POLÍTICA

Sembrar miseria en cuatro pasos

Sembrar miseria en cuatro pasos

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Una realidad de hambre y de hombres; de improductividad, abuso, desamparo y corrupción, de inversión especulativa. No es pues un problema del régimen jurídico de la tierra social, sino que el dinero suele llegar al campo para producir miseria

La inversión en el campo mexicano no suele ir a proyectos productivos.

Al campo generalmente llega la inversión especulativa que nada produce, salvo miseria, desesperanza, hambre y crisis social.

El especulador no busca producir ni desarrollar, así que el primer efecto de su inversión es hacer improductiva la tierra; los alimentos se dejan de producir, las familias abandonan su dieta alimenticia tradicional y las economías locales deponen su funcionalidad, quedando sometidas a los productos no nutritivos (no-alimentos les llama Vandana Shiva) de la globalidad que, además de drenar la economía de las comunidades agrarias, las condenan a ese absurdo de la modernidad que es la desnutrición obesa y sus secuelas de salud pública.

Es por ello que hoy el problema del campo es de hambre, no de tipo de propiedad.

El segundo efecto de la especulación con tierras agrarias es dejar sin futuro a los hombres y mujeres del campo. De la noche a la mañana, culturas milenarias se quedan sin forma de vida, que, por cierto, es lo único que tienen. ¿Qué hace quien lo único que sabe hacer es cultivar la tierra y se queda sin ella? ¿Qué otra opción real, que no sea morirse de hambre, le ofrece su país?

El tercer efecto de la especulación con tierra social es introducir elementos disruptores en la vida de las comunidades agrarias. Por arte de magia, el control de la comunidad es tomado por personas que le son ajenas, que no viven en ella, que no conocen a sus miembros, que no tienen ningún lazo que las ligue a ellos y que son reacias y esencialmente contrarias a su bienestar y solidaridad. Personas que llegaron allí para sacar dinero, no para hacer vida en común y menos para generar bienandanza. Logrado su objetivo levantan sus ganancias y dejan a los núcleos agrarios alienados, pobres y disfuncionales.

En el fondo estos pseudo-inversionistas son más depredadores que especuladores. Su dinero es letal porque destruye formas de vida, de producción y de convivencia.

Además, el dinero que llega al hombre del campo por la venta de sus tierras es prácticamente nada. Lo necesario para salir de una deuda, lo indispensable para enfrentar una enfermedad. Las más de las veces, lo exacto para pagar el préstamo hecho por el propio comprador.

Las operaciones se replican a lo largo y ancho del país: el especulador principal compra al ejidatario entre 50 y 250 mil pesos sus derechos agrarios que luego coloca entre especuladores secundarios invitados al negocio entre 250 mil y 300 mil dólares, y, obvio, éstos esperan como mínimo cuadruplicar su inversión, en tanto que el especulador principal aspira a multiplicar por diez sus ganancias. El campesino es el único que no está invitado a la fiesta, se quedó sin tierra, sin comunidad y sin futuro.

A ninguno de los especuladores le importa un bledo que las tierras se conviertan en yermos; tampoco el daño que hacen en las economías locales y menos en las comunidades agrarias.

Los especuladores se sientan sobre su inversión el tiempo que sea necesario para vender la tierra al mayor precio posible. Cuánto dure eso los tiene muy sin cuidado, también que se deje de producir y el daño social que se cause. Ellos sólo tiene ojos para el gran inversionista, generalmente extranjero, que venga, éste sí, a desarrollar algún proyecto en "sus tierras".

Cuando finalmente la inversión del verdadero empresario y desarrollador se da, éste ignora que sus vendedores le dejaron incubado un conflicto social. Los especuladores vuelan con su dinero, pero los hombres y mujeres del campo, despojados de su tierra y su vida, no tienen a donde ir. Permanecen allí expulsados del desarrollo de las que fueron sus tierras. Con el paso de tiempo, el núcleo social devendrá en estorbo para el desarrollador y terminará por ser definitivamente barrido de la historia o se convertirá en un conflicto social, las más de las veces violento, donde la sangre correrá a su cargo. Y ése, es cuarto efecto y fruto final y verdadero de la especulación agraria.

El especulador para entonces estará robando otras tierras y destruyendo otros pueblos. De su paso por los ejidos no queda nada tangible, ni una estaca, ni un surco, ni un brote de maíz. Cuando mucho botellas de bebidas alcohólicas vacías, mesas sin comida, niños hambrientos, pueblos sin futuro. Pero enraizados en la tierra germinan silenciosamente la miseria, el resentimiento social y el caos.

Esa es la realidad del campo mexicano, una realidad de hambre y de hombres; de improductividad, abuso, desamparo y corrupción, de inversión especulativa. No es pues un problema del régimen jurídico de la tierra social, sino que el dinero suele llegar al campo para producir miseria.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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