PARRESHÍA

Noroña, la antipolítica

Noroña, la antipolítica

Foto Copyright: lfmopinion.com

Política histérica e histriónica.

Hemos dicho que política es acción y discurso; pero no toda acción ni todo discurso es político. Los hay abiertamente antipolíticos.

El politikon de Aristóteles no se refiere a que todos los hombres sean políticos, ni a que todos sus actos y palabras lo sean por igual, sino a que una de las particularidades del hombre es vivir en la polis y a que "la organización de ésta representa la suprema forma humana de convivencia y es, por lo tanto, humana en un sentido específico, igualmente alejado de lo divino, que puede mantenerse por sí solo en plena libertad y autonomía, y de lo animal, en que la convivencia -si se da- es una forma de vida marcada por la necesidad. La política, por lo tanto, (…) no es en absoluto una obviedad ni se encuentra donde quiera que los hombres convivan" (Arendt 1997). Es una tarea de todos los días asediada, igualmente, sin cuartel.

Los principales enemigos de la política no son tanto el terrorismo o la guerrilla, en el frente externo, como el capital global, que ha desterritorializado de las soberanías nacionales las decisiones económicas y, en el frente interno, el populismo, que subsiste por la división social y la rijosidad política.

La política implica un espacio público donde los hombres expresen y procesen su pluralidad y construyan juntos un mundo común, un ser entre ellos (inter-es).

Sirva esta larga introducción para sostener que Noroña es el paradigma de la antipolítica.

Su acción y discurso son abiertamente rijosos, no buscan espacios de interacción sino de rompimiento. No construyen entendimiento, ni acuerdos, ni puentes. No producen nada, no transforman nada, no impactan en la realidad, salvo en enardecer los ánimos sin más efecto que el irritación estéril y efímera. Su acción y discursos son impotencia política.

El sujeto es un cazador de oportunidades para "performar" escenas histéricas e histriónicas, de gran espectacularidad y, por ende, de amplia cobertura, pero que se agotan en su ejecución.

El personaje camina por la vida con cámaras, micrófonos, autoparlantes y claque aplaudidora. Vive más en Facebook que en la realidad. No se le conoce iniciativa de gran calado, discurso programático, cuerpo ideológico o conceptual, ni propuesta tenuemente estructurada. Es un showman, un payaso.

Una hiena de la política, al asecho de la carroña, en la que se regodea con alardes de grandeza y falsa valentía.

Pero la política es concitar voluntades y acciones, no enfrentarlas y anularlas.

La política es crear acuerdos y forjar unidad de acciones efectivas, no dinamitarlos.

La política se mide por sus resultados y Noroña no tiene en su haber resultados palpables, perdurables, consistentes; solo representaciones oportunistas.

Esta clase de personajes no hacen historia, sino histeria.

Por eso hasta a los de casa muerde, porque su oxigeno es el enfrentamiento por la rijosidad misma.

Estos personajes encuentran acogida en una sociedad adicta al espectáculo y entretenimiento, que confunde la lucha libre con mantener día a día la organización de una sociedad y en pluralidad alcanzar su bienestar.

Evitemos que nuestro legislativo, de suyo en condiciones de agonía, se convierta en cuadrilátero de estos personajes de opera bufa.

Recuperemos la verdadera acción y discurso político.

Cerremos la puerta al circo político y sus payasos.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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