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Flores en la montaña

Flores en la  montaña

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¿Haz sentido tristeza?

La sangre le corría por las piernas.

-¿Haz sentido tristeza? Es un de hueco que se queda en el alma. Quieres llorar y no puedes. La nostalgia invade también todo el cuerpo hasta los huesos y el miedo no te deja mover.

- Recuerda.

- ¿Por qué me violaste, por qué me amarras?

- Lo ganaste a pulso.

- ¿Qué pasa?

- Aquí te tendré. No verás a nadie más. Jamás me dijiste tu condición portadora.

Anochece mientras los sonidos se confunden todos. Y el olor a encerrado de la bodega, la suciedad y la mugre están en todas partes.


Los pantalones vaqueros ajustados son un tormento. Huelen a rancio y lastiman. Mucho menos que las esposas que me cortan las muñecas y me inmovilizan. Si acaso pudiera alzar un poco más la cadera, si pudiera recargar más el cuerpo, estaría mucho más cómoda. Sin embargo, ya no tengo fuerzas para más. El odio es todo lo que queda. Y la pregunta reiterada.

A pesar del cansancio, a pesar del dolor, vio en cinemascope momentos felices: el primer beso, cuando por fin sintió a ese hombre aunque luego se fuera al gabacho y las caricias paternas cuando le cepillaron el pelo en la infancia. Recordó la mirada, admirada, de su maestro de historia que, estaba segura, la veía sólo a ella.

-Cada minuto más se apaga la esperanza.

-Dime lo que quieras. Aquí estoy. Los dos contagiados.

-No hay nadie.

¿Y el hambre? Con que gusto te mordería. Se acordó de sus pequeños grandes placeres en la cama. Cuando lo retaba. Cuando, en fin, ¿ya para qué? Todo eso parece tan lejano. Y sin embargo, es lo que soy, lo que sigo siendo aún.

Sintió la sangre seca en la comisura derecha de la boca. ¿Y el olor de las flores en la montaña?. Irreconocible en su memoria. Quiso rezar y sólo odio sintió. Odio por su condición de mujer, por haber nacido aquí, por los reiterados abusos y su incapacidad de cambiar, por no ser más fuerte, por haber pasivamente aceptado, por ser un número en el total de tragedias. Todas heridas de muerte.

En cambio, recordó aquella tarde en la playa cuando el sol materialmente la abrazó como siempre quise que lo hicieras tú o como el amor en mi niñez, junto a las amapolas en la alta montaña.

Al día siguiente, los hermanos fueron a los hospitales, a la comisaría, a la morgue. La esperanza se acabó buscándola por todos lados.

Todo mundo sabía de la monótona rutina, menos ellos que no querían saber. Jamás aparecen las muertas. El río se las come, las arrastra, las devora.

La madre vestida de negro regresó a su iglesia. El padre vestido de negro regresó a su alcohol.

Armaron la ofrenda con flores naranja y un retrato amarillento de tanto sobarlo; de tantos besos. Pusieron un perfumero vacío, un par de pinturas de labios color rojo muy rojo, unas pinzas para cejas, un álbum de la escuela, un par de discos de Janis y otro libro de recuerdos, como si fuera un diario descontinuado, con flores disecadas en medio de las páginas de su edad, entre el 20 y el 21.

Ayer dijeron en la iglesia que hay muchas jóvenes pérdidas, secuestradas, atormentadas, enfermas, violadas. Ser mujer en esta tierra es una verdadera provocación.

Te recuerdo rezando a la Virgencita de Guadalupe, que también es mujer.

Siento tu sangre pegada a mi cuerpo y las esposas americanas, que tanto te lastimaron, colgadas como un amuleto. Santa María virgen… bendita eres entre todas las mujeres. Cuídala, virgencita.



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Arturo Martinez Caceres

Arturo Martinez Caceres

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