PARRESHÍA

Poder, uso y ejercicio

Poder, uso y ejercicio

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Percepción y efectividad.

Entre el uso y el ejercicio del poder media una gran diferencia.

El poder suele ir acompañado de espacios, símbolos y contextos, lo importante es que éstos y su uso no substituyan la verdadera acción de gobierno.

Todo poder tiene ubicación: un castillo, un palacio, una isla encantada, el Olimpo, el averno, la iglesia, el banco, la comisaría, el templete. Siempre va revestido de elementos que lo distinguen: corona, cetro, trono, banda presidencial, medallas, sotana, etc. Se da en un contexto de relación vertical de mando obediencia, que facilita expresiones de abyección, sumisión y hasta de adoración, lo que abre la puerta a desmesuras, locura y mesianismos. En la época moderna hay que agregar la cobertura mediática y de redes, que deja el mundo imaginado por Orwell como una sombra de caricatura.

Toda esta parafernalia tiene que ver más con el uso del poder que con su ejercicio. Por supuesto todo ejercicio del poder implica su uso. Imposible ejercer el poder sin hacer uso de él, pero el uso del poder no necesariamente hace gobierno, éste demanda, además de usar el poder, hacerlo funcional y efectivo en tanto instrumento de consecución de fines colectivos.

El vocablo "uso" lo utilizamos aquí en su acepción de disfrute y aprovechamiento; en tanto que el de "ejercer" en el de práctica o ejecución de funciones que le son propias al poder.

Desde los griegos, política es discurso y acción; pues bien, bajo la óptica que aquí intentamos, el uso del poder no es una acción propiamente dicha, sino la representación de una acción. Por supuesto que representar es en sí un tipo de acción, pero es una acción impotente que no modifica la realidad, es una acción interpretativa, que hace presente algo a través de signos y símbolos, pero que no ejerce acción objetiva alguna.

El uso del poder puede tener muchas expresiones, puede derivar -y suele hacerlo muy seguido- en un no uso del poder, cuando no en su abuso; en un disfrute y aprovechamiento pusilánime o despótico; ordenado o caótico; cuerdo o psicótico; depredador o manirroto. En capricho y ocurrencia, o bien en método y programa, no al menos en el sentido griego de la acción política.

El uso del poder tiene que ver más con las formas que con el contenido; se relaciona más con el manejo de los símbolos que con la acción en la realidad. Es relativo a su percepción, no a su eficacia. El uso de poder es siempre más representativo y visual que la verdadera acción de poder, que suele ser sin brillo, densa, compleja y aburrida. El uso del poder siempre está relacionado con la gloria y el fasto: lo efímero y evanescente (pregúntenle a Peña); en tanto que el ejercicio del poder se actualiza en propósito y responsabilidad: lo consistente y factual.

Cuando un general romano regresaba victorioso de alguna campaña militar, entraba en gran procesión mostrando sus armas, ejército y botín de guerra (tesoros y esclavos); buscaba la admiración del pueblo, usaba el poder, lo disfrutaba, hacía ostentación de él; pero el gran desfile glorioso solo dejaba a Roma gastos y basura. Una vez concluido, los romanos seguían su vida sin experimentar cambio alguno, salvo que éste fuese la toma del poder por parte del general. Era una ceremonia cívico religiosa llamada triumphus que celebraba y "consagraba" públicamente el éxito militar; el general lucía una corona de laurel y la toga picta, triunfal, de color púrpura y bordada en oro, que lo identificaba casi como monarca o, incluso, cual Dios. El origen del triumphus se remonta a Rómulo quien, según Plutarco, tras el rapto de las Sabinas enfrentó a Acron, rey de los Ceninetes, no sin antes hacer el voto que de vencer llevaría en ofrenda a Júpiter sus armas y así "Rómulo, para hacer su voto más grato a Júpiter, y más majestuoso a los ojos de sus ciudadanos (…) echó al suelo la encina más robusta: dióle la forma de trofeo, y fue poniendo pendientes en él con orden cada una de las armas de Acron; ciñóse la púrpura, y coronóse de laurel la cabeza poblada de cabellos; tomó luego con la diestra el trofeo, y apoyándole en el hombro, le llevó enhiesto, dando el tono de un epicinio (¿episodio?) triunfal al ejército que en orden le seguía; y en esta forma fue recibido por los ciudadanos con admiración y regocijo. Esta pompa fue el principio y tipo de los siguientes triunfos."

En contrapartida, el ejercicio del poder implica insertar en la forma en que se usa el poder -en sus espacios, fetiches y contextos-, destino y rumbo: no hay buen viento para quien desconoce a dónde se dirige. Lo anterior demanda causa, meta, ruta, carta de riesgos, perspectiva de tiempos, previsión de recursos, organización, equipo y coordinación. De entrada, demanda consenso, acuerdo, unidad de acción efectiva; política, pues.

