PARRESHÍA

Avatares

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El sistema de partidos llega a su fin.

La inmediatez, que comparte terminación con estupidez, impide ver más allá de las narices. Hagamos un ejercicio por ver qué podría ser de los partidos después del 18.

Los cismas en el PAN no son nuevos, en 1975-76 una división interna lo dejó sin candidato presidencial; la reforma del 77 le dio respiración de boca a boca, abriendo, tras los encapuchados de Chipinque (1976), la cooptación de empresarios que monetarizaron su vida interna; en 88 el asalto fue de los bárbaros del norte con Clouhtier a la cabeza; en 94 fue dejado a su suerte por Fernández de Cevallos cuando tenía la elección en sus manos; en el 2000 fue violado por Fox y abusado por Martita; en 2006 fue asaltado por Calderón, quien lo pierde seis años después a manos de Madero, que finalmente es despojado de él por Ricardo Anaya, que termina por escindirlo internamente, desdibujarlo ideológicamente y al final rendirlo a los pies de sus socios de ocasión: PRD, Movimiento Ciudadano y una pléyade de egos desbocados y voraces.

El posible triunfo de Anaya no lo será del PAN. El gélido vacío panista que acompaña al candidato habla más que una rebelión sonora. Sus críticos alegan que tiene al PAN cual rehén y que su vida interna está secuestrada por su grupo de incondicionales y socios foráneos. Lo que resulte de una victoria será un ornitorrinco de difícil futuro e imposible armonización. Lo que permitirá a Margarita y sobrevivientes albiazules intentar un rescate de los jirones del PAN.

Ahora bien, si pierde Anaya la debacle será aún mayor, lo que posiblemente le haga más fácil a Margarita nuclear la pedacería resultante. En los dos casos el PAN será pasado.

En el caso de MORENA, el triunfo lo convertirá en el botín de las ratas que abandonen apresuradamente otros referentes, ratas ávidas de poder y desmemoria. Pero su diseño seguirá siendo caudillista y unipersonal. La abyección llegará a extremos inauditos, sin evitar con ello el fenómeno de tribus tipo PRD, que será exacerbado en extremo.

Si MORENA pierde, será más de lo mismo, pero abandonado a su suerte por los ahora convertidos y absueltos pecadores. Lo demás ya lo conocemos y seguirá hasta que el Mesías suba a los cielos.

El PRI presenta condiciones mucho más interesantes. Si gana Meade será a pesar del propio PRI, pero en parte gracias a sus militantes; nada le deberá a sus dirigentes y sí, seguramente, muchas afrentas tenga que cobrarles. Meade traga boñigas todos los días en aras de llegar; para muchos priístas es débil y doblegable. Se pueden estar equivocando. La ojeriza de Zedillo para con el PRI no fue gratuita y la primera distancia, posiblemente no sana, vino de las dirigencias soberbias y desmandadas hacía él.

Lo más importante, sin embargo, es que el futuro del PRI quedará en manos de un no priísta. De seguro, este ángulo, o no ha sido visto por los priístas o lo han omitido en pos de ganar –haiga sido como haiga sido- y luego ver qué sigue. Qué futuro ofrece Meade al PRI; cuál será su relación para con él: sana distancia, cercana cooptación, abierto sometimiento, graciosa marginación. Qué opina el hoy candidato de su Declaración de Principios y Programa de Acción; qué cambios haría; a quién impulsaría a su Presidencia; con qué grupo o grupos lo operaría. ¿Habrá purgas u olvidos? ¿Estaría dispuesto a su refundación, lo dejaría morir de inanición, le cambiaría hasta el modo de andar? Las preguntas pueden seguir sin fin. Preguntas que los priístas, parece, prefieren no hacerse ni hacerle.

Si Meade pierde nada quedará del PRI. Muchos se decantarán a MORENA, otros hallarán comodidad en un derecha en reconstrucción, algunos intentarán revivir al caballo muerto hasta que las prerrogativas lo permitan y muchos más buscarán asilo en el sector privado llevando con ellos información estratégica y mal habida. Quizás termine sus días como el PARM, dando lástima y ofreciendo candidaturas testimoniales a los Muñoz Ledo de su momento.

Del resto de los partidos podría surgir un referente interesante y fresco por el lado de Movimiento Ciudadano y su implantación ciudadana en lunares locales, desde los que puede construir un nuevo proyecto de la periferia al centro. De los demás, simples guajes para nadar, no quedarán más que vergüenzas.

Lo único cierto es que este sistema de partidos llega a su fin en condiciones lamentables, desdibujadas y a cual más enlodadas.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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