PARRESHÍA

Priva el desencanto

Priva el desencanto

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Partidos y candidatos reducidos a payasos de los pasteles.

Las intercampañas, independientes, autoridades, partidos, mediocracia y cuartos de guerra siguen diestramente la partitura de la sinfonía electorera.

El auditorio se mece al ritmo de escándalos, dislates, ocurrencias y divertimientos.

El País, lo que queda de él, sigue deshaciéndosenos entre las manos.

Pero hay en la trama un sustrato y contexto que todos nos negamos a ver, el desencanto ciudadano.

Será el sereno, como decía mi abuela, pero en 88 la discusión pública sobre el cambio democrático era encendida y lúcida. En 90, el nuevo padrón desde cero, la creación del IFE y una nueva legislación dieron una bocanada de aire al impulso democratizador. Eran tiempos de expectación y apuesta por el futuro. El mexicano creía y quería la democracia, había entusiasmo y fe ciudadana.

En 96 llegamos a hablar de la reforma definitiva, cual si hubiésemos alcanzado el fin de la historia.

Los partidos vivían su mejor momento, no sólo ocupaban el centro de la deliberación, sino era beneficiarios por prerrogativas públicas ilimitadas y ciega confianza ciudadana.

Cual aspiradora, una vez adueñados de un Congreso dividido en donde lo que impera es el chantaje y el mercadeo, se han tratado de comer a México.

La gente, por su parte, se tragó el garlito de la ciudadanización y estigmatizó a quienes denunciamos su partidización embozada y pantomima. Hoy nadie duda de la partidización de los organismos autónomos y nombramientos vía el legislativo.

Pues bien, ayer en Alternación101 levantamos una modesta encuesta entre nuestro auditorio, mayoritariamente juvenil, los datos son alarmantes. 12% confiaría su cartera a los partidos, 17% a los independientes, 67 a ninguno y 6% simplemente contestó que no va a votar.

Primero, los independientes, de nuevo cuño, gozan de la desconfianza de todo lo que huela a política. Existen excepciones, pero no han resultado ser la opción ciudadana que se esperaba. Mucho de este desdoro es gracias a El Bronco.

Segundo, los partidos, todos, gozan del rechazó abierto del electorado, por más que llenen plazas, suban raitings en programas donde van en el papel de los payasos de los pasteles y saturen el espacio con cancioncitas y comerciales (comerciales que no propaganda, ni publicidad).

Tercero y más importante, el desencanto y apatía ciudadanas privan por sobre todo y en cualquier momento pueden convertirse en fuego en yermo abierto al viento.

El Informe País sobre la Calidad de la Ciudadanía en México (INE-COLMEX), sólo un 53% considera preferible a la democracia, contra 23 que apuestan por un sistema autoritario. En los niveles de confianza en las instituciones, los diputados ocupan el último lugar, seguido por los partidos políticos.

El desapego a la política ha mudado a abierto rechazo.

Quienes hoy juegan a la política son los primeros en desconocerla y faltarle al respeto.

La política no es exclusivamente la lucha descarnada por el poder.

Tiene un componente que no ve únicamente por la voracidad del poder: la polis.

La política es la que permite convertir las contradicciones en proyecto común, las diferencias en encuentro y la lucha en convivencia.

La política, decía Arendt, es la mesa en torno a la cual nos sentamos y, sin perder, nuestra posición y diferenciación, ponernos de acuerdo. Quitas la mesa y sólo queda la masa informe y maleable, y, finalmente, inflamable.

El desencanto ciudadano por política y democracia es hoy por hoy el más grave problema que enfrentamos, porque sin cohesión social y política ningún otro problema puede enfrentarse.
Pero nadie lo ve, todos están ocupados en el show electorero.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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