La otra cara del tigre
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Díaz Ordaz era famoso por su esgrima en entrevistas de prensa. En una ocasión se negó a contestar a un reportero porque su pregunta llevaba implícita una afirmación. Es, le dijo, como si Usted me preguntara si aún golpeo a mi madre. Si contesto no, acepto que la golpeaba y ya no lo hago. Si respondo sí, es que lo hice y sigo haciendo. Muy distinto es si usted solo pregunta ¿golpea a su madre?
Lo anterior viene al caso con el tigre, los banqueros y López Obrador.
Fiel a su estilo, en la cúspide de las encuestas, ante un auditorio cautivo al que pudo leer un texto cuidado y ser parco en las respuestas, espetó en la cueva del lobo: "a ver quien les amarra al tigre".
El aserto no podía ser más directo y personalizado. No dijo a ver quién "amarra" al tigre, sino quién "les amarra". "Les" amarra a ustedes, banqueros, al tigre. El mensaje llevaba receptor e incuestionablemente eran los señores del dinero.
Más no paró allí: "El que suelte al tigre que lo amarre, dijo. Ya no voy a estar deteniendo a la gente luego del fraude electoral. Así de claro."
Empecemos por la segunda oración: "ya no voy a estar deteniendo a la gente luego del fraude electoral". El "ya no voy" implica que un antes sí fue; que ya una vez, al menos, detuvo a la gente después de un fraude electoral. La aseveración no tiene desperdicio ni voces equívocas.
En otras palabras, López Obrador no ha defendido triunfo alguno, ni voto ciudadano, ni siquiera democracia; ha detenido a la gente. No es un demócrata, es un operador. No es un cruzado contra el fraude electoral, sino un contenedor profesional del enojo ciudadano. Todos aquellos que han creído y creen en él, debieran valorar este lapsus linguae antes de volverse a encaramar en su movimiento.
Todos los que marcharon tras su senda, dejaron familia y trabajo para levantar plantones y llenar plazas, saben ahora que lo hacían en un movimiento de contención, no de lucha democrática. Un ejercicio de entretenimiento, terapia ocupacional y agotamiento de causas sociales.
Nada más.
El mandar al diablo a las instituciones fue una pantomima, una proclama demagógica, una bandera falsa.
Contuvo a la gente, la movilizó en marchas y mítines sin fin, en plantones dignos de la Castañeda, pero nunca en defensa de un supuesto triunfo, sino en desfogue de presión social.
Oposición contenida.
¿A cambio de qué?
¿Y para quién?
Si de suyo el engaño es afrentoso, cuando confiesa para quién trabaja lo hace ominoso. Dice a los banqueros que ya no "les" va a amarrar el tigre y luego los increpa: "El que lo suelte que lo amarre, porque yo ya no voy a estar deteniendo gente". Más claro ni el agua: su verdadero patrón son los señores del dinero; en 2006 trabajó para la mafia del poder que tanto ataca, desfogó el enojo social en beneficio de Calderón, colaboró con Fox en contra de sus engañados seguidores que creyeron en él cuando en calidad del flautista de Hamelin los cansaba en marchas sin destino.
Por eso este postmoderno Cesar nunca ha osado cruzar el rubicón, ni dado con sus naves al través; ladra pero no muerde. Detiene gente a la gente.
Y posiblemente cobre.
Como concluye él mismo: "Así de claro."
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