El 18 en perspectiva
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Un dilecto amigo me preguntaba: "¿Cómo ves la elección del 18?"
- Complicada…
La llegada del tercer comensal truncó la plática.
La recupero para tratar de pintar un posible panorama del 18.
Tendremos un proceso electoral inmerso en la violencia. Sin regateos a los avances en la materia, la psicología de guerra que arrastramos desde. Calderón ha devaluado el aprecio por la vida ajena y lo sanguinario ha asentado sus reales en nuestra cotidianidad por tiempo indefinido.
Acompañarán a la violencia crisis económicas de estirpes globales sazonadas con nuestras peculiares lacras, circunstancias, responsabilidades e irresponsabilidades.
El horizonte social tampoco presentará signos de mejoría. La desigualdad no cede y sí escurre a todos los rincones del orbe. La pobreza, desde Marx, dejó de ser un problema de escasez, para adquirir naturaleza política por la usurpación y violencia que la originan y cultivan. Esa carga política es la que hace a la desigualdad explosiva y explotable.
Estos tres frentes: pobreza y desigualdad, crisis económicas y violencia se retroalimentan en circulo vicioso.
Y a este circuito hay que agregar la crisis de la política en sus vertientes mundiales y caseras.
Enfrentamos la posibilidad de que un desquiciado alcance la presidencia en los Estados Unidos de América. A diferencia del siglo pasado, no existe entidad política que pueda hacerle contrapeso, ni organización parcial o general de naciones que contrarreste(n) el nivel de daños posibles, menos aún se adivina a político mexicano con el empaque y arrestos para enfrentar eficaz, diplomática y políticamente sus desvaríos. La crisis económica mundial es el mejor incentivo para el negocio de la guerra; así, locura, xenofobias, estepa en páramo, debilidad o ausencia de instrumentos y actores políticos, y voracidad se combinan y encaminan a incendiar el mundo.
A nivel mundial la pauperización y exclusión social son la espuma bajo la cual pulula un sistema económico injusto y rebasado, un daño ecológico irreversible, una crisis global de la política y un deterioro pronunciado de los lazos societales y, por ende, una deshumanización de las relaciones.
En el frente político nacional las cosas tampoco pintan bien. Las reformas estructurales fueron arrolladas por circunstancias adversas exógenas y propias. Sus beneficios, de haberlos, no se verán antes del 18. Lo que sí se verán son las condiciones hostiles que acumula el gobierno y su partido: economía astringente, desempleo generalizado, rencor social, incredulidad, corrupción, impunidad y escaso margen del peñismo para operar en cualquier frente. El desprestigio acumulado, en ciertos aspectos injusto e inflado, no ha sabido ser sorteado por el gobierno y éste llegará al 18 con cargas negativas de gran calado.
Nuestra normatividad electoral es mala y abigarrada, más proclive a dinamitar posiciones y acuerdos que a construirlos. El conflicto es la norma general, no la excepción.
Las autoridades electorales están reducidas a la insignificancia y al descrédito. Su deterioro es avanzado y su autoridad a punto de nulidad. 58% desconfía del INE según la encuesta de antier en El Financiero.
Sumémosle a ello tres nuevos consejeros y la renovación total de la Sala Superior del Tribunal. Nombramientos que enrarecerán el clima político en pocos meses y que, de persistir en su tendencia, ahondarán la medianía que caracteriza a ambas instituciones.
Llegamos así a los partidos políticos, su descrédito, su narcisismo, su aislamiento y su ensimismamiento. Ante el repudio y el odio generalizados se han mostrado incapaces para dimensionar su crisis y, peor aún, enfrentarla.
Expresión de sus apuros particulares y compartidos son sus liderazgos y propuestas. Sin demérito de las capacidades y experiencia de algunos líderes en lo particular, la carga institucional negativa acumulada es insuperable.
Están, además, los independientes afiebrados y la posibilidad de que el descrédito de la política, de los políticos y de los partidos nos lleve a elegir a la versión nacional de Donald Trump para despertar en una crisis que hará ver al foxiato, a la broncomanía y al imperio de Iturbide como pastillas de clorato.
El modelo de comunicación política parece haber sido hecho para que los publicistas y encuestadores hagan su agosto, las audiencias se harten, aturdan y alienen, la deliberación política sea imposible y la política y los políticos ahonden su desdoro.
El narcotráfico estará presente en todas las expresiones del proceso electoral del 18; ni el Estado y menos los partidos pueden, ni parece quieren, evitarlo. Algunos casos, los menos, se conocerán por las torpezas propias de la mezcla entre política y crimen; los más y más comprometedores se embozarán en los aciertos más refinados de esa mixtura.
La abstención, ya en su versión pasiva de rehuir las urnas, ya en su expresión activa de acudir a ellas a anular el voto ciudadano, se perfila desbordado sin que autoridades y partidos acusen recibo de su amenaza.
Finalmente, el dinero prevalecerá por sobre la participación ciudadana comprometida y razonada. Clientelismo y voto y activismo mercenarios seguirán siendo espejismo, autoengaño, tara y tumba de nuestro harapiento partidismo, y cáncer de nuestra democracia.
Esperemos tan solo que la naturaleza se apiade de nosotros y nos libere en el 18 de desastres naturales que lleguen a agudizar la tormenta.
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