Arando en el mar
La Nada Ochoa Reza se quedó esperando a que lo volteara a ver.
Como la canción, clamaba "odio quiero más que indiferencia, porque el rencor duele menos que el olvido".
Se inmoló en el desierto y difuminó en la indiferencia.
Al hacerlo, sin embargo, utilizó todos los tiempos oficiales del PRI para hablar de López Obrador, en su vano intento de que lo pelara, engordando su presencia mediática.
Murió en su papel de provocador de cantina a mano de oídos de cantinero.
Hoy es Meade, en una condición no tan lamentable y torpe como la de La Nada, pero similar en consecuencia.
Ninguno de los dos contendientes va a querer debatir con él, así la sentencia del Tribunal lo permita.
López no va arriesgar la cómoda diferencia que goza en intención del voto y menos a exponer sus ausencias polemistas.
Y Anaya, los estrategas de la campaña de Meade lo colocaron en un sitial ideal, de combatiente de la corrupción trenzado en una lucha a muerte con Peña Nieto; por qué va a querer discutir con alguien más, si ello significa hacerle el caldo gordo.
Anaya sabe de los riesgos de su situación patrimonial y no se va a exponer a debatir sobre ella, más aún si puede aprovechar el impulso mediático que le obsequió la PGR al publicar el video famoso, para acusar a Peña Nieto de corrupto y de autócrata.
Las circunstancias le siguen siendo adversas a Meade: una legislación electoral hecha con las patas al fragor del mercadeo llamado Pacto por México, un gobierno y PRI en sus peores momentos de reprobación popular y una contienda que, por sobre la presión que puedan ejercer los medios, permite a sus adversarios dejarlo arando en el mar.
Meade podría buscar el flanco de los independientes y hacer roncha con ellos para forzar a los otros dos a debatir, bajo el riesgo de explicitar su debilidad y aislamiento, correr el riesgo que la segura negativa de éstos, colocarse al nivel testimonial de los independientes y beneficiándolos sin mayor ganancia para él.
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