Plutarco sostenía que "en las cosas de la fortuna lo que nos complace es la posición y el disfrute; pero en las de la virtud la ejecución."

El ejercicio del poder reclama también forma, puede ser despótica o consensuada; oscura o transparente; abierta a la crítica o cerrada; confiada o paranoica; visionaria, ciega o dogmática. La forma es fondo, dijo Reyes Heroles: en la forma de tomar el taco se conoce al tragón y en la forma de ejercer el poder se conoce al estadista.

Por si ello fuera poco, al ejercicio del poder le es indispensable una férrea voluntad política para llevarlo a cabo; inteligencia para flexibilizar su accionar acorde a las circunstancias, templanza ante la adversidad, humildad en los aciertos, así como en la disputa propia de la pluralidad; animosa en las desventuras, confiada frente a los descalabros, paciente en el manejo de los tiempos; sumisa ante los resultados y juicio histórico.

El uso del poder, goza de los artilugios, en ellos se solaza, se pierde entre holanes y abyecciones, se ensordece en su monólogo, se infla de soberbia. Todo ello y más, pero no hace gobierno.

El uso del poder embelesa y ciega, más no enseña. Si algo muestra la tragedia griega es que Zeus no es el Dios de la justicia y la sabiduría, sino del aprendizaje a través de la experiencia. En palabras de Esquilo: "que se adquiera la sabiduría con el sufrimiento." Solo el ejercicio del poder enseña, doma, horma y norma el voluntarismo propio de la desmesura del poder. Sumergido en el uso del poder privan molinos de viento y espejismos, no hay más perspectiva que la del espejo; mientras que en el ejercicio del poder el hombre se mide ante la realidad y su adversidad, y de allí se conoce (conócete a ti mismo) y aprende sus alcances. Solo quien acciona sabe lo que es errar y aprende de sus tropiezos. Quien vive para el reflector vive deslumbrado.

De esta suerte, el uso del poder y la fruición del mismo no enseñan, antes engañan, alucinan; quien realmente entiende el poder sabe que su verdadero ejercicio es un calvario a la sabiduría por el sufrimiento.

Solemos ver la parte lúdica y desmesura del poder, incluso los hombres del poder se esmeran por hacer gala de ello, pero siempre queda oculta su parte tórrida y dolorosa, a veces irracional, casi siempre sórdida y solitaria, incomprendida, impotente, lacerante. No son extrañas por tanto las psicosis en quienes lo viven y, más aún, en quienes lo han perdido.

La experiencia histórica muestra que nada hay de fácil en gobernar, incluso los hechos nos confirman día a día la incapacidad real del Estado Nación ante fenómenos globalizados, de allí que hoy estén al alza los populismos que se sostienen en negar la realidad, simplificar su complejidad y vender soluciones mágicas, sin dolor e inmediatas; aunque en el fondo pavimenten el camino al averno.

Es por todo lo anterior que la mayoría de quienes llegan al poder se entregan más al uso del poder -mientras dure- que a su ejercicio, siempre deficitario ante las exigencias crecientes de la terca realidad.

El uso del poder facilita la fuga del gobernante de las cargas del gobierno y de la realidad irrebatible; el ejercicio del poder lo sumerge en ellas.

Este texto, por cierto, lo motivó la pareja presidencial convertida en guía de turistas de los aposentos de Juárez en Palacio Nacional, quizás en una inconsciente invitación a que en cien años alguien muestre los suyos. El lapsus del caso es que pudiéramos deducir que para ellos tiene más importancia donde viven, que las políticas, programas y acciones del gobierno. El hecho no reviste la menor importancia, salvo la que el propio presidente insiste en otorgarle, como si -repito- dónde y cómo dormite sea una cuestión estratégica de Estado y no anécdota.

Y ahí lo dejo, porque si abordo el tema de la resurrección de Juárez y en quién se presume ha reencarnado, corremos el riesgo de terminar en el psiquiátrico.

Es cierto, López Obrador hizo a un lado los instrumentos tradicionales de los usos del poder: Los Pinos, Estado Mayor, Avión, despilfarros, lejanía, soberbia; pero para implantar los suyos: mañaneras, el mitin nuestro de cada día, visitas guiadas a Palacio Nacional, cobertura de sus sagrados alimentos en modestos tendejones del camino, rosario de guerras mediáticas contra adversarios altamente vendibles en una permanente fuga hacia delante ante toda realidad incomoda.

Como sea, el uso de los arreglos del poder, tradicionales o nóveles, no hace nunca ejercicio efectivo del mismo.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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