Desmesura
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"Quien desea vivir, dejando a un lado el sentido de la mesura, más de lo que le ha sido asignado, es a mi juicio alguien que persigue algo insensato", escribió Sófocles.
Pues bien, López Obrador es uno de ellos.
No existe medida que no haya intentado rebasar, ni cautela que burlar. A veces pienso que es un atavismo a su evento del desafuero, que tantos réditos electoreros le rindió, cuando no una verdadera adicción.
Durkheim es el padre del concepto de anomía, que más que ausencia de normas es eclipse de límites. La sociedad, sostiene, fija parámetros de bienestar y de satisfactores por estrato social que dotan a sus miembros de seguridad y armonía.
"Cuando la sociedad pierde sus límites de autocontención, los apetitos se desbordan y no hay presa que los colme; la insatisfacción se torna crónica, no por ausencia de satisfactores, sino porque éstos han perdido su cualidad pacificadora", escribimos allá por 2012, "toda búsqueda se torna temeraria, inalcanzable y angustiante. Y si las expectativas carecen de límite, cuantimás los medios, que se tornan, por ausencia de regulación, más violentos y más dolorosos. El desbordamiento es total, no obedece a ninguna lógica y carece de todo orden y de toda medida. Se está ante un caos primordial y sin salida".
Si bien Durkheim habla de la sociedad, el fenómeno se expresa también a nivel individual: el muchacho que de la noche a la mañana goza de riquezas y poderes inconmensurables hasta que la realidad del narcotráfico termina por alcanzarlo; los fenómenos Duartes-Borge; los delirios de Noroña, los ridículos de Jesusa, los exabruptos de Solalinde.
El límite, dice la máxima, es seguridad. No conocer límites es como diluirse en el éter, sin saber dónde empieza el sí mismo y dónde termina; caer en la obscuridad absoluta por toda la eternidad. Bien lo dijo Queen: "Who wants to live forever?"
Quien va por la vida sin mesura, la pide a golpe de silenciosos gritos.
Sin mesura, dice Sófocles, "más de lo que le ha sido asignado"; en el caso por atribuciones legales, alcances políticos, posibilidades reales y temporales, así como circunstancias globales, nacionales y personales.
Ni el tiempo parece respetar, quiere reescribir la historia e imponer penas trascendentes a sujetos ajenos a la jurisdicción nacional por actos remotos de imposible circunstanzación e imputabilidad.
Nada lo detiene. En su borrar límites, la primera víctima es la realidad que pierde substancia para plegarse a caprichos, prejuicios o cálculos, terminando por ser reducida a "enunciados performativos" que toman por real y saldado lo simplemente mentado.
El problema es que el Estado no es otra cosa que una modalidad de organización de la convivencia humana. A toda sociedad, dice Heller, se le encuentra normada y organizada, es decir, con reglas y estructura: límites, pues. A fin del cuentas el Estado se instituye para brindar seguridad, no nada más física, a los hombres en sociedad.
Pero un Estado inseguro no es solo "una contradicción en sus términos" (Maquiavelo), sino la inseguridad institucionalizada con un poder irrefrenable desde la sociedad. De allí que todo Estado solo lo es verdaderamente cuando está sometido a los límites del derecho, de otra suerte es poder, dominio, sujeción, cualquier especie de totalitarismos, pero no organización de hombres libres.
López Obrador corre despavorido sin encontrar asidero a sus angustias y sus desmesuras son un urgido clamor por "nomía" (límites), sin entender que es en el diseño constitucional y su expresión en entramado institucional donde encontrara el remanso de paz que podrá dar a su gobierno la "sensatez" que le regrese la calma, el paso y el rumbo.
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