POLÍTICA

Para pobreza, la política

Para pobreza, la política

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Alarma, decepciona y enfada mucho más, la distancia e indiferencia con que nuestra clase política responde a semejante fracaso y emergencia

Pocas noticias tan alarmantes y decepcionantes como las que sobre la pobreza en México nos fueron comunicadas este lunes.

Las cifras ya han sido analizadas y comentadas oportuna y calificadamente. Baste, sin embargo, destacar que los mexicanos en pobreza son más y que la población proclive a engrosar sus filas lo es también, como superior es su riesgo de hacerlo.

Aunado al drama social, se acusa el fracaso de las políticas de desarrollo social seguidas hasta ahora.

El Secretario de Hacienda hubo de reconocer que las políticas y programas contra la pobreza la contienen, más no la resuelven; y la Secretaria de Desarrollo Social admite que son asistencialistas y crean dependencia, a lo que nosotros agregamos: adicción y minusvalidez.

No obstante, alarma, decepciona y enfada mucho más, la distancia e indiferencia con que nuestra clase política responde a semejante fracaso y emergencia.

PAN y PRD, montados en su chantaje, ocupaban sus horas y las de los Secretarios de Gobernación y Hacienda en poner por delante de las reformas estructurales, urgentes para atemperar la pobreza generalizada, lo que dan en llamar reforma electoral y que no es otra cosa que sacar en la mesa del Pacto mayores prebendas para sus partidos. No existe en sus propuestas nada que beneficie, fortalezca o tenga relación directa con el ciudadano y sus derechos; todo gira en torno a beneficios, arreglos y acomodos de partidos, dirigencias y candidatos.

Mexicanos mueren de hambre, enfermedades tratables, falta de higiene o simple ignorancia, mientras nuestros políticos dirimen cuánto dinero más van a sacarle al gobierno para sus elecciones.

Tenemos el sistema electoral más complicado y caro del mundo. Estado Unidos podrá gastar más en medios electrónicos, pero lo que nos cuesta cada voto depositado en las urnas nadie lo supera. Y todo para que el que pierda gaste luego otra fortuna para anular los votos y las elecciones.

Destaco el caso de dos personajes epónimos por sus ligas y desencuentros. Federico Arreola, el otrora sonriente portavoz, y Luis Costa Bonino, asesor metido a gestor de financiamiento prohibido, escenificaron el lunes un ejemplo vivo de pobreza política extrema: "Usted es un pobre pendejo", recetaba Arreola a Bonino, quien lo había señalado como eje del problema de las encuestas a modo contratadas, pagadas y utilizadas propagandísticamente por el jefe de ambos, la "honradez valiente y personificada": Andrés Manuel López Obrador.

"No soy nada pendejo y nada pobre", contestó Bonino, "es feo cuando te ponen el dedo en la llaga, ¿no?" Aduciendo otra vez a lo de las encuestas.

"Tiene usted razón, no es un pobre pendejo, sino rico, enriquecido estafando candidatos", respondió Arreola. Llama la atención el término estafar: ¿estará Bonino develando entretelas para estafar a AMLO, o es que lo estafó desde la campaña? Solo Arreola lo sabe.

"Le toqué el nervio" preguntó Bonino y su interlocutor, fino y moderado, solicitó a sus seguidores (qué mal gusto, por cierto) "pidan al uruguayo ya no tocarme eso".

"Perdón, reviró aquél, las inclinaciones homosexuales tuyas y de quienes aluden a ese tema, las respeto, pero no las comparto".

Y fino, cual solo y siempre se pinta, Arreola contestó: "No sea mamón".

"El tema con Federico Arreola no era su preferencia sexual, sino su gestión para que Covarrubias diera ganador a EPN por margen de 20 puntos", cerró la discusión Bonino.

Nuestra pobreza, pues, no es solo económica, sino principal y primigeniamente política. Por cierto, el mismo lunes El Universal daba cuenta que nuestros connacionales generan anualmente en Estados Unidos 17 mil millones de dólares en ingresos y aportan el 8% al PIB de esa nación. Mexicanos productivos que migraron por falta de oportunidades y de políticos comprometidos con México.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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