POLÍTICA

Sismo partidista

Sismo partidista

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Su marginalidad es absoluta, su mudez total, su ausencia de imaginación enfadosa; su sombra -lo único que de ellos queda- vergonzosa.

Sólo hay un pánico superior al de los sismos; el de los partidos políticos frente al rencor ciudadano.

No hay piedra suficientemente grande bajo la cual puedan esconderse.

Si algo mostraron los sismos fue la incapacidad de los partidos de relacionarse con la sociedad, si no es a través de esquemas clientelares y patrimonialistas.

México ha sido objeto de duelo y gloria; duelo ante la adversidad, gloria por una sociedad que se levanta de entre los escombros para entregar sin reservas su urgencia de participar en algo que le signifiquen pertenencia y orgullo.

Ante ello, el balbuceo de los partidos es patético. Siendo organizaciones sociales, sólo alcanzan a ofrecer como gran aportación migajas de prerrogativas que le son dadas por la propia sociedad.

Caravana con sombrero ajeno.

Delación de su concepto de ser en el mundo y de sus arreos instrumentales. Somos, dicen sus actos, prerrogativas económicas públicas y lo que hacemos depende y se circunscribe a ellas. No esperen peras del olmo.

Los partidos debieran ser correas de transmisión para con la sociedad. Hoy los terremotos nos han mostrado que, al menos en México, no lo son.

Nada más ajeno a la sociedad que nuestros partidos políticos y los esperpentos de sus impresentables especímenes.

Mención aparte hago de las instituciones públicas que ante este trago han estado a la altura de las circunstancias.

Pero regresemos a los partidos, cuando la sociedad les cambia la conversación, no saben cómo incluirse en ella; cuando les impone esquemas de participación no clientelares ni patrimonialistas, carecen de inteligencia y recursos para insertarse en ésta, así sea testimonialmente. Cuando la ciudadanía impone su paso, no saben seguirlo.

Su marginalidad es absoluta, su mudez total, su ausencia de imaginación enfadosa, su sombra -lo único que de ellos queda- vergonzosa.

Está claro que sólo pueden hablar con la sociedad en un lenguaje de tinacos, sacos de cementos, láminas de asbesto, tarjetas monedero y despensas.

Son, como nuestra democracia, partidos electoreros, no políticos; menos ciudadanos. Cúpulas y prerrogativas, no sociedad organizada en movimiento.

Cuando la circunstancia cambia, cuando el pueblo deja ser espectador y receptor, cuando de sus entrañas surge el verdadero poder soberano, nuestros partidos desaparecen de escena: bien pudieran inmolarse en medio de ella que nadie los vería y, de verlos, a nadie le importaría.

Carecen de dinámicas de interrelación ciudadana, de esquemas de organización, de procesos de participación, de elemental empatía, de idea de compasión.

Nacieron para ser centro del universo, imposible pedirles se asuman como instrumento de la ciudadanía.

Ahora van a querer que les agradezcamos renunciar a parte de sus prerrogativas, cuando la renuncia les fue arrancada a gritos y su desprendimiento es hijo del pánico, no de la convicción.

México se cae a pedazos y nuestros partidos no hallan medio alguno para hacerse presentes, para participar, movilizar, ser útiles, no mover al rencor y a la ira. A cambio creen poder comprar piedad con nuestro propio dinero.

Lección más grande no puede pedirse, basta con quitarles la pista de circo de sus eternas reyertas para que nuestros partidos cesen de existir.

Es imposible pedir que nuestros partidos lo sepan y menos lo entiendan, pero el 19 de septiembre del 17 cambió todos los esquemas del 18. Los jóvenes que tomaron el control de la emergencia saben que no necesitan partidos para ser, accionar y decidir.

Otro gran perdedor, si no lo fuera ya desde hace mucho tiempo, son los medios tradicionales, prestos a la ola, no al periodismo profesional; simples lectores de redes sociales, no informadores serios y responsables; fabricantes de histerias colectivas, no de opinión pública. Medios, por cierto, asociados y cada vez más dependientes de presupuestos electorales por abajo del agua, igualmente desprestigiados y ajenos al mundo nuevo que surge sin taxativas con determinación, empuje y fuerza. Guajes de una conversación que nada dice y nadie escucha.

Si los partidos, sus cuartos de guerra, publicitas, encuestadores y medios no entienden que su mundo, instrumental y estrategias cambiaron, es que no entienden nada. Quizás nunca entendieron.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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