PARRESHÍA

Madero culpable

Madero culpable

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Los padres del absurdo

En 1990 se rehicieron todos los materiales de casilla y capacitación electoral. Respondían a la creación del COFIPE y del entonces IFE.

Para hacerlo se partió de múltiples ejercicios del trabajo en casilla.

Estos ejercicios dieron pie al nuevo diseño de actas, Manual de Casilla y materiales de capacitación, también sirvieron para el rediseño de mamparas y urnas.

Pues bien, lo primero que mostraron estos ejercicios es que el tiempo que corre de ocho de la mañana a seis de la tarde, era escasamente suficiente para instalar la casilla -con todas sus vicisitudes- y recibir el voto de tres elecciones (presidente, senador y diputados) en una sección electoral de mil electores.

La conclusión se hacía cargo del nivel medio nacional de funcionarios de casilla, que es del quinto año de primaria.

Las experiencias han confirmado hasta hoy la hipótesis de trabajo que dieron paso a esos cambios.

Los partidos las conocen, aunque en lugar de hacerse cargo de ellas las explotan interesadamente, como cuando Creel, en su calidad de Consejero Ciudadano en 1994, entró con periodistas a las instalaciones del PREP para descalificar la elección exhibiendo inconsistencias y errores humanos en el llenado de las actas, cual si fueran pruebas fehacientes de un fraude monumental. Tras del escándalo mediático no medió impugnación alguna, ni explicación necesaria. Su objetivo nunca fue combatir el fraude, sino la elección.

Y cuando los partidos no explotan las condiciones propias de una casilla, las ignoran, como Gustavo Madero, quien en el Pacto por México impuso como chantaje la peor reforma electoral en la historia nacional en la que, entre otras cosas, concentra en una sola casilla innúmeras elecciones.

Las circunstancias del 91 a la fecha en la operación de una casilla se han complicado hasta la demencia por ocurrencias partidarias y sobre ello se duplican las cargas de trabajo en casilla.
En vez de la recepción y escrutinio y cómputo de tres elecciones, en la mayoría de los casos, serán seis. En la Ciudad de México siete.

Siete armados de urnas, conteo ¡y firma¡ de boletas.

Hecho ello, la recepción de siete votaciones.

Ese simple hecho alargará los ya de suyos angustiados tiempos de recepción del voto que, repito e insisto, son apenas suficientes para recibir tres elecciones en una sección de mil electores.

Concluida la elección, en muchos casos tras más de doce horas o más de trabajo de los funcionarios de casilla, da inicio el escrutinio y cómputo de siete diversas elecciones.
Quien haya realizado un escrutinio y cómputo sabe de lo que hablo, ello sin contar la posibilidad de un representante de casilla con la consigna de reventar la elección. Porque los representantes de partidos en casilla solo pueden tener dos encomiendas: o defender la votación para que no se la anule, queme o reviente el contrario, cuando ésta suele serle favorable; o ralentizarla, impedirla, reventarla, incendiarla, o sembrar elementos de fraude para la nulidad, cuando históricamente les es contraria. A eso han reducido el trabajo de partido en casilla.

Con un ingrediente adicional, entonces las coaliciones se votaban sobre un solo emblema, hoy los partidos coaligados aparecen por separado pero con el mismo candidato en la boleta, lo que hace el cómputo de votos sumamente complicado, rijoso y más tardado.

Los funcionarios de casilla, ante la posibilidad de encontrar un voto de una elección en la urna de otra, tienen que realizar todos los escrutinios y cómputos, y hasta el final llenar todas las actas y armar todos los paquetes.

Concluido ello, publicar afuera de la casilla las sábanas con resultados y llevar los paquetes a dos lugares diversos, los federales al INE y los locales al órgano electoral local.

En el mejor de los casos, ello será entre dos y tres de la mañana, en donde haya conflicto podrá ser entre cuatro y seis de la tarde del día siguiente.

Hoy todos despotrican por semejante absurdo, la falta de datos la noche de la elección y los riesgos del vacío informativo; pero nadie voltea a ver al padre de esta aberración: Gustavo Madero, y a sus cómplices: Cesar Camacho y Jesús Zambrano; quienes en su borrachera de reformadores obviaron un dato tan elemental como la capacidad operativa de una casilla electoral.

Culpables también son nuestros legisladores, diputados y senadores, que aprobaron la reforma electoral sin discutirla ni leerla.




Que nos encaminamos a una noche de los cuchillos largos, no hay duda. Pero lo sabíamos desde que se aprobó semejante estupidez.





Que no desgarren ahora los partidos sus vestiduras, ni culpen al INE o al Tribunal. Este niño es totalmente suyo y sus destrozos les corresponden por enterito.

A ver si así siguen jugando con el derecho electoral, lo lógica y el sentido común.

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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