, de minusvaluación de la autoestima individual y social, y suma de descalabros compartidos, que terminan por minar la percepción social de las capacidades, fortalezas y posibilidades de futuro en una generación.

Habría que recuperar el clima social de postración y miedo de la Alemania en la entreguerras del siglo pasado para calibrar los elementos que acumulados convierten a una sociedad de individuos pensantes en rebaño. Este clima fue descrito también por Nietzsche, quien denunció el nihilismo de su tiempo, como la apreciación de la nada en el existir y coexistir humano, y la falta de voluntad de poder, entendida como la capacidad de superación personal, de apetito por ser y hacer más sí mismo y, el miedo a la pérdida necesaria en todo proceso, toda vez que para ser más, para ser distinto, se necesita dejar de ser lo que ya sé es: no hay resurrecciones sin sepulcros, decía él, toda creación implica destrucción, porque para ser diferente es necesario dejar de ser lo que sé es.

El problema, pues, es de forma de cambiar: Hitler prometió un Reich de mil años, la supremacía aria, la recuperación de territorios y el orgullo alemán, mientras que Churchill ofreció sangre, sudor y lágrimas. Nos entregamos al cambio sin dolor y compramos el primer paraíso instantáneo que nos vendan, cuando nada se hace sin dolor, esfuerzo y tiempo. Veamos la 4T, vendida no como un proceso largo y sinuoso, sino como un parto sin llanto ni sufrimientos, caído del cielo como solución indolora y absoluta de todo mal.

Somos seres endebles y miedosos, aunque presumamos de lo contrario; nos aterra y embelesa el firmamento y la naturaleza, nuestro inconsciente social está lleno de fantasmas y monstruos, y el modelo de desarrollo que hemos creado ha gravitado sobre el debilitamiento del individuo —hoy borrado ante la globalización— y la comunidad.

El miedo siempre ha estado presente en la humanidad y, por eso, quienes lo manejan a su favor pueden decir de él que les viene como anillo al dedo.

Concluyo con la discusión sobre la militarización. No discutimos nuestra situación de extrema inseguridad, con muertos al por mayor, asaltos, estafas, secuestros, retenes, desplazados, trata y tráfico de personas, desempleo, poder adquisitivo, salud y condiciones de vida. Cada uno de estos temas aterrorizantes en sus propios méritos y ámbitos. No, discutimos cómo crear una fuerza invencible que sea en sí misma el terror personalizado.

No hablamos de una policía de cercanía, científica con escala y rostro humanos; hablamos de un aparato de Estado artillado para la guerra.

La seguridad pública puede tener dos caras y expresiones, una militarizada tipo Gestapo y SS, y otra policial, modelo Scotland Yard y FBI; la primera sirve al aparato de Estado; la segunda a los ciudadanos. Una cuida a las personas, la otra al poder.

Pues bien, ante este Leviatán criminal que se nos vende para combatir; se nos ofrece otro Leviatán estatal. En ambos casos estamos hablando, sin posibilidad de salida, de dos monstruos fuera de escala humana.

Pero inmersos en el miedo somos incapaces de reflexionar y deliberar entre nosotros, de modo que se nos impone lo anormal y contranatura como solución y destino.

No es un problema solo de México, lo es del fin de una época. Del mundo de la postguerra que, parece, no supo sacar de aquella todas las lecciones para no regresar a los totalitarismos que creíamos ¡ilusos! rebasados.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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