POLÍTICA

Discurso calderonista

Discurso calderonista

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O todos los demás gobiernos tienen pacto con el crimen organizado, o el discurso de Calderón es falaz

Repetición no es igual a verdad. En el discurso calderonista hay repetición -y ad nauseam- más no verdad. La avalancha de repeticiones apabulla y marea, pero no convence; millones de votos de las dos fuerzas nacionalmente mayoritarias así lo acreditan.

Si algo demuestran estas elecciones es que la publicidad política –gubernamental y partidista- ha logrado ubicarse en el extremo más refractario a la opinión pública y que su oneroso gasto es de rendimientos residuales, cuando no de efectividad negativa. Ningún gobierno ha gastado en publicidad lo que éste ha erogado y sus resultados están a la vista. Jamás se dilapidó tanto dinero tan absurda, demencial e infructuosamente en publicidad como con este gobierno.

Pero más que la inutilidad del gasto quisiera referirme a la ausencia de congruencia en el discurso calderonista. Dice el Presidente que si él no hubiese generado la violencia contra el crimen organizado ésta sería mayor en México. Bastaría con sustraer la parte de violencia desatada por la otrora guerra calderonista para que el índice de violencia fuese, al menos, la mitad de lo que es hoy. Nunca la violencia generó otra cosa que violencia, la historia de la humanidad lo ha probado una y otra vez. México no es la excepción. Cualquier otra estrategia de combate, menos violenta, hubiese redituado en un clima diferente y en la conservación de muchas vidas de mexicanos que, en un número considerable, eran inocentes y ajenos al fenómeno criminal.

Dice Calderón que la vía por él seguida era y es la única posible; más resulta que hay narcotráfico en todos los países y, sin embargo, en ninguno se alcanzan los niveles de violencia conquistados por su gobierno, con su récord de muertos incluido, y lo que se acumule. Siendo Estados Unidos el mayor consumidor de droga en el mundo, el tráfico de ésta en su territorio es por mucho muy superior al que hay en México, no solo porque aquí somos un país más de trasiego que de consumo, sino porque allá el tráfico llega a todas las calles, escuelas, cuarteles, fábricas y oficinas de todas y cada una de sus ciudades. En ese tenor, el volumen y organización del crimen involucrado son exponencialmente mayores y más complejos que los de nuestros cárteles provincianos; y siendo así, allá no hay muertos, ni ciudades controladas por las organizaciones criminales, ni el ejército patrulla sus calles, ni los tipos delictivos se han diversificado, ni la barbarie ha carcomido la cohesión social.

Dice Calderón que la violencia obedece a que él no pacta con el crimen organizado. En ese tenor, si en el resto del mundo el combate a aquél no genera nuestros índices de violencia, no hay más que de dos sopas, o todos los demás gobiernos tienen pacto con el crimen organizado, o el discurso de Calderón es falaz.

Dice Calderón que la culpa es de los gobernadores y presidentes municipales priistas que han pactado con el crimen organizado. Baste la partidización del argumento para acreditar su falsedad y propósito de guerra sucia. Pero de ser así, los gobernadores y alcaldes tendrían control de este flagelo únicamente sobre sus territorios, lo cual no explica su presencia y coordinación nacional. Más aún, la droga circula por carreteras, aeropuertos, puertos y aduanas que son ajenos al control de órganos locales y están bajo la atribución y responsabilidad federal.

Al pobre pasajero de avión solo falta que le hagan un análisis prostático en los módulos de seguridad de los aeropuertos, cuando hechos recientes acaecidos en el de la Ciudad de México acreditan que la droga en estos espacios la mueven los propios policías federales que no responden a ningún mando local.

¿Tiene jurisdicción un triste alcalde sobre el aeropuerto que se ubica en su municipio; lo tiene un gobernador sobre las carreteras federales que cruzan su entidad, o sobre las aduanas y puertos que en ella se localizan?

Dice Calderón que la compra y la coacción del voto es lamentable y pide que la autoridad las castiguen; se olvida que el gobierno federal, a través de sus programas asistenciales, es el principal coaccionador y comprador de votos y que él encabeza la autoridad que debe perseguir y castigar dichos delitos.

Se olvida Calderón que la compra de asistencia a actos políticos y luego del voto la introdujo en México su partido cuando fue asaltado por empresarios; antes de ello el trabajo partidista no era monetarizado.

Dice Calderón que él no ha pactado con el crimen organizado, pero por alguna razón hay franjas de esas organizaciones que no han sido tocadas ni con el pétalo de una rosa; los muertos se cuentan por miles en las filas de los soplones, gatilleros y mulas (traficantes), pero son pocas las cabezas de cuello blanco que hayan sido molestadas en su mundo y finanzas, como si se tratase de ejércitos sin mandos superiores y negocios multimillonarios e internacionales controlados por alfiles de poca monta y sicarios psicotizados en la peor de las barbaries.

Para terminar, dice Calderón que la elección se ganó por la compra y coacción del voto; lo que no dice es por qué se perdió hasta colocar a su opción política en el tercer lugar. En esto lo acompañan todos los partidos, tan ávidos para festejar o ensuciar triunfos, según sus rendimientos electorales, y tan ajenos a la autocrítica y el sentir ciudadano.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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