PARRESHÍA

¿Cuándo se nos pudrió México?

¿Cuándo se nos pudrió México?

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No creo que haya sido cuando nuestros políticos y sus estrategas confundieron la acción política con el color del calzado, bailables y ausencia de actividad cerebral.

¿Habrá sido aquella tarde que abrazamos la mentira como forma de vida y nuestros hijos nos repudiaron tanto como desprecian el mundo que les hemos construido? ¿O acaso cuándo entregamos lo político a los mercanchifles de templos extranjeros y corrimos al pensamiento del ágora? ¿O quizás cuando compramos en 30 denarios a los partidos políticos y en ellos nació su alma de piratas?

No creo que haya sido cuando nuestros políticos y sus estrategas confundieron la acción política con el color del calzado, bailables y ausencia de actividad cerebral. Tampoco cuando los proyectos de nación fueron reducidos a negocio editorial.

Pero quizás México siempre fue un sueño entre salvadores de pacotilla, generales de “cañonazos”, dictadorzuelos de asco, revolucionarios asesinos, licenciados impostados, economistas de pizarrón, populistas sicofantes y vicariatos impedidos. Un sueño de abundancia en un país de bellacos, farsantes, descerebrados, ignorantes, violentos, crédulos, soberbios y pedigüeños.

Tal vez México se nos pudrió cuando, aprovechando el movimiento estudiantil, Echeverría cultivó las paranoias diazordacitas para limpiar de competidores su entrada al Valhalla y pactó con los militares diplomados —fieles más sin embargo a su veta de rebelión— la balacera en Tlatelolco contra los gerontócratas militares sin importar a los jóvenes y familias que entre ellos mediaban, con tal perversa fruición que la mandó filmar con varias cámaras y ángulos en ciento de horas de cine.

¿O habrá sido cuando los Toltecas se rindieron ante la deidad ajena, huidiza, misteriosa, siempre ausente y presente: Quetzalcóatl? Viento y tinieblas. ¡Yohualli Ehécatl! ¿O aquel día en que Tlacaélel quemó todos los códices toltecas y teotihuacanos para, negando su origen chichimeca, asumir a los mexicas como sus legítimos —aunque usurpadores— herederos? ¿O quizás cuando Moctezuma de rindió a Cortés en la avenida de Tacuba como dios que llegaba a tomar su trono que él sólo guardaba? ¿O cuando los mensajeros enviados a su llegada con regalos y pleitesías regresaron diciéndoles que “ya no eran” y su corazón ardía como sumergido en salsa de chile?

O quizás fue cuando vimos que los políticos no sabían de economía sin percatarnos que los economistas no sabían de política. O cuando redujimos al poder como mero acceso a la riqueza mal habida, porque la honrosa medianía hacia pobres políticos y no políticos ricos.

O acaso fue cuando creímos que arribábamos a la democracia encumbrando a quien no tenía más discurso que patear ataúdes de cartón y redujimos todo a sacar al PRI de Los Pinos, sin jamás preguntarnos qué seguía, o cuando intentó jugar al tapado y perdió hasta el partido, o tal vez cuando televisa contrató a un bailarín de table dance para señoras como presidente. O cuando México se entregó sin red de contención al delirio desbocado, almilcarado, tropical y corcholatero.

A veces creo que fue cuando nuestra conversación y saber nacionales fueron monopolizadas por el futbol volviéndonos virtuosos y expertos en la sandez.

Aunque lo más seguro es que se nos pudrió desde el momento que nos pudrimos nosotros, aquel olvidado día de sol cansado y noche de pesadilla en que decidimos no hacernos cargo de nosotros mismos y vivir a expensas de salvadores, ciegos fervores y limosnas de hambre, besando las plantas quien nos pisa. Aquel día murieron también el canto y las flores, los futuros y la memoria de todos nuestros mayores. Desde entonces estamos solos, y encuerados viviendo, como Páramo, la mentira de que vivimos.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